Historia

Historia

El «Don Bosco» español que se hizo pasar por traficante de órganos infantiles

El sacerdote Ignacio María Doñoro trabaja a imagen del salesiano italiano, que hizo una enorme labor dando una nueva vida a niños desfavorecidos

El sacerdote y antiguo capellán castrense, junto a algunos jóvenes de la fundación
El sacerdote y antiguo capellán castrense, junto a algunos jóvenes de la fundaciónlarazon

El sacerdote Ignacio María Doñoro trabaja a imagen del salesiano italiano, que hizo una enorme labor dando una nueva vida a niños desfavorecidos

Todo empezó allí, en los cerros de Panchimalco, en la República de El Salvador. Corría el año 1994, cuando, haciéndose pasar por traficante de órganos infantiles, el sacerdote español Ignacio María Doñoro se adentró en «el Bronx salvadoreño» donde las mafias campaban a sus anchas y la vida ajena carecía por completo de valor.

Nadie con dos dedos de frente hubiese puesto los pies allí. Nadie, salvo un hombre de Dios como él, antiguo capellán castrense del cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo, al norte de San Sebastián, durante los terribles años de plomo. Si las amenazas de ETA no lograron doblegarle entonces, tampoco aquel nuevo reto intimidatorio surtió el menor efecto disuasorio en él.

A su lado permanecía trémula, eso sí, una religiosa sin hábito que poco antes le había espetado: «¡Pero, padre! ¿Está usted loco? ¡Nos van a matar!». Él se limitó a calmarla: «¿Qué importa, hermana, morir de un disparo o con parches de morfina?». La monja tenía cáncer. Una vez allí, el padre Doñoro mantuvo la sangre fría, aunque el corazón le latiese a mil por hora: «¿Cuánto vale este muchacho?», inquirió al traficante. Las miradas confluyeron en un chaval de 14 años, que se orinó encima de miedo. El pobre sabía que muy pronto lo matarían para extraerle los ojos o los riñones y poder implantárselos a otros niños de familias pudientes en el extranjero.

«Sus padres tenían cuatro hijas y habían vendido ya a Manuel, que sufría una parálisis», recuerda hoy el sacerdote. Poco antes, el padre Doñoro había recibido su primer donativo, equivalente a 20.000 euros. Pensaba que los traficantes pedían 25.000 euros por la vida del niño y estaba dispuesto a negociar con ellos. «Acabamos de venderlo», repuso el tratante. «¿Cuánto vale?», insistió él, sin arrojar la toalla. Al cambio del colón salvadoreño, el precio resultó ser al final de 25 euros. ¡La vida de un niño valía 25 euros! Doñoro respiró aliviado: «Le ofrezco 26 euros por él», resolvió.

Después, introdujo al chaval en la camioneta a empellones. El vehículo se alejó lo más rápido posible. «Al cabo de unas horas, mientras el médico auscultaba a Manuel, vi en sus ojos la mirada agradecida de Dios», comenta, aún conmovido. La mirada agradecida de Manuel germinaría, años después, en la fundación del Hogar Nazaret, en el corazón de la Selva Amazónica. En concreto, en el Huallaga central de la Región de San Martín, en Perú.

«No pude decir que no a Dios

–explica su fundador, a punto de cumplir treinta años de sacerdocio–. Aquellos que estáis enamorados, sabéis que el amor te atrapa y acorrala. No deja opción. Y veo al Amor, con mayúscula, en los más pobres. Reconozco su rostro, en medio del sufrimiento, en las puertas del infierno, rescatando niños abandonados».

Víctimas de abusos

El Hogar Nazaret acoge hoy a 82 niños abandonados por sus padres, víctimas de abusos sexuales o condenados a ser descuartizados para el comercio internacional de órganos. Criaturas de Dios que, como Manuel, vuelven a nacer y encuentran allí a un padre tierno y solícito que se desvive por ellos aun a costa de arriesgar su propia vida. «Antes vivía cómodamente, con mi sueldo de comandante castrense, vivienda y hasta chófer particular. Pero en los diez años que llevo aquí, tengo todo aquello que no se puede comprar con dinero: la satisfacción de ofrecer un futuro esperanzador a tantos niños rescatados del mismo infierno», advierte el padre Doñoro.

Este «Don Bosco» español, como antaño hiciese el fundador de los Salesianos, dedica hoy su vida entera a los niños y jóvenes más desfavorecidos. Todos los días celebra la Santa Misa con sus «niños crucificados», como él los llama.

El Hogar Nazaret muy pronto estará consagrado a San José, completando así la Sagrada Familia de Nazaret. Aunque el padre Doñoro no está solo, necesita ayuda económica para seguir adelante. De lo contrario, si el Hogar Nazaret llegase a cerrar, los infortunados niños volverían a ser explotados como esclavos en la minería o apresados por los pederastas en los burdeles. La obra atraviesa ahora por momentos de gran dificultad. Su página web (www.hogarnazaret.es) sigue siendo el vehículo para mantenerla viva. ¡Cuántos niños, como Manuel, volverían a nacer también...!

«¡Vas a morir, cura!»

El 14 de marzo de 2015 le dieron por muerto. Nos lo cuenta el propio padre Doñoro: «Tres hombres armados entran por la terraza. “¡Vas a morir, cura!”, vociferan. Instintivamente propino una patada a uno de ellos. Los tres me golpean en la cabeza con la culata de sus pistolas. Noto la viscosidad de la sangre. Me arrojan al suelo, atándome de pies y manos, y pateándome hasta que pierdo el conocimiento.

Cuando lo recupero, dos de ellos saltan encima. Advierto cómo se mueve el cuerpo; ya no siento dolor. Quizás me han dejado parapléjico. Tengo que rezar... La idea de entrar por la sala de urgencias en el Cielo me hace sonreír. En tan solo cuatro años, he enfurecido sobremanera a estos pobres desgraciados, sacando a muchos niños del infierno de la minería...».