Eduardo Mendoza: «Si tocas el pasado, te manchas»
El escritor barcelonés presenta «El rey recibe», su regreso a la narrativa de ficción desde que ganó el Premio Cervantes
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El escritor barcelonés presenta «El rey recibe», su regreso a la narrativa de ficción desde que ganó el Premio Cervantes.
Eduardo Mendoza no quiere escribir unas memorias. «Lo pensé, pero es que me aburre la idea y aburriría al lector», dijo ayer el escritor y Premio Cervantes en la presentación de su nueva novela, «El rey recibe» (Seix Barral), la primera entrega de una trilogía protagonizada por Rufo Batalla, un peculiar personaje que vive el mismo tiempo que le ha tocado vivir a Mendoza. En el estreno de Batalla, el autor barcelonés nos propone un viaje que se inicia en 1968 y concluye en 1973 con el asesinato de Carrero Blanco. «Aunque es un libro que tiene elementos autobiográficos, como lo es el tiempo cronológico en el que transcurre, no lo son ni el protagonista, ni las cosas que le pasan a él. Sí, hay puntos de contacto entre Rufo Batalla y yo, pero no es un alter ego», aseguró el autor de títulos como «La ciudad de las prodigios» o «Sin noticias de Gurb».
Sobre este sentido autobiográfico, Mendoza subrayó que «esto no son unas memorias disfrazadas, pero parten de la misma idea que podría haber dado lugar a unas memorias. Pensé que quizá tendría que hacer algo distinto, que había llegado el momento, dejando constancia de lo vivido. Los historiadores dejarán constancia de lo que ha sucedido, pero de lo vivido lo harán los testigos presenciales».
En este «El rey recibe», nos trasladamos, especialmente, a Barcelona y Nueva York, viajando por un tiempo en el que el mundo está cambiando, ya sea por los cambios derivados del Mayo del 68 y otras revoluciones culturales y sociales, pasando por unos Estados Unidos que ven cómo por primera vez su presidente debe dimitir por un escándalo como el Watergate. En España, la dictadura se adentra en su recta final, con un Franco anciano que se rodea de ministros como Fraga Iribarne, con el que hay una «leve» apertura en la censura. La decrepitud del dictador va a la par del sistema político en el que está embarcado un país cuyo final tal vez está cerca con el asesinato de Carrero Blanco. Todo ello sirve para que Rulfo Batalla, el antihéroe de Mendoza, sea el hombre que estuvo allí, un testigo directo que se inicia como plumilla. Durante uno de sus reportajes, Rufo conoce a un intrigante príncipe que le pedirá, entre otras cosas, poner por escrito la crónica de su peculiar historia.
«En el cauce de siempre»
¿Pensó el escritor en usar la autoficción como herramienta para escribir esta historia? Eduardo Mendoza reconoce que «lo pensé y me parecía una buena idea, pero ya estoy muy hecho para entrar en unas formas que no son las mías. Yo soy un escritor de novela decimonónica rescatada del baúl, porque empecé a escribir con una experimental, pero formado en la novela del siglo XIX, la de aventuras y la juvenil. De ahí ya no puedo salir. Incluso cuando he intentado hacer una cosa, al cabo de un poco ya estoy otra vez en el cauce de siempre».
Lo que no encontrará el lector es al Mendoza que se ha consagrado como uno de los grandes autores actuales de humor, como ha demostrado en títulos como «El asombroso viaje de Pomponio Flato». «En principio no es una obra de humor, no es una propuesta humorística, aunque hay humor. Como en este personaje adicional que es el príncipe y su corte entra el mundo de ficción mío –que es paralelo al mundo real de la Barcelona y el Nueva York de aquella época–, ahí si que los personajes pertenecen mucho más a ese mundo. Los convoco, pero de una manera controlada».
