El cine japonés deja de sentir
El director Nagisa Ôshima, autor de la cinta erótica de culto «El imperio de los sentidos», fallece a los 80 años a causa de una neumonía
«No me gusta que me llamen samurái, pero tengo que admitir que la imagen que tengo de mí mismo es la de un luchador. Me gustaría luchar contra todo tipo de autoridades y poderes». Nagisa Ôshima construyó su filmografía sobre los pilares de la transgresión en un país herido por la guerra. El Estado japonés, derrotado por Estados Unidos, quería brindar a su población una cultura contenida, convencional y amable, a la que Ôshima se opuso frontalmente. La violencia, la política, el sexo y el sadomasoquismo se convirtieron en los temas de una obra sin concesiones que miró de frente el lado más oscuro del ser humano y dio la espalda al refinado cine japonés tradicional.
Cine que quema la garganta
«El imperio de los sentidos», un drama sobre una pareja que lleva el sadomasoquismo hasta sus últimas consecuencias, y estrenada en 1976, catapultó su fama a nivel internacional. Prohibida en Japón –donde todavía no se puede ver la versión completa– y censurada también en Reino Unido y en el Festival de Cine de Nueva York, la cinta le abrió las puertas de la producción internacional gracias, principalmente, a su inclusión en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. Dos años después, triunfaba en este certamen con «El imperio de la pasión», una coproducción con Francia por la que logró el premio al mejor director en este certamen. Su relación con el país galo se estrechará durante los años siguientes: es en Francia donde Ôshima entra en contacto con el universo de Luis Buñuel (al que nombró como su director favorito), cuyo guionista habitual, Jean-Claude Carrière, firma otra de sus películas más célebres, «Max, mi amor» (1986), donde explora los límites de la zoofilia.
Su transgresión, sin embargo, no se limitó a los temas: el cineasta explotó de forma magistral los recursos de la pantalla panorámica. Su ruptura con los aspectos formales del cine clásico japonés, con Yasujiro Ozu como máximo exponente, hizo que, desde Occidente, la crítica le viera como la respuesta asiática a Jean-Luc Godard, y desde Oriente, como el gran maestro de la «nueva ola» del cine japonés, etiqueta que él siempre rechazó. La firme determinación a que su obra estuviese libre de la complaciente tendencia de la cultura promovida por el Estado, en la que abundaban los planos de cielos soleados y gente descansando en los tatami, fue de tal envergadura que rechazó el uso del color verde, del que hablaba como «demasiado confortante» por su asociación con la naturaleza, el tradicional jardín japonés y el consuelo del hogar. En su lugar, confesó en varias ocasiones su fervor por el rojo. «Estoy de acuerdo en una cosa con Ozu. Una vez dijo que sólo podía hacer "películas tofu". Es lo único que sabía cocinar, por lo que no podía hacer "películas filete". Tengo la sensación de que lo que yo he hecho en mis obras se parece bastante al sake. A veces, mis filmes se acercan al sabor rico que puede tener esta bebida; otras, se convierte en el tipo de sake que te quema la garganta», explicó en una entrevista el director.
Más allá de Kurosawa
Su distancia con Ozu y con el otro gran director japonés, Akira Kurosawa, fue inmensa. Frente a éstos, los máximos representantes del cine clásico, no sólo en Asia, sino en todo el mundo, y muy cercanos al estilo desarrollado durante la misma época en Hollywood por John Ford, Ôshima se erige en el gran renovador y en la inspiración de una generación de cineastas y actores de su país. A esta renovación también se sumarán directores como Shoehi Imamura («Los pornógrafos» y «La balada de Narayama»), Kaneto Shindo y Susumu Hani. De la filmografía de Ôshima de aquellos años destacan «Los placeres de la carne» (1965), «Los Ninjas» (1967), «Diario de un ladrón de Shinjuku» (1968), «El muchacho»(1969), y «Murió después de la guerra» (1970). Años después, su influencia seguía vigente: el reputado cineasta Takeshi Kitano se dio a conocer internacionalmente como actor en una cinta suya, «Feliz Navidad, Mr. Lawrence» (1983), en la que compartió cartel con el músico David Bowie. En esta película, Ôshima cuenta la relación de obsesión sexual que se establece entre un prisionero inglés y un capitán japonés (el también músico Ryuichi Sakamoto) durante la II Guerra Mundial. En 1996 sufrió un infarto cerebral que le obligó a abandonar temporalmente el cine, al que regresó en 1999 para rodar la que sería su última película, «Taboo» («Gohatto»). Ayer, con 80 años, falleció en un hospital de Tokio a causa de una neumonía.
El detalle
EL PAPEL DE SU VIDA
Ôshima dio David Bowie el que probablemente sea su mejor papel en la gran pantalla. Fue en 1983, en «Feliz Navidad, Mr. Lawrence», en la que el músico interpreta a un prisionero inglés inmerso en una tórrida relación homosexual.
Todo Ôshima, en el festival de San Sebastián
Ôshima conocía bien el certamen donostiarra, al haber formado parte de su jurado en la edición de 1987. Precisamente, el festival anunció hace meses una retrospectiva de su filmografía, que reúne todos sus largometrajes rodados para la gran pantalla, lo que permitirá dar a conocer algunos títulos, como «Aito Kibo no Machi» (en la imagen, detalle de un fotograma), que nunca fueron estrenados en España. Se celebrará del 20 al 28 de septiembre.