El niño que limpiaba la sangre de los barcos
Se ha convertido por mor de un tuit y una respuesta destemplada en el personaje del mes. El marino de pasajes, corajudo y aguerrido como pocos, se enroló con 12 años y a los 17 ya era oficial
La gente de mar española no llegamos a comprender la ligereza y falta de respeto con la que algunos habitantes del mundo seco, que viven de espaldas a la mar, hablan de nuestros marinos.
La gente de mar española no llegamos a comprender la ligereza y falta de respeto con la que algunos habitantes del mundo seco, que viven de espaldas a la mar, hablan de nuestros marinos. Al contrario de otros países que también fueron potencias navales como Inglaterra, Francia y Holanda, donde se venera a los miembros de sus armadas. Sin duda, esta honrosa actitud se debe al profundo conocimiento que tienen de la imprevisible y durísima vida en la mar. Blas de Lezo tampoco se ha librado de ser maltratado y su vida sacada de contexto por gentes que nada saben de la excepcional clase de hombres que fueron aquellos marinos de siglos pasados, que defendían a su patria por una paga miserable viviendo en condiciones penosas. El hecho de que embarcase en una nave de guerra con solo 12 años para limpiar la sangre que corría por las cubiertas tras los cañonazos de los navíos enemigos da una idea de cómo empezó su vida marinera. El que con 17 fuese ya oficial y hubiera perdido una pierna en combate, también debería convencernos de su capacidad de sufrimiento y carácter. Alcanzó el grado de teniente de navío con 19 años, un hecho que solamente pudo producirse en la Armada Francesa, que fue donde el niño Blas ingresó y trabajó hasta 1712, aprovechando nuestra unión con Francia, y que la flota española casi había desaparecido por la nefasta gestión que de ella hicieron los últimos Austrias. Cuando fue reclamado por la Real Marina Española, por primera vez unida en un solo cuerpo, para tripular los nuevos navíos que gracias al ministro José Patiño se estaban construyendo, ya era capitán, y solo tenía 25 años. Los almirantes españoles enseguida se dieron cuenta de la excepcionalidad del joven Blas, al que otorgaron el mando de diferentes barcos con los que siguió demostrando su excepcional talla de marino. Entre las órdenes que recibió se le encomendó recuperar las islas Baleares tras la revuelta surgida por detractores del Rey. Con solo tres barcos y al mando del navío Nuestra Señora de Begoña, estableció el orden en unas horas. En 1720, con 33, se le dio el mando de la flota del Pacífico para que tratase de expulsar de las costas entonces españolas a los corsarios ingleses y holandeses, entre ellos, al famoso Clipperton, un auténtico bucanero que pretendía saquear a cuanto buque español navegase por allí. Sin embargo, Lezo no solo derrotó a sus enemigos con una inusitada rapidez sino que además les requisó varios barcos que después utilizaría para ampliar nuestra flota de forma gratuita. Tras siete años de duros combates navales regresó a España en 1730: tenía 41 años de una vida dedicada a la mar, a pesar de sus limitaciones físicas, pues en diferentes batallas en el Pacífico había perdido un ojo y la movilidad de un brazo sin que ello menoscabase lo más mínimo su valor y determinación. Regresó casado con la noble criolla peruana Josefa Pacheco de Bustos, con la que tuvo tres hijos. Se instalaron en Cádiz.
El hombre que leía el viento
Sin embargo, el mayor talento de este marino fue la inteligencia de sus estrategias desde muy joven, la lectura que hacía del viento y las corrientes para situar a sus pesados navíos siempre a barlovento de sus enemigos y así ostentar la supremacía que le daba movilidad para disparar sus cañones desde lugares inverosímiles. Manejaba las velas como nadie, y las izaba y arriaba cuando nadie se lo esperaba. Además, en el momento en que desembarcaba y ponía pie a tierra, como sucedió en el episodio de la defensa de Cartagena de Indias, también se comportaba como un genial infante de Marina, adelantándose a sus enemigos en todas las operaciones que dirigió, lo que llevó a que el mediocre Virrey de aquella zona, Sebastián de Eslava, un ambicioso político al que Lezo llevó la contraria durante los combates, tuviese celos de él y le hiciera la vida imposible: incluso quiso que se le llevase detenido a España tras su increíble victoria, cosa que solo lo evitó su muerte por la infección de varias heridas producidas en el combate. Fue el único oficial que no recibió reconocimiento alguno tras la victoria sobre los ingleses. Unos años antes, el rey Felipe V le había concedido el honor de que portara sus colores en los pabellones que ondeasen en los diferentes barcos a su mando: sobre un fondo azul claro aparecían cuatro anclas negras en sus esquinas, y, en el medio, las armas de España, privilegio que lograron muy pocos marinos. Al mismo tiempo, le conminó a que pidiese algún que otro honor, a lo que Lezo contestó que le ilusionaba un marquesado que le quedase a sus hijos. Sin embargo, tras el falso y cobarde informe del Virrey Eslava se le denegó, a pesar de que en el Museo Naval de Madrid cuelga un retrato de Blas de Lezo en el que en su parte baja asegura que fue marqués de Ovieco, cosa que nunca sucedió. No sería hasta la llegada del rey Carlos III, gran amante de las cosas de la mar, cuando, tras leer la vida de este insigne compatriota, decidió reparar la injusticia cometida con el insigne marino y otorgarle dicho título a su hijo en 1.760, veinte años después de su muerte.
Envueltos en las nubes de la envidia
Llegados hasta aquí y como en un caso más de cómo trata España a su mejores hijos, siempre envueltos en las nubes de la envidia por parte de los mediocres, no se le dio honor alguno hasta 2003, cuando se le puso su nombre a una fragata. En 2014 se levantaron dos estatuas que le homenajeaban, una en Cádiz y otra en la Plaza de Colón de Madrid, aunque los vascos ya le habíamos homenajeado en 1880 con el busto que hay en la fachada de la Diputación de San Sebastián. El franquismo también lo había hecho en 1956, pagando una gran estatua que se ubicó en el Castillo de San Felipe de Cartagena de Indiass. Como hecho final y para bajar un poco la rabia que sentimos los marinos por el trato que los políticos suelen dar a nuestra gente, contar la «elegante bofetada» que nuestra Armada dio a los arrogantes marinos ingleses cuando en 2005 se empeñaron en celebrar, y por tanto en tratar de humillar a franceses y españoles con la celebración de una gran parada naval en aguas de la ciudad de Postmouth con la presencia de 140 buques de guerra que tirarían salvas de ordenanza por su victoria sobre la flota franco-española en 1805 en el cabo de Trafalgar, aunque nuestros marinos poco tuvieron que ver con la derrota, pues la flota la mandaba un almirante francés. Al pertenecer todos a la OTAN, la Armada tuvo que mandar al portaaviones Príncipe de Asturias, pero también envió a la fragata Blas de Lezo, para recordarles que los españoles les vencimos muchas veces en diferentes combates, pero que nunca tuvimos el mal gusto ni de celebrarlo ni de regodearnos en ello de forma pública. Un hecho que, me consta, dejó escocidos a muchos militares ingleses.