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Don Carlo en El Escorial

La Razón

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Don Carlo no ha satisfecho casi nunca al poder o a la censura. Al estreno parisino acudió Napoleón III con su esposa, la emperatriz Eugenia de Guzmán, duquesa de Montijo. Cuando Felipe II le espetó al Gran Inquisidor «Non piú frate», ella se volvió de
espaldas al escenario y lo mismo hicieron otros personajes de la corte.
En el Real llegó tarde, en 1912, y el cronista francés Jennius aseguró que no se había podido programar antes por problemas de censura. Elena Salgado, la primera directora general del Real, barajó inaugurar el teatro con «Don Carlo» y una producción del Chatelet.
Aunque los grandes artistas han estado siempre entusiasmados con la idea de realizar un «Don Carlo» en El Escorial, nunca se ha podido llevar a cabo por la oposición del Patrimonio Nacional y de los monjes agustinos que administran el monasterio tras la desamortización de los jerónimos.
Tampoco ha sido visto con excesivos buenos ojos por las administraciones central y autonómica. A comienzos de los años noventa hubo un intento de realizar una producción televisiva al aire libre en el Patio de los Reyes, que fue abortada por el Patrimonio Nacional a pesar de que estaban más o menos comprometidos nombres del calibre de Leonard Bernstein y Franco Zeffirelli.
«Der Spiegel» y el «Corriere Della Sera» recogieron la noticia. Karajan visitó el monasterio en 1975, antes de su «Don Carlo» salburgués. Quería saber si Felipe II entraba en la iglesia con sombrero o descubierto y si había matado a tanta gente. Quedó muy decepcionado en su visita al conocer que cuando muere el infante Don Carlo el monasterio aún está en construcción.
En 1992, la Filarmónica de Berlín ofreció su tradicional concierto anual gratuito en la Basílica con Barenboim a la batuta y Plácido Domingo, quien cantó entre otras piezas la romanza del tenor.
En 2000 se intentó de nuevo programar «Don Carlo» en los exteriores del monasterio, con Maazel a la batuta y un reparto de primer orden, pero tampoco se consiguió el permiso del duque de San Carlo, Álvaro Fernández-Villaverde, presidente del Patrimonio.
Hay todavía quien considera un insulto a nuestros reyes, pasados y presentes, ofrecer esta ópera en el monasterio mandado construir por Felipe II y en donde descansan tanto sus restos como los de otros monarcas españoles incluidos los de Don Carlo e Isabel de Valois. Olvidan que José María Pemán estrenó su poema dramático «Felipe II, las soledades del Rey» el 14 de agosto de 1957 en el Patio de los Reyes y que en él narra las difíciles relaciones entre el rey y Antonio Pérez.
El Patrimonio y los agustinos también olvidan los macroconciertos –tipo Es Juglar o Dover y otros– que se celebran en la Lonja en verano y en donde las letras de las canciones no tienen reparo en alabar el alcohol o el consumo de drogas. Con todas estas cosas se permiten mirar a otro lado; con el «Don Carlo», no.
Directores como Gardiner, Chailly, del Monaco y Pizzi o cantantes como Raimondi están deseando poder poner su sello en un «Don Carlo» escurialense, aunque en la partitura sólo se mencione una vez a la villa y como «Escurial».
La grandeza de Verdi queda retratada por el hecho de que en la España de hoy su obra siga resultando subversiva y aún sólo se pueda programar en el Teatro del Escorial pero no en los exteriores de su monasterio.

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