El disparo invisible de Dahl-Wolf
PHotoEspaña homenajea a una de las pioneras de la fotografía de moda, portadista de «Harper’s Bazaar», que siempre supeditó su maestría al objeto publicitado
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PHotoEspaña homenajea a una de las pioneras de la fotografía de moda, portadista de «Harper’s Bazaar», que siempre supeditó su maestría al objeto publicitado
Sólo lo efímero permanece. Lo que se levanta con expreso deseo de perdurar (los monumentos a los tiranos, las fronteras, el amor en general...) acaba por desmoronarse. En su lugar únicamente queda lo que en su día se pensó coyuntural. Así pasa con la fotografía de moda (un puro pleonasmo de lo fugaz), instantáneas que sólo apiraban a negociar con la fantasía de la lectora durante toda una semana, un mes a lo sumo, antes de acabar envolviendo pescado. Hoy aquellas portadas de «Harper’s Bazaar», «Vogue» o «Vanity Fair» cargadas de contraseñas generacionales, de reclamo urgente, son tan «musealizables» como la gran pintura, y los Avedon, Horst, Penn y Beaton, artistas equiparables a los maestros del pincel y el cincel del siglo XX.
En esa tendencia hacia la consagración de los precursores de la moda (ya sean diseñadores como fotógrafos) encaja a la perfección la figura de Louise Dahl-Wolfe, quien, aunque un peldaño por debajo en cuanto a reconocimiento y fama mundial, fue considerada por muchos de sus colegas de profesión un puntal del mismo. Una exposición inaugurada ayer en el Círculo de Bellas Artes dentro de PHotoEspaña 2016, rescata el trabajo (especialmente en la moda, pero también en el retrato y el desnudo) de una mujer que, según señala Olivia María Rubio, directora de arte de La Fábrica, «nunca consideró la fotografía como arte en un tiempo en el que, por lo demás, ésta todavía no había alcanzado su pleno reconocimiento, y percibió su trabajo comercial como arte popular; ello hizo que se situara en los márgenes de la fotografía y no reivindicara su lugar como una de las grandes creadoras que fue».
La escuela es el dibujo
Antes que fotógrafa, Louise Dahl-Wolfe (1895-1989), norteamericana de origen noruego, quiso ser pintora. Su formación en el San Francisco Institute of Art fue capital a la hora de transitar por el mundo, aún en pañales, de la imágen analógica. Años después, Dahl-Wolfe seguiría reivindicando el dibujo como la base de toda su producción posterior: «Cuando deseas aprender los principios del diseño y la composición fotográficos, una escuela de arte es la mejor opción. Dibujar desnudos en una clase en vivo me ayudó enormemente en la fotografía de moda y me hizo consciente de la diferencia entre los cuerpo de hombre y de mujer, tanto en forma como en movimiento».
Su llegada a la redacción de «Harper’s Bazaar» le permitió desarrollar las potencialidades artísticas y técnicas de la fotografía de moda, que por entonces (años 30) arrancaba una gloriosa edad de oro. Dahl-Wolfe, junto a las editoras Carmel Snow y Diana Vreeland, quitaron las incipientes telarañas de la revista, fundada en 1867, y, alejándose cada vez más del artificio y la pomposidad de los años 30, dieron forma a un canon de belleza y sofisticación relajada en sintonía con los nuevos tiempos. Las fotografías de Dahl-Wolfe, sencillas en lo compositivo, encajaban a la perfección con la pureza formal de los vestidos de Balenciaga o Dior que las modelos lucían en sus sesiones de los años 50. A diferencia del desarrollo posterior del género, la fotógrafa ponía su talento al servicio del vestido. Su maestría era silente y la escenografía, transparente. «En la actualidad –decía en los años 80–, me mata de los fotógrafos de moda cuando trabajan con un cuerpo que se retuerce de forma antinatural con el ánimo de mostrar tanto el frente, de cintura para arriba, como la falda, de costado».
«Pintar con la luz»
Aseguraba Dahl-Wolf que el cometido del fotógrafo era «pintar con la luz». Y esos principios los llevó a cabo en sesiones míticas por medio mundo, también en la España de posguerra. Los exteriores pasaron con ella a incorporarse a las portadas de «Harper’s Bazaar» y al conjunto de las revistas de moda. La prenda brillaba en su contexto concreto: playa, montaña, ciudad... Durante los más de 20 años que trabajó para la popular publicación (entre 1936 y 1958), firmó 86 portadas y 600 instantáneas sin dejar ni un momento de considerar su trabajo «un arte menor» mientras la generación de los grandes fotógrafos estrella (Richard Avedon, Helmut Newton...) estaban empezando a «disparar» en lontananza. Para John P. Jacob, del Smithsonian de Washington, la «invisibilidad» es la enseña del trabajo de la norteamericana. «La finalidad de la fotografía no es llamar la atención sobre sí misma, sino atraer hacia el objeto. El gran logro de Dahl-Wolfe fue crear un estilo de fotografía más natural, coherente con la moda de ese momento, que era más informal». Así, sintonizando totalmente con el devenir de la moda de los 30, 40 y 50, dejándose correr con lo efímero del vestido y el obturador, Dahl-Wolfe ha logrado perdurar como precursora en una disciplina que, desde las portadas desechables, ha alcanzado los museos.