El «secuestro» del azote de Hollande
¿Qué pasó con Michel Houellebecq en 2011, cuando desapareció durante semanas? Una película juega a fabular un secuestro del autor. El antiguo «enfant terrible», ya con 56 años y de vuelta de todo, lo explicó en Madrid
Con Michel Houellebecq (Isla reunión, 1958) es de por sí difícil distinguir al escritor real del sujeto ficticio creado en sus novelas. Un juego al que viene prestándose desde «Plataforma» y «Las partículas elementales». ¿Es el aburrido burgués de mediana edad que tiene la idea, aunque sea en su cabeza, de crear una agencia de turismo sexual? ¿Es el científico hastiado de la vida ante el abismo de los años que le quedan por delante? ¿Es un misántropo feroz o, por el contrario, disfruta de la vida? ¿Bebe realmente litros de Ribera del Duero y se enciende un cigarrillo detrás de otro o luego no es tan fiero el lobo como lo pintan? Convertido en sujeto protagonista y actor de su propia ficción documental, «El secuestro de Michel Houellebecq», un largometraje rodado por Guillaume Nicloux que se estrena en España el próximo viernes, desdibuja aún más esa ténue barrera entre lo que es realidad y lo que es invención en el literato. Todo nace de un conocido episodio, acaso un gran truco de márketing: en 2011, durante la promoción de «El mapa y el territorio», Houellebecq desapareció durante semanas. No contestaba a las llamadas y nadie sabía dónde estaba. La Prensa francesa llegó a especular con un posible secuestro a manos de Al-Qaeda, conocido el odio que el escritor había despertado en el mundo islámico con una ya célebre línea de «Plataforma» que a veces ha eclipsado el resto de una magnífica novela.
- «Me comportaría así»
En «El secuestro de Michel Houellebecq», el escritor y Nicloux fabulan con esa hipótesis: unos criminales de poca monta retienen al escritor durante días en una casa rural, mientras esperan una llamada de quien les ha encargado el secuestro. Dice Houellebecq muchas cosas cuando menos originales en sus diálogos con sus captores. Y muchas de ellas las corrobora Houellebecq ya fuera de plano. Por ejemplo, que Françoise Hollande no pagaría por liberarle. Hay que sacarle con pinzas los motivos de esta afirmación: «No creo que a Hollande le alegre que yo exista». ¿Por...? «Cada vez que me preguntan cosas sobre él, lo menosprecio, asi que me percibe como un agresor. Dicho eso, no soy el único que piensa así». ¿Cambiaría muchas cosas de la política actual en Francia? «Todo», sentencia sin entrar en más detalles con uno de sus largos y conocidos silencios que invitan a cambiar de pregunta.
En el filme, poco a poco, la personalidad de este perro verde empeñado en que le dejen un mechero, pidiendo vino a horas intempestivas y cuestionando con su hilillo de voz cada decisión de sus carceleros, se impondrá en el grupo. Houellebecq, al que pillamos de buenas en un hotel madrileño en la primera entrevista de la mañana, se va por los cerros de Úbeda cuando se le pregunta si está contento con la imagen de sí mismo que ofrece el filme: «No es esa la pregunta que me hago, sino, más bien, si no habré aburrido a la gente. Eso me preocupa más. En cuanto a mi retrato, lo que se ve no es mi modo de vida habitual, afortunadamente, pero es probable que, en circunstancias parecidas, yo me comportara así».
Entre ellos, poco a poco también, surge la vida: conversaciones, humor, confidencias y hasta charlas literarias sobre Tolkien o Lovecraft y la novela negra francesa, especialmente el Polar. «Es un género que no me gusta tanto. Hay cosas que me interesan más, yo diría más bien la novela policiaca, que suele ser un pretexto a partir del que se puede hablar de cosas más interesantes. Aquí partimos de un hecho de actualidad, una tontería que se dijo en los medios de comunicación sobre el posible secuestro de Michel, y a partir de ahí se establece ese pretexto para crear una especie de relación y trama entre los distintos personajes», responde por ambos Nicloux en lo más cercano a una confesión abierta que logramos sacarles de que toda la película es una gran broma . Houellebecq por lo menos se moja sobre libros: «Se me pregunta mucho qué hay de mí en mis novelas y yo digo: ''Poco, prácticamente nada, salvo los juicios literarios emitidos por los personajes''. Y lo que cuento en la película lo pienso de verdad: la literatura francesa de los 70 era realmente muy mala, con la excepción de la literatura policiaca, que mantuvo un buen nivel y eso fue lo que sostuvo a las letras francesas. A Manchette lo he vuelto a leer hace poco y aguanta muy bien el paso del tiempo».
Otra de las curiosas reflexiones del «secuestrado»: «Me he adelantado un poco en cuanto al tema de mi testamento –cuenta entre risas–. He dejado instrucciones perfectas en ''La carta y el territorio'', donde digo que quiero un monumento parecido al que describo en ese libro. Podemos pasar toda la entrevista hablando de esta pregunta, porque es un tema que me apasiona. Una asociación de defensa de los animales, eso es seguro, pero no sé cuál. Me he enterado de que Coetzee ha dejado dinero para animales que han sobrevivivdo a experimentos médicos. Miraré a ver... Y, claro, quiero que me entierren, no que me incineren».
- Los españoles, relajados
Amigo de España, país que describe como «más amable que Francia, cosa que no es difícil», dice que de aquí le gustan las anchoas y, cómo no, el flamenco: la noche del jueves estuvo hasta la una en Casa Patas. También la gente: «Los franceses se ahogan en un vaso de agua, crean problemas donde no los hay. Los españoles se preocupan menos de los detalles pequeños».
Preguntado por qué escribe, es más escueto: «Sigo porque está claro que lo que hago le gusta a la gente. Si no gustara a nadie, lo dejaría». Sin embargo, parece hastiado de todo lo que suene a literatura: «Para leer mis poemas [en público se refiere, algo que ha hecho en festivales] comienzo a estar un poco viejo. Escribir novelas me está empezando a costar ya mucho. Estoy en el límite. A mi edad, Balzac ya había muerto, Proust también, Flaubert estaba muriéndose... No lo parece, pero cansa mucho. Ser actor es más relajado». Lo de actuar le ha gustado. En Venecia presentará otro filme, «Near Death Experience», dirigido por Gustave de Kervern (al que desde ayer podemos ver en nuestros cines en otra película, «En un patio de París») y con Nicloux ya baraja otro proