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El enigmático camino de los chinos al centro de Londres

El descubrimiento de dos esqueletos de origen oriental en el Londres romano ha revitalizado el interés por los contactos entre China y Roma, dos imperios que dominaron sus correspondientes áreas geográficas y que mantenían lazos comerciales, además de un mutuo respeto, como demuestran los testimonios que se conservan de los contactos que mantuvieron.
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El descubrimiento de dos esqueletos de origen oriental en el Londres romano ha revitalizado el interés por los contactos entre China y Roma, dos imperios que dominaron sus correspondientes áreas geográficas y que mantenían lazos comerciales.
Uno de los argumentos para novelas de «ficción histórica» más sugerentes de los últimos años ha recreado la posible relación de la Roma antigua con la China de la dinastía Han (206 a. C.-220), llegando a lindar en lo que se ha dado en llamar «ucronía»: es decir, ¿qué hubiera pasado si las legiones romanas se hubieran enfrentado al imperio chino? Los mimbres para estas ficciones, por supuesto, proceden de algunos episodios controvertidos o directamente legendarios que apuntan a un contacto entre ambos mundos. Y así, escritores como Ben Kane, Santiago Posteguillo y Valerio Massimo Manfredi han ficcionalizado una serie de episodios interesantes que inducen a pensar en una mayor interrelación entre Oriente y Occidente de la que se ha estudiado tradicionalmente. El más conocido de ellos, la leyenda de la «legión perdida» de Craso, del que hablaremos al final. Primero, lo que dicen la teoría, los datos y las fuentes.
El reciente hallazgo de dos esqueletos de probable origen chino en la antigua Londinium ha vuelto a poner de actualidad un tema tan apasionante como el de las relaciones chino-romanas en la antigüedad y la necesidad de estudiar la historia desde un punto de vista global y no sectorial. Aunque ya el filósofo alemán Karl Jaspers definió la Era Axial (el periodo que transcurre entre el 800 y el 200 a. C. y sobre todo el siglo VI a. C.) como la época de génesis del pensamiento en una perspectiva comparada griega, persa, india y china y otros eruditos de la historia y la Filología han abogado por un estudio transversal e interrelacionado, hay que decir que este tipo de aproximaciones sigue siendo, por desgracia, muy minoritario en nuestro mundo académico.
Los imperios más poderosos del mundo antiguo, el Romano y el dominio de la antigua dinastía Han en China, coexistieron separados por varios estados intermedios, como los partos, por lo que su interacción se tiene tradicionalmente por muy limitada. Pero unos y otros, ciertamente, se conocían: para los romanos, China era «Serica» y los chinos eran llamados «seres», una denominación problemática, mientras que los chinos conocían a los romanos –y posteriormente a los bizantinos– como «Daqin». Los geógrafos grecolatinos se refieren a China como el «país de la seda» («Serica» y «seres» vienen del nombre griego para la seda, «serikós»), aunque también pueden aludir así a un amplio elenco de lugares del Oriente. Por otro lado, no deja de ser curioso que los chinos se refiriesen a los romanos, sobre todo los más tardíos y orientales, como «Gran Qin», siendo Qin la primera dinastía imperial china, antes de Han, en la creencia de que el Imperio Romano había derivado del chino a través de la ruta de la seda. En todo caso, es obvio ya desde la propia Filología que el comercio fue clave en las relaciones chino-romanas, como también atestiguan la numismática o la arqueología, con hallazgos que certifican esta interrelación.

Abriendo el camino

Más allá de la geografía y cartografías difusas en el mundo antiguo en ambos extremos, con descripciones de fuentes indirectas y plagadas de leyendas, hay testimonios de contactos, embajadas y viajes históricos. Los antecedentes se encuentran en las expediciones de Alejandro Magno, que llegó a las estribaciones del Hindu Kush y el Punjab, y cuyos sucesores establecieron una monarquía greco-bactriana no especialmente duradera pero que dejó un importante y fascinante legado en Asia. La presencia griega en parte de los actuales territorios de Afganistán o el norte de la India constituyó una zona de paso entre Oriente y Occidente. En Roma, la primera embajada de un representante de los «seres» parece que fue en época de Augusto. Posteriormente, y en el marco de las exitosas campañas occidentales de Ban Chao, en el año 97, se envió a un embajador llamado Gan Ying para explorar el lejano oeste. Gan Ying no llegó sino hasta la frontera oriental del Imperio Romano, pero parece que dejó un relato con una descripción de éste. También parece que hubo un viajero, seguramente macedonio, de nombre Maes, que llegó a los confines de China a finales del siglo I o principios del II y, en torno a la misma época, hay documentado un viaje de acróbatas griegos a la corte china. La primera embajada romana en China data, según fuentes chinas, de 166, cuando un grupo de legados del «rey de Daqin, Andun» (quizá Antonino Pío o Marco Aurelio), llegó a la corte del emperador chino. Los chinos registraron también la llegada en 226 de un comerciante romano, que demuestra la relación comercial romana con el sudeste asiático, y la visita de un emisario romano con regalos en el año 284.
En época bizantina, cuando en China empieza a usarse otra denominación, la de «Fu-lin», para hablar del Imperio Romano de Oriente, se intensifican las relaciones, seguramente a raíz del control estatal bizantino del comercio de la seda y el deseado control de esta ruta. En efecto, en el siglo VI Justiniano crea este monopolio estatal que pretendía proporcionar a Bizancio riqueza y prestigio merced a su situación estratégica entre Oriente y Occidente: la manufactura e importación de seda. Para ello era crucial mantener una relación fluida con «el país de la seda». La primera embajada bizantina documentada en China data del reinado de Constante II (641-668) y parece que, por su parte, China estuvo muy al tanto del devenir de los conflictos entre el imperio bizantino, los persas sasánidas y, posteriormente, los árabes. Se informaron de la caída del Imperio sasánida o de los asedios árabes a Constantinopla, entre otros eventos. Otros contactos importantes desde el mundo bizantino procuraron una tímida presencia del cristianismo en el mundo chino, gracias a los misioneros nestorianos desde el siglo VII. También mantuvieron contactos con el lejano Oriente los emperadores bizantinos Miguel VII y Alejo I Comneno.

La legión perdida

Más fascinan aun hoy los posibles contactos militares, que han dado lugar a las novelas mencionadas al principio. Hay una leyenda sobre lo que ocurrió con los prisioneros romanos de la desastrosa batalla de Carras (53 a. C.), donde fue vencido, muerto y decapitado por los partos el gran ejército de Craso, como cuenta magistralmente Plutarco. La llamada «legión perdida» de prisioneros, llevada hacia la frontera oriental de los partos por el rey Orodes. Su destino es desconocido. El sinólogo Homer Dubs especuló en los años 40 –en un controvertido artículo llamado «A Roman City in Ancient China»– que estos romanos llegaron a enfrentarse con las tropas Han en esa frontera oriental, según crónicas que refieren la táctica de lucha de una guarnición en «formación de escamas de pescado» (¿la formación testudo?) en un asedio en 36 a. C. Aunque derrotados y capturados por los chinos, según esta tesis, se les permitió asentarse y fundar una ciudad llamada Liqian (¿«legión»?) en el noroeste de China. Poco crédito ha tenido esta teoría hasta hace poco, pero las pruebas de ADN efectuadas en 2005 en la moderna Liqian, que apuntan a un componente notable de europeos en la población, junto al interesante hallazgo de los esqueletos chinos en la Londres romana, nos recuerdan, una vez más, que la historia, más allá de una u otra hipótesis de trabajo, no puede estudiarse de ninguna manera en compartimentos estancos.