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Vila-Matas y Muñoz Molina: Dos maestros hablan de libros y lecturas

Los escritores se reúnen para hablar de su pasión por la lectura en un diálogo organizado por este diario con motivo de la celebración del día de Sant Jordi

Enrique Vila-Matas y Antonio Muñoz Molina / Fotos: Miquel Gonzalez / Shooting
Enrique Vila-Matas y Antonio Muñoz Molina / Fotos: Miquel Gonzalez / Shootinglarazon

Los escritores EnriqueVila-Matas y Antonio Muñoz Molina se reúnen para hablar de su pasión por la lectura en un diálogo organizado por este diario con motivo de la celebración del día de Sant Jordi

La celebración del día de Sant Jordi ha sido nuestra excusa para organizar este año un diálogo en el que aflora el interés de dos autores por la lectura. Enrique Vila-Matas y Antonio Muñoz Molina aceptaron participar en el siguiente diálogo que tuvo lugar en la librería Casa Usher de Barcelona. Ambos tienen novedad literaria para este Sant Jordi y sus respectivas novelas –«Esta bruma insensata» y «Tus pasos en la escalera»– serán dos de los títulos más buscados este 23 de abril por sus numerosos lectores.
–¿Cuáles fueron sus primeros contactos con el mundo de la lectura?
E.V.M.–Recuerdo la colección Historias en la que aparecían ilustradas «20.000 leguas de viaje submarino» o «La isla del tesoro». Era una mezcla entre lectura y viñetas. Luego se la regalé a mi querido primo. En el momento en el que sentí que me ha hecho mayor me olvidé, algo que me recordó mi primo hace poco. A partir de los quince años empecé a leer más y me interesé, por ejemplo, por «Los cipreses creen en Dios» de José María Gironella.
A.M.M. –Sí, es verdad. Gironella en ese entonces estaba muy de moda.
E.V.M. –Es muy curioso porque en ese momento la adaptaron a la televisión, a la televisión única. Eran capítulos que pasaban en Girona.
A.M.M. –Es que Gironella era en aquel momento importantísimo. Vendía muchísimo.
E.V.M. –Una vez lo vi en las oficinas de Planeta, a lo lejos, y estaba con otros escritores que trabajan allí como Carlos Pujol. Era un autor que se leía muy bien porque era muy lineal. Mi padre era amigo de un escritor llamado Bartolomé Soler, hoy ya olvidado, que escribió un libro titulado «Los muertos no se cuentan». Era una réplica a Gironella.
A.M.M. –A mí me pasó lo mismo con la colección Historias. Con la Editorial Bruguera tenemos una deuda impagable. Empezabas con la revista «Pulgarcito» y seguías con la colección Historias. Luego estaba Libro Amigo donde había maravillas como Dostoyevski o Eça de Queirós. Allí estaba todo. No puedo olvidar la colección de Libro Amigo a finales de los años 70 con las novelas policiales. En la colección Historias descubrí a Julio Verne, pero luego me pasé a la Editorial Molino donde se publicaba completo. Esas fueron mis primeras lecturas.
E.V.M. –En Molino también estaban «Las aventuras de Guillermo».
A.M.M. –Efectivamente. Recuerdo que Mateu tenía una edición preciosa de «Miguel Strogoff» que me regaló mi madre por Reyes y yo ese mismo día me la leí. De «Miguel Strogoff» me acuerdo del disgusto cuando al protagonista le ponen esa espada ardiente y lo dejaban ciego.
E.V.M. –Creo que yo también tuve ese ejemplar.
A.M.M. –Mateu, que también tenía en su colección a «Tom Sawyer», cuidaba mucho las ilustraciones.
E.V.M. –Sí. A veces se olvida que los niños tienen que leer a palo seco, sin imagen. En otro tiempo fue así, pero es muy importante la imagen, una manera para que el texto entre más.
A.M.M. –Nosotros veníamos de leer tebeos, así que aquello era una idea maravillosa. Yo tengo bastantes de esos libros en casa de mi madre y alguno de ellos los han leído mis hijos. Hace poco en Madrid, veo a una niña lectora con gafitas leyendo un libro de esa colección Historias. Seguí andando y vi que alguien había dejado bárbaramente varios ejemplares junto a un contenedor de papel. Me los llevé y me encontré de repente con libros importantísimos para mí, como «La isla misteriosa» porque, como tenía muy pocos libros entonces, lo acababa y lo volvía a empezar otra vez.
E.V.M. –Sí, porque los juguetes se gastaban.
–¿Son escritores que tienen en cuenta su biblioteca? ¿Tienen en cuenta sus lecturas cuando se ponen frente a un nuevo libro?
A.M.M. –Depende del libro que sea. Hay libros que requieren más lecturas y otros que no requieren ninguna. Cuando he hecho un libro que tiene una parte de estudio, no diría una parte de investigación, eso me ha resultado muy estimulante porque me gusta mucho estudiar. Ahora estoy haciendo un trabajo para el Museo del Prado y me dedico a estudiar, lo que me provoca una gran felicidad.
E.V.M. –En mi caso debo decir que nadie me lo había preguntado nunca. Soy consciente de que siempre debo estar en casa para escribir. No soy escritor de cafés. Los viajes los aprovecho para anotar y pensar fuera del escritorio. Cuando empecé a escribir en París, en 1977, recuerdo que en la buhardilla no debía tener más de treinta libros.
A.M.M. –¿Eras consciente de que estabas viviendo un sueño? Para mí a esa edad eso de ir a París y estar en una buhardilla era un sueño de bohemia. Me parecía la bomba.
E.V.M. –En mi caso fue porque había leído «París era una fiesta» de Hemingway. Adoraba no ser escritor sino comprar troncos para la chimenea. Adoraba la idea de llegar a vivir solo. Hay un tópico de Flaubert que dice: «¡La buhardilla! ¡Qué bien se estaba allí a los veinte años!»
A.M.M. –Yo había leído, no sé si la recordarás, una novela llamada «Las corrupciones» de Jesús Torbado, que murió hace poco. Yo estaba en ese momento en Úbeda, donde lo más lejos que ibas era ir a Jaén en autobús de línea, y leía aquello de quien iba a París, estaba junto al Sena bebiendo vino con una sueca...
E.V.M. –En los primeros viajes que hice a París, antes de irme a vivir allí con veinticinco años, quedaba todo eso. Los españoles en París buscaban suecas mientras que en el barrio de Saint-Michel había vino tinto malo.
A.M.M. –Los sueños que se tenían eran anacrónicos.

–¿Releen sus trabajos? ¿Vuelven a sus libro?
A.M.M. –Yo no. Si vuelvo es porque tengo que revisar algo para una traducción o por si me han preguntado algo concreto sobre un libro, pero no.
E.V.M. –No conozco escritores que se relean.
A.M.M. –Philip Roth se releyó entero. A mí me parece eso de una gran vanidad. Philip Roth tenía un sentido de ser Philip Roth. Decidió no volver a escribir y empezó a leerse desde su libro más reciente y acabando con lo primero. Se quedó muy contento. Eso me recordó una cosa que le contó a Elvira Lindo una directora de cine que había trabajado con él. Y es que Roth le leía su obra en voz alta y de vez en cuando se paraba para decir «fucking brilliant!». Estaba encantado.
E.V.M. –Lo raro es que le gustara todo.
A.M.M. –Imagina tener ochenta años y dedicar el tiempo a leer tu propia obra completa. Es una cosa como de Cela.
E.V.M. –Alguna vez que voy a parar a un texto escrito, supongamos que de diez líneas, si me gusta es un problema tremendo porque pienso que escribía mejor. No es que escribía mejor sino que tenía menos prejuicios y pensaba menos. De alguna manera andaba muy suelto, sin meditarlo tanto.
–Si entráramos en sus bibliotecas, ¿qué encontraríamos hoy?
E.V.M. –Es que para contestar a eso debería estar en casa. Manejo muchísimos libros al mismo tiempo. Es decir, los que entran y los que quiero leer. Voy cambiando. Por ejemplo, esta mañana he leído el inicio de la novela de Antonio que comienza en Lisboa.
A.M.M. –Enrique estaba en Lisboa el 11 septiembre de 2001.
E.V.M. –Sí y recibí una llamada de mi padre diciéndome que había empezado la Tercera Guerra Mundial, lo que era una manera de hacerme volver a Barcelona. Estaba en la rua das Janelas Verdes y había un silencio enorme.
A.M.M. –Lo último que estoy leyendo es un libro sobre Chernóbil que compré ayer en Barcelona.