El mal de ojo de La Gioconda
La «Mona Lisa» no es un cuadro. Es un espejo. Y cada loco que se asoma a la pintura encuentra el exacto retrato de su locura. De ella se ha dicho de todo: que está alegre, que está triste, que sonríe y que no sonríe, que es Lisa Gherardini, que es un autorretrato, que es un chico, que está embarazada, que padece bruxismo (sí, tal cual), que sus ojos esconden un código de letras, que tenía sífilis y que era una prostituta. Un verdadero «sfumato» de leyendas. Más que un lienzo, «La Gioconda» es el Aleph que atrae a cada lunático, demente y chiflado de este orbe; el anillo único que los reúne y concentra a todos. Cada perturbado, alienado o novelista desprevenido que se asoma por sus aristas atisba misterios, secretos, fuentes de revelaciones eternas que han pasado desapercibidas a filósofos, matemáticos y sabios (vaya por Dios).Y, sin embargo, ninguno repara en lo más evidente: no tiene cejas. Lo que más ha obsesionado a la humanidad a lo largo de los siglos ha sido la existencia de la Atlántida, quién mató a JFK, si existe el área 51 y la «Mona Lisa» (no precisamente en este orden). El grado de esquizofrenia alrededor de esta obra es semejante a los fans que aún piensan que Elvis está vivo y aquellos americanos que pensaban que los ovnis eran una invención soviética. Durante centurias, el espectáculo de este óleo era su fabulosa técnica, pero en algún momento de la historia se abrió la caja de Pandora de la estulticia y el cuadro se manchó con un sinfín de teorías, a cada cual más absurda, que, al igual que los barnices que amarillean su superficie, impiden apreciarlo en su belleza. Antes, los artistas admiraban su sonrisa por la genial técnica que el maestro depositó en ella. Pero el asombro se trocó en una decantación de despropósito y, ahora, después de pasar por los labios, la colocación de las manos, el cabello o los ojos, le ha tocado el turno de especular sobre la mirada. Y sepan que la conclusión de un estudio asegura que «La Gioconda» no les mira. O, al menos, eso dicen dos investigadores del Citec (Cluster of Excellence Cognitive Interaction Technology) basándose en un trabajo empírico realizado con 24 sujetos. Los científicos están henchidos de orgullo por su aportación, probablemente ajenos a que su resultado les importará un carajo a los japoneses que van al Louvre y soportan unas colas mefistofélicas para sacarse un «selfie» de espaldas al cuadro. Habrá visitantes a los que esto les defraude y piensen con tristeza: «La “Mona Lisa” no me mira...». Pero existe algo apaciguador en eso de que sus pupilas no sean como las de los santos de las iglesias, que escrutan sin cesar en tus pecados y no hay manera de escapar de ellas. Ahora que se ha explorado la mirada, solo queda una cosa: que usemos los ojos para ver la obra de arte y no el icono. Justo lo que a nadie le interesa.