Dolores Redondo: “El mal es algo muy difícil de calibrar”
La exitosa autora de la trilogía del Baztán regresa a los orígenes de la inspectora Amaia Salazar en una nueva novela, «La cara norte del corazón», que actúa como precuela de esta trepidante saga policiaca.
Son cerca de las nueve de la noche y Dolores Redondo ha bajado andando del «infernuko», atendido el cariño de los lugareños de Elizondo y degustado la tarta de queso más exquisita de la Borda de Etxerbertzeko, pero su cara no muestra un ápice de cansancio. La escritora se encuentra notablemente a gusto entre la ligera neblina del paraje navarro en el que empezó todo. Está en casa y se nota. Después del éxito cosechado con la trilogía del Baztán y la acogida unánime de la crítica, la donostiarra regresa ahora con «La cara norte del corazón», la precuela de las aventuras de Amaia Salazar en donde el lado más sórdido de la condición humana vuelve a poner de manifiesto la necesidad de confiar en la existencia de un mundo paralelo más justo, más indulgente y mejor planteado. Acompañamos a la autora en una travesía por el esoterismo de los bosques de Navarra para hablar con ella de los rincones en donde siempre llueve, la proliferación de escritoras femeninas y la relatividad del mal.
–¿El ser humano es malo por naturaleza?
–Qué difícil responder a esto. Hay cosas que bajo ninguna circunstancia harían unas personas y sin embargo otras, a la mínima que se les forzase, sí. Se trata de gente que está dotada de capacidades de reacción distintas y que tiene unos instintos de defensa primarios procedentes de nuestra época de cazadores que otros hemos perdido. El mal es algo muy difícil de calibrar.
–Uno de los elementos que más distinguen a Amaia es el temperamento... ¿diría que la brillantez justifica la insolencia?
–(Risas). Hay que aprender a manejarse en los tiempos, en los espacios y en las compañías. De joven a Amaia le pierde el ímpetu, pero de la misma manera que se adelanta muchas veces dos o tres pasos, luego sabe retroceder cinco. No quería convertir a Amaia en una mujer que lo hiciera todo bien, me gusta más la idea de que se equivoque, igual que hacía yo con 25 años.
–¿Qué elemento juega todo ese halo esotérico y semi mágico que envuelve un paisaje como el de Elizondo en la configuración de esta historia?
–Importantísimo. Esta mañana, cuando me habéis acompañado al bosque quería que captaseis un poco de su fuerza. Que llegaseis a entender por qué encuentro este paisaje tan poderoso. La novela se inicia con una frase... «cuando Amaia Salazar tenía doce años estuvo perdida durante 16 horas». Esas 16 horas, rodeada de todo ese halo que comentas cargado de energía, de elementos que se escapan al entendimiento, cambia la forma en la que la Amaia niña se percibe así misma.
–Con ejemplos como los de John List (el asesino en el que está pasado el de la propia novela), ¿es fácil pensar que la ficción resulta más creíble que la vida real?
–Estoy segura de que si yo cuento la historia de mi personaje y no explico que está inspirado en un asesino real hubiera sido un poquito raro. Lo elegí precisamente por eso. Porque su comportamiento no se parece tanto a lo que estamos acostumbrados a encontrarnos en series o en novelas. Asesinos que buscan reconocimiento y que están orgullosos de su macabra obra. Sin embargo, este es muy distinto. Un tipo común, corriente, gris, normal. Eso era John List y por eso pudo estar 18 años evadido de la justicia, sin esconderse. Porque en el fondo no le importaba nada que alguien supiera lo que había hecho.
–¿Por qué todas tus novelas versan e indagan sobre esa cara norte del corazón en la que siempre llueve?
–Verás, me he dado cuenta de que todas (tanto las que están escritas como las que están por escribir) van a acceder por esa cara inaccesible porque me gusta intentar averiguar qué hay al otro lado de ella. La búsqueda es lo que me hace ser escritora. Todo lo que nos duele creo que en realidad debe quedar oculto, porque es de lo que nos alimentamos para crear nuestras novelas. Revelarlo del todo sería como abrir los regalos antes de Navidad.
–Llegados a este punto, ¿la proliferación de escritoras es una necesidad o la literatura no entiende de género?
–Me llama mucho la atención, por ejemplo, que cuando empecé a leer a autores nórdicos, me ocurría con algunos que no estaba muy segura por la complejidad del nombre si eran mujeres o si eran hombres y a veces en muchas de las contras no venía ni foto ni breve descripción. Está bien acceder a una obra sin saber si el autor es hombre o mujer.