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"El padrino": Y Mario Puzo popularizó la Mafia

La novela se publicó en 1969 y la película se estrenó tres años después.
larazon

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La novela se publicó en 1969 y la película se estrenó tres años después.
«El Padrino» se mantuvo durante más de un año en lo más alto de las listas de venta y se convirtió en uno de esos éxitos imprevistos que de vez en cuando sacuden ese remanso de tranquilidad que son las aguas de la literatura. El responsable era Mario Puzo, un italoamericano con tendencia al sobrepeso, una propensión inevitable a contraer deudas en las mesas de juego y una desmedida adicción a los puros. Según la leyenda, unas apuestas equivocadas le empujaron a escribir una novela con cierta precipitación para cubrir aquellos pagos. El apuro, se ve, afiló su ingenio, y de su caletre, envenenado desde atrás por historias del viejo hampa, se sacó de la manga un as a todas luces ganador: don Vito Corleone. El gánster estaba inspirado en Vito Genovese, Don Vito para los amigos y los más próximos, y fue encarnado en la gran pantalla por otro inmortal, Marlon Brando (gracias al actor el personaje ha sido caricaturizado hasta la saciedad por infinidad de cómicos).
El acierto del personaje proviene de su afinado retrato, entre comprensivo, cercano, paternal y muy recto en su Justicia, que supone una inteligente condensación de las virtudes que debe encarnar el demonio. La obra suele leerse habitualmente como el devenir de este personaje, un siciliano que alcanza la costa americana sin otra compañía que una impasible maleta y que logra acuñarse su porvenir y reputación en las cenagosas orillas de la marginalidad (en el fondo es una inconsciente loa a los hombres que son capaces de hacerse a sí mismos, un ideal que marida bien con las barras y estrellas, aunque en esta ocasión fuera a costa de infringir la ley y ametrallar gente en las aceras).
Pero también cabe la posibilidad de entender el libro como la inviabilidad de redención de Michael Corleone, porque en esta fábula dostoyevskiana, él representa el ángel caído, el intento del hombre recto por escapar de las redes del mal y que a pesar de sus buenas intenciones no logra eludir su destino y acaba tomando la senda dictada por Hammurabi: ojo por ojo y diente por diente. La novela viene así a narrar la corrupción de un espíritu que, en principio, aspira a mayores grandezas, pero, incapaz de deshacerse del lastre de su familia y de los huracanes de venganzas que la rodean, acaba convirtiéndose en un nuevo amo del mal.
Mario Puzo, que siempre dio en las fotografías la imagen de un tipo bastante jovial y desinhibido, acertó con el libro y los estudios de Hollywood, decidieron subirse al carro de ese tirón con una adaptaciones que hoy forman parte de la historia del celuloide. El autor congenió con Francis Ford Coppola, otro descendiente de italianos, al igual que Martin Scorsese, y consiguió que le encomendaran los guiones de la trilogía (recibiría dos Oscar por las dos primeras películas y, además, firmaría el de «Cotton Club»). El director, por cierto, durante un trayecto en metro, extravió la novela con todas las anotaciones que había tomado para los diálogos de su producción. Un susto que, por una vez, acabó en nada porque, por una vez, recuperó el ejemplar con su multitud de notitas. Al final, esta melé de libro y películas, un dúo casi inseparable hoy en día, daba una imagen peligrosamente romántica de la mafia, pero también reinventaron su imagen en el imaginario el espectador. La estela de su influencia es notable, encantó a los propios mafiosos, popularizó el italiano, aunque no fuera precisamente el italiano que hubiera preferido Dante, y alcanza hasta nuestros días: puede rastrearse desde ese fenómeno televisivo que fueron «Los soprano», del que dicen que se prepara una precuela. hasta las versiones más descarnadas que se están brindado de los narcos latinoamericanos.