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El cine y su «peligrosa» eficiencia propagandística

El discurso del director austríaco fue el mejor ayer en Oviedo. Un muy crítico Michael Haneke reflexiona sobre la capacidad manipuladora del séptimo arte, sobre su poder y responsabilidad
larazon

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Hace un año, en el Museo del Prado, se produjo la colisión frontal entre dos genios: el talento cinematográfico de Haneke y la imaginaria visión pictórica que Goya derrochó en las «Pinturas negras». Un cruce de miradas que sirvió al realizador austríaco de arranque para una sincera reflexión sobre el cine que, con toda probabilidad, casi nadie esperaba. «Ni siquiera se puede dar por seguro que mi propio campo de trabajo, el cine, se pueda considerar arte. Desde su invención a principios del siglo pasado, el carácter de feria de la mayor parte de su producción ha hecho todo para impedirlo». Con esta dura aseveración, Haneke, vestido todo de negro, comenzó su indagación sobre la naturaleza del séptimo arte y los condicionantes que coartan su libertad y la del espectador: «Es la más cara de todas las producciones artísticas y la más efímera y dependiente del mercado». Explicó que el cine obliga a sus creadores a «encontrar un público lo más amplio posible para cubrir los costes de producción y asegurar la posibilidad de seguir trabajando» y apuntó que este condicionante no permite errores. «No son tolerables: el que los cometa repetidas veces, difícilmente tendrá la oportunidad de seguir trabajando». Recordó la competencia de unos medios de comunicación de masas que «con su trivialización de los criterios estéticos y de contenido, forzada por la dependencia del índice de audiencia, no representan precisamente una escuela audiovisual compleja para el público potencial del cine», y, por supuesto, denunció, en comparación con la situación del cine en Europa, «la abierta dictadura del mercado estadounidense, en la que el éxito de una película se mide exclusivamente en dinero contante». Pero lo más duro de su discurso, el mejor de los que ayer se escucharon en el teatro Campoamor, lo reservaba para el final. «Ni la literatura ni el teatro han conseguido alejarse tanto de su propia vocación. Las artes plásticas han llegado como mucho a carteles de propaganda y la música a las marchas militares; el cine, con su peligrosa eficiencia en temas propagandísticos, ha puesto en peligro el destino de miles de personas. Me parece demasiado fácil negarles sin más a estas películas su carácter artístico, señalándolas como meros desvaríos. No se puede negar a cineastas como Riefenstahl o Eisenstein su alta capacidad estética». Así, el cineasta inició un análisis sobre la relación entre propaganda y cine en el mundo actual capaz de desasosegar a muchas conciencias. Y Haneke no fue, para nada, complaciente, sino muy crítico: «El cine es un medio de avasallamiento. Ha heredado las estrategias efectistas de todas las formas artísticas que existían antes que él y las usa eficazmente. En eso radica la fuerza del cine y su peligro». A continuación, con una serie de inquietantes interrogantes dirigidas al público, disertó sobre la manipulación del espectador y dejó abiertas unas cuestiones que no quiso ni deseó responder: «Ninguna forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente al receptor en la víctima manipulada de su creador como en el cine. Este poder requiere responsabilidad. ¿Quién la asume? ¿Surge la fundada desconfianza de aceptar el cine como forma artística de esta responsabilidad tan frecuentemente no asumida? ¿La manipulación no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad y el respeto ante el tú del receptor una condición básica para hablar de arte en general?». Haneke es igual de directo es sus filmes como en sus discursos. Ni en sus películas ni en su escritura intenta ocultar la realidad con torpes enmascaramientos. Y, por lo visto, la misma franqueza emplea para disertar sobre su profesión: «Demasiadas veces el cine ha traicionado esa regla básica interhumana, que precisamente es también una regla básica de la producción artística. La manipulación sirve para muchos fines, no sólo políticos. También atontando a la gente uno se puede hacer rico». Haneke, que tuvo una mención para Mortier, el director del Real que trajo su montaje de «Cosi fan tutte» a Madrid, explicó el sentido de estas palabras al final de su intervención: «Si se quiere honrar el cine en la categoría de las Artes a través de este Premio tan reconocido y, por lo tanto, ennoblecer una forma artística, pienso que es oportuno recordar estas condiciones».