Tampoco ha querido hacer un ejercicio de nostalgia ni rememorar el verso de Manrique: «Cualquier tiempo pasado fue mejor». «He procurado evitar la nostalgia, pero el pasado si lo tocas te mancha. Y eso es precisamente porque es pasado. Una cosa es ponerte a recrearlo con nostalgia, compararlo, y otra es el cinismo del personaje. Sin embargo, siempre está ese aroma de lo que aquello pasó y pasé yo. La nostalgia no es el tiempo pasado sino el que era yo en aquel tiempo», aclaró Mendoza.
En este transcurrir por el pasado, en querer reconstruirlo, surge la actualidad y el desear construir una verdad oficial o integradora de la Guerra Civil y del franquismo. Se habla de los historiadores, pero, ¿tienen algún papel los escritores en este debate? El autor de «El rey recibe» lo tiene claro y apunta que «eso ya está hecho. Si hay algo que está escrito, descrito, estudiado y analizado en este mundo es la Guerra Civil y la posguerra. Es algo que se ha narrado muchísimas veces. Es inabarcable porque no hay nadie que esté en condiciones de leer ni una décima parte de lo que se ha escrito sobre la Guerra Civil. Que ahora se proponga un proyecto en el que un comité o una persona elijan cuál es la versión oficial y correcta, no creo que se haya dicho en serio. Sí es verdad que todas las formas narrativas son complementarias. La historia rigurosa es necesaria, como es necesaria la ficción y la hemeroteca. Lo importante es saber qué hacemos con eso. Es importante establecer los hechos con rigor y luego ya veremos que hacemos con eso, pero por si acaso, más vale que se sepa la hora, la fecha, quién lo dijo...».
Al mirar al pasado y al narrarlo con esa fuerza literaria, puede surgir la duda si hay una vocación didáctica en el Mendoza de «El rey recibe» y los libros que seguirán dentro de esta serie. Él mismo aseguró que «no tengo una vocación didáctica, pero es inevitable que cuando alguien dice una cosa con la que no estoy de acuerdo –y creo tener argumentos sólidos para no estar de acuerdo–, pues me esfuerce por decirlo. Por ejemplo, cuando se dice que éste es un fascista, yo digo, usted no lo sabe, porque yo sí sé lo que es un fascista, aunque sea un poquito de segunda mano. Digo que no se llame fascista a uno que ha dicho no sé qué. Un nazi es un miembro del partido nacionalsocialista, no uno que quiere que una calle se llame de una manera concreta. Es decir, puede ser un reaccionario, anticuado, es un utópico, pero no uses las palabras mal usadas. Por tanto, en el momento en el que uno escribe, necesariamente, por más que haya un elemento de frivolidad en la ficción, uno sabe que alguien lo va a leer y que lo va a leer de una manera pasajera, pero puede que en algunos casos no y que se emplearán argumentos. Así que el afán por definir algunas cosas, aunque sea con cuidado, está presente».
El gato de Crumb
El primer impacto que tiene el lector ante el nuevo libro de Mendoza lo ocasiona la portada. En ella el protagonista es Fritz, el gato creado por Robert Crumb, el dibujante «underground» tan parejo a la revolución cultural que se vivía en San Francisco a finales de los años 60. Con su aspecto despreocupado y su mirada cansada, el felino se dibuja como una interpretación zoológica del Rulfo Batalla de Mendoza. «Ha sido una elección personal porque Fritz es un personaje que me gusta mucho, muy característico de una época, que incluso llegó a protagonizar una película de dibujos animados que fue calificada como X. Afortunadamente, no ha tenido siete vidas como otros gatos de dibujos a través de “merchandising” diferentes. Este dibujo es pura sugerencia», dijo.
Este personaje de Crumb tuvo no pocos problemas con la censura. Mendoza también la vivió. Al hablar de ella explicó que «en aquella época había unas características muy fuertes que marcaban la dictadura, la censura, aquella sociedad era como era, había cosas muy nocivas que ahora no tomamos en consideración, y otras que ahora nos parecen terribles y que en aquella época todo el mundo sabía como sortearlas». También la censura iba asociada, en el recuerdo del escritor, con el hecho de «hacer la “puta i la Ramoneta”, que era un mérito por sí mismo». Para hablar de la recta final de la censura habrá que esperar a la próxima entrega de Rufo Batalla.