Conciertos

Cuando el león rugía

Van Morrison regresa. Y lo hace recuperando tres conciertos que dio durante la legendaria gira que hizo en 1973 para completar un disco mítico que grabó en directo y que es uno de los mejores álbumes de su trayectoria: «It’s Too Late To Stop Now»

Morrison demostró en sus directos por qué le llamaban el «león»
Morrison demostró en sus directos por qué le llamaban el «león»larazon

Van Morrison regresa. Y lo hace recuperando tres conciertos que dio durante la legendaria gira que hizo en 1973 para completar un disco mítico que grabó en directo y que es uno de los mejores álbumes de su trayectoria: «It’s Too Late To Stop Now»

Era la primavera de 1973. Estados Unidos vivía los estertores del hipismo, el final de una utopía y el comienzo del desengaño. Muy atrás había quedado el frágil espíritu de Woodstock y una especia de depresión se había adueñado de los más idealistas. Mientras, la música también había perdido toda su inocencia para dar origen ya a una inmensa industria capaz de devorar artistas y llenar las arcas de dinero gastado con pésimo gusto. En las trincheras permanecía el irlandés Van Morrison, quien en esa época ya llevaba a cuestas una carrera profesional de diez años. Era el prototipo de una antiestrella: amargado, irascible y un hombre incapaz de empatizar con su entorno. Tampoco, por supuesto, con los representantes y las casas de discos. Porque lo suyo era crear. Ni había participado del hipismo al uso ni, por descontado, entraría en la voraz maquinaria de las grandes compañías.

Para entonces, el irlandés llevaba ya unos años viviendo en América. Allí había grabado un buen puñado de obras maestras y hasta había disfrutado del éxito con el sencillo «Brown Eyed-Girl», de 1967, una magnífica joya casi pop que había compuesto tras poner fin a su huracanada estancia con los Them en Belfast, una de las mejores y más rabiosas bandas británcias de rythm&blues. Fiel a su naturaleza, había renegado de los placeres del estrellato y en 1968 había entregado una inclasificable –y anticomercial– obra maestra llamada «Astral Weeks». Inmediatamente llegaría la perfección del sonido que mejor le definiría con nuevas ambrosías como «Moondance», «Street Choir», «Tupelo Honey» y «Saint Dominic’s Preview». Van Morrison no vendía discos, pero hacía obras maestras. Casi todo aquello lo perpetró en Woodstock, donde veía a sus amigos de The Band y disfrutaba del ambiente bucólico, la vida familiar y las veladas musicales. Parecía un hombre feliz, recordaban entonces sus compañeros. En el escenario, sus directos eran explosivos... cuando tenía el día. Van Morrison podía entregarte el concierto de tu vida o una pesadilla, según fuera su estado de ánimo. Pero para 1973, cuando le montaron una nueva gira por América, el irlandés era un león cada noche. Presentaba el disco «Hard Nose the Highway», recibido con tibieza por algunos críticos. Nada que ver con lo que ofrecería cada noche micrófono en mano y con una audiencia estupefacta por lo que tenía delante.

Para ilustrar aquellos fieros conciertos apareció el álbum «It’s Too Late To Stop Now» y ahora, en plena fiebre de nostalgia revisionista, aparecen tres volúmenes más en una caja que completan el original con nuevos conciertos. El broche lo pone un DVD grabado en el Rainbow de Londres que permite comprobar qué tipo de músico era aquel Van Morrison en un escenario. Pequeño, poco agraciado y con dudoso gusto para vestir, el irlandés se alejaba de las grandes estrellas del momento (Led Zeppelin, Rolling Stones, Elton John, Eric Clapton, Elvis) para ofrecer un show sin ningún tipo de efectismos. Sólo música, pero qué música.

La mejor banda posible

Aquel sonido era la perfección del «folk-soul», si se puede etiquetar de alguna manera a aquel celestial sonido creado por el pequeño artista británico. La banda era la mejor posible, la mejor que nunca tuvo y que jamás volvería a juntar. Era un combo de seis miembros entre los que destacaban el portentoso teclista Jeff Labes y el original guitarrista John Platania. Cómo sonaba la bautizada como Caledonia Soul Orchestra, una de las bandas más grandes de la historia de la música. El espectáculo lo completaba una sección de cuerda que Morrison situaba en un lateral del escenario y que servía para profundizar en el drama de sus interpretaciones. Es fácil imaginar de dónde sacó la idea o inspiración, pues uno de sus grandes ídolos, James Brown, ya había utilizado una sección de cuerda para su monumental directo en el Apollo de 1968. Lo grandioso era ver cómo encajaba ese dulce sonido en las composiciones del irlandés.

Van Morrison se la jugaba cada noche. Cada concierto y cada interpretación eran diferentes. Era un artista vivo, elevando hacia el infinito su capacidad vocal. «Caen todas mis lágrimas / Todas mis lágrimas fluyen como el agua / Escucha al león que hay en mi interior», cantaba mientras el oyente podía percibir ese dolor. Y a continuación comenzaba a dar vueltas por el escenario, como la fiera enjaulada, buscando infructuosamente un lugar donde encontrar una paz que nunca llegaba. Un reflejo de lo que también vivía fuera de los escenarios.

La nueva edición ofrece muchísimos alicientes. No se trata de una explotación oportunista de archivos –como por otra parte se ha hecho con las reediciones de algunos de sus discos anteriores–, sino que la caja añade más madera para la hoguera. Por ejemplo, «I paid the price», compuesta junto a Platania, o «No Way», de Labes. Además, aparecen «covers» de «Since I Fell for You», «Buona Sera», «Hey Good Lookin’» o la sorprendente «Bein’ Green», popularizada por la rana Gustavo en Los Teleñecos de Jim Henson, y no es broma. «Soy verde y está bien / Es hermoso y creo que es lo que quiero ser», canta Morrison con total convicción.

Naturalmente, los nuevos volúmenes encuentran sus puntos álgidos en las composiciones propias que no entraron en el original «To Stop Now» y que aquí encuentran nuevas formas de expresión. Destacan auténticos monumentos como «Moonshine Whiskey», «Sweet Thing», «Purple Heather», «Hard Nose the Highway», «Wild Night», «Everyone» y otras muchas. Efectivamente, entonces era demasiado tarde para parar. «Estaba muy centrado en los conciertos. Era increíble. De repente me vi regresando a lo básico. En el pasado había hecho muchas giras y me resultaba muy duro. Ahora siento que todo fluye», diría en 1973 al hablar de aquella gira.

Otra inspiración

Pero aquello, al más puro estilo Van Morrison, no duraría. En 1974 grabó con Labes, Platania y compañía otra maravilla, el evocador y triste «Veedon Fleece», y el irlandés zanjó toda una etapa. No volvería a girar con aquella banda al completo ni a repetir ese sonido tan personal e identificable. Tardaría tres años en publicar un disco. Lo haría con «A Period of Transition», un álbum cuyo título define aquel momento. No sólo era el sonido, sino la diferente inspiración. Era otro Van Morrison, si se quiere más terrenal. El místico Van Morrison había quedado atrás con una gira bárbara a la que sólo el tiempo, ya en perspectiva, pudo poner en su verdadera dimensión, como la nueva edición se encarga de recordar. Con esa música, Van Morrison se situó como anacronismo andante y, al tiempo, ascendió a los cielos. Mientras los hippies volvían a guardarse las flores que antes habían puesto en los fusiles, Van Morrison se situaba a muchas millas de distancia con su visión, la de un león enjaulado, la de una voz que en 1973 era lo máximo. Aunque entonces no muchos lo advirtieron.