El «Museo» de Gael García Bernal atraca la Berlinale
El mexicano Ruizpalacios eleva el nivel de la sección oficial con la historia real de dos estudiantes de clase media que en 1985 robaron numerosas piezas de valor del Museo Nacional de Antropología de México DF
El mexicano Ruizpalacios eleva el nivel de la sección oficial con la historia real de dos estudiantes de clase media que en 1985 robaron numerosas piezas de valor del Museo Nacional de Antropología de México DF.
«Esta historia es una réplica del original», reza una cartela al inicio de la magnífica «Museo», la película de Alonso Ruizpalacios que elevó (¡por fin!) el mortecino nivel de la sección oficial de la 68 edición de la Berlinale. El «original» es el caso real de dos estudiantes perpetuos de veterinaria, que pertenecen a la clase media de un suburbio de México DF, y que, la noche de Navidad de 1985, roban un montón de piezas de valor incalculable del Museo Nacional de Antropología. Como toda «réplica», y eso se aplica a la vida y al arte maya, el resultado tiene el aspecto de un original; o lo que es lo mismo, es una copia que emana idéntico aroma de verdad. Como nos recuerda la propia película: «Nunca dejes que la realidad se interponga en una buena historia».
En «Güeros», con la que Ruizpalacios ganó el premio a la mejor ópera prima en la Berlinale 2014, ya se notaba la fascinación por lo que el cineasta denomina «la juventud perdida». «Lo que más me interesó del caso es que este robo no lo perpetró un grupo organizado de delincuentes sino dos treintañeros que no sabían qué hacer con su vida», explicó. «La película muestra un cierto sentido de identidad nacional en conflicto con una identidad personal en crisis. La historia me funcionaba como perfecta metáfora de la sociedad mexicana, absurda pero fascinante y muy llena de energía».
El viaje que emprenden Juan (excelente Gael García Bernal) y Benjamín (notable Leonardo Ortizgris) desde las ruinas mayas de Palenque hasta el Acapulco más decadente es, además de una «road movie» que serviría como magnífico acompañamiento de «Y tu mamá también», un recorrido por los géneros del cine popular, que Ruizpalacios evoca con una nutrida traca de recursos expresivos. La banda sonora de un péplum histórico introduce la escena del robo, ejecutada en silencio y con guante blanco con «Rififí» como modelo. Hay espacio para las aventuras exóticas, el cine de destape y la serie B karateka.
Lejos de resultar arbitrario, ese «melting pot» construye el imaginario de una cultura rica en imágenes y plaga de referencias, que «Museo» reivindica abiertamente con el entusiasmo con que el protagonista Juan defiende la denominación de origen de las piezas que ha robado ante el inglés que quiere (o no) comprarlas.
Dos padres médicos
Ruizpalacios se preocupa de anclar emocionalmente la deriva de sus personajes en la relación que tienen con su familia, en especial en el caso de Juan. «Cuando descubrí que su padre era médico –explicó– encontré en él un espejo. El mío también era doctor y me resultó muy fácil entender su drama, que no es otro que el de un hijo que no puede colmar las expectativas de su padre». Juan es la oveja negra del clan, y sobre él pesa la responsabilidad de seguir decepcionando a quien le exige y le vigila. En su viaje existencial, que Ruizpalacios comparó con el de «Crimen y castigo», su conmovedora redención pasa por aceptar su destino como perdedor.
En la rumana «Touch Me Not», de Adina Pintilie, la sexualidad se percibe como síntoma inequívoco de qué lugar queremos ocupar en el mundo y cómo queremos relacionarnos con él. La cineasta rumana convoca a su solemne sesión de «mindfulness» a una serie de personajes –dos de ellos interpretados por actores, el resto por personas reales– cuyos vínculos con el cuerpo y la identidad sexual definen, por ponernos tan trascendentes como la propia película, su mayor o menor grado de paz espiritual. Está la mujer madura que tiene que (re)aprender a acariciar, el joven que ha de derribar el muro que le separa de sus emociones, el «escort» que filosofa sobre gestos y orgasmos, el transexual cincuentón que parece encantado de prostituirse, y el discapacitado que vive una sexualidad plena.
Las escenas dramatizadas se mezclan con testimonios reales, y las orgías con las terapias de grupo. La película se debate entre la ficción y el documental de una forma tan arrogante, pretenciosa y opaca como fracasada en su intento de estimular las zonas erógenas del cine. Si su intención es crear un espacio de intimidad hecho de imágenes corporales, sensuales, que eliminen la distancia entre el cuerpo del Yo y el del Otro, su obsesión por intelectualizar cualquier instinto o impulso, de saturar de verborrea ayurvédica los traumas (nunca explicados, siempre envueltos de una neblina teórica que resulta disuasoria) de sus personajes, hace que todos sus esfuerzos sean en vano y el resultado final muy pobre. Al racionalizar la sexualidad, convirtiéndola en un territorio sacro, «Touch Me Not» comete el error de descorporeizarla.