«Decid que nos den un encargo conjunto»
Antonio López, los hermanos Julio y Francisco López Hernández e Isabel Quintanilla tienen este deseo «porque aún tenemos fuerzas para poder hacerlo».
Antonio López, los hermanos Julio y Francisco López Hernández e Isabel Quintanilla tienen este deseo «porque aún tenemos fuerzas para poder hacerlo».
Son Antoñito, Mari, Paco, Maribel, Julio, Esperanza y Amalia. Alguno de ellos con un diminutivo que el tiempo, aunque pase, se ha negado a dejar por el camino. Faltan por ley de vida Amalia y Esperanza, y María está muy delicada de salud. Acuden a un improvisado encuentro en el Museo Thyssen tres caballeros y una dama y es el reencuentro de cuatro amigos que han hecho sus carreras a la par, que estudiaron juntos, que tiene casi los mismos años y que pasan ya de los ochenta. «Realistas de Madrid» es el nombre de la exposición que se inaugurará la semana que viene en el centro de arte, comisariada por Guillermo Solana y María López Moreno, y la primera pregunta es casi obligada: ¿Son un grupo? ¿Son un movimiento? La respuesta es unánime: «No lo somos», dice Antonio López. «No hemos hecho ningún manifiesto ni hablado como tales», agrega Francisco López Hernández en una de sus contadas intervenciones. Julio, hermano de éste, toma la palabra: «Yo no rechazo la idea de que se nos nombre así, pero es de manera involuntaria. Nos unen afinidades y también nos separan diferencias». La base de esa argamasa que cuajó hace ya bastantes décadas entre ellos es pintar lo real: lo que ellos veían a través de las ventanas de sus casas, lo que el ojo atrapaba en su jardín, el paisaje que se enmarcaba detrás de una cortina. Y, también Madrid. «Ésa es la base», dice Julio López. Y la luz. «La casa y la ciudad han sido el motivo principal de nuestras obras», señala Antonio López. «Inserto en Madrid, porque lo doméstico puede tener un carácter universal», añade Julio López. ¿Ha cambiado mucho Madrid? Antonio López dice que la vista de la urbe ya no es la misma. «Ese unir cielo y cemento... Nadie lo ha hecho como tú», le comenta mirando a Antonio. «Coño, que es así», remarca Julio mientras ríe. Casi todos nacieron en Madrid, salvo Antonio López, que lo hizo en Tomelloso (Ciudad Real), Amalia Avia, en Santa Cruz de la Zarza (Toledo) y Esperanza Parada, muy cerquita, en El Escorial, pero no en la capital, «y eso se nota en vuestra obra porque yo he pintado Madrid desde el asombro de quien llega por primera vez y la descubre y, eso es una diferencia con lo que vosotros veis. Para mí es algo grandioso, como si viera las pirámides», explica Antonio López.
Este «no grupo» de artistas, que comparten temas, apellidos, parentescos y amistad se conoce desde la Escuela de Bellas Artes, allá por 1950. Les unieron los pinceles y el caballete. Señalan el año 1955 como fundamental en sus trayectorias: «Ahí es donde ya podemos hablar de una raíz común. Se forma como un esqueje y yo creo que ahí es cuando empieza todo», señala Antonio López, «y estaba además Lucio». Ha pasado ya tanto tiempo.., «el que va de los 19 años que yo tenía a los 80 que tengo», resuelve rápido Antonio López. «Es un camino largo sobre el misterio del mundo», añade.
¿Llevaba Antoñito, como le llaman, la voz cantante? «Yo al principio callaba y les dejaba hablar a ellos. Estuve mucho tiempo sin decir nada. Después ya me decidí a hablar», asegura Antonio López, quien sin quererlo se ha erigido como protagonista de esta unión, aunque no olvidemos que ésta del Thyssen es la exposición de todos, la primera que se les dedica en Madrid en el último cuarto de siglo. No hay uno que quiera destacar. Reúne noventa piezas, entre óleos, esculturas, relieves y dibujos.
El trompeta de la banda
Con otros compañeros de generación se llevaban bien. «Nunca vinieron Millares o Saura a mi casa a comer, pero siempre nos tratamos con cortesía», apunta Antonio López. Sus amigos le señalan como el protagonista: «Es el trompeta», dice Francisco López. Quintanilla añade que «te hemos querido y admirado siempre y te seguimos considerando. ¿No te gusta?», le pregunta, y Antonio, achinando los ojos con esa sonrisa en la que cada músculo de su cara se ríe, confiesa: «Me gusta mucho». «El de Antonio ha sido un liderazgo involuntario porque no existe esa pretensión de convertirle en líder por nuestra parte», añade Julio López.
En esta reunión de amigos las mujeres han jugado un papel importante. Isabel Quintanilla se ocupaba de su casa y sus hijos. Y pintaba, que no es moco de pavo. «Paco siempre me animaba. Nos han ayudado mucho», confiesa. «Yo creo que existe un carácter más de lo femenino en Mari y en Esperanza que en Isabel. Nosotros pudimos escaparnos de ese mundo de la casa y de la familia. Acordaos cuando nos fuimos a pintar al Cerro del Tío Pío. Ellas no hubieran podido ir solas. Por ejemplo, yo no me imagino a una mujer pintando el cuadro de la Gran Vía, por ejemplo». Y cuenta una anécdota: alguna vez, mientras trabajaban, les han dejado alguna moneda sobre el caballete y a pleno sol, hace ya muchos años, en Grecia, cuenta Quintanilla que les llevaban bocadillos y agua para hacer más llevadera la jornada.
Algunos compartieron curso, pero no novia. Cada uno se emparejó con la chica que quiso. Antonio López era quien sacaba mejores notas, el empollón, vamos, aunque las calificaciones de Julio no estaban mal, mientras que Quintanilla se confiesa peor estudiante, «muy irregular, la verdad. Siempre estábamos con los chicos detrás como moscones» y rompen todos a reír. Antonio no ha sido el líder, pero ellos, sus amigos, le han dado un papel especial, tanto es así que confiesa que «a veces me tenía que alejar de ellos para dejarlos descansar. Y eso que estaba yo muy solo en Madrid, pero me ponía muy pesado. Me ausentaba un tiempo y después volvía a ellos». Tienen obra unos de otros, hijos que han heredado esa pasión por el arte y nietos que siguen sus pasos. Y recuerda Antonio López el día de la boda de Quintanilla y Paco: «Ese día estaba pintando un parra y no lo podía dejar. Y estuve todo el día acordándome y pensando en ellos», se lamenta. ¿Y ha funcionado la crítica entre ellos? Toma la palabra Antonio López: «Yo he sido sincero y prudente. A veces es necesario levantar la mano porque si no asfixias al que tienes delante. Todos nosotros nos hemos querido mucho y hemos hecho por los demás todo aquello que hemos podido. Yo he recurrido a ellos constantemente», y desvela que siempre le ha pedido a Mari opinión.
La soledad del artista sale en la conversación, un lujo de charla. Un encuentro único. «Estoy harto de estar solo y creo en el trabajo común que significa una suma y no una resta. Y, además, alivia la soledad. Yo estoy deseando poder trabajar todo juntos». Y Julio López asiente. Y hay una voz unánime, la de todos juntos, que expresa un deseo que quizá alguien debería tener en cuenta: «Decid que nos den un encargo conjunto. Porque ahora podemos ofrecerlo, podemos trabajar juntos» ¿Y alguien del grupo de periodistas pregunta: ¿Se lo decimos a Pedro Sánchez? Y Antonio López con una enorme sonrisa responde con otra interrogante: «¿Es el que manda ahora?».
Nacieron durante la Guerra Civil y eso les ha marcado «porque somos más solidarios con el mundo que nos rodea. Nos sentimos más cercanos a la Generación del 98, que no es un grupo oscuro, al contrario. No pecamos de narcisistas. Y el arte moderno sí lo es». No irán a Arco, a no ser que alguien les lleve. Pero por el tono de sus respuestas, no. Hay mucho trabajo aún por hacer. Los artistas deambulan entre las piezas mientras las cuelgan. Algunas dejan casi sin respiración. Y entre todas ellas, un descubrimiento: la obra de Isabel Quintanilla, fantástica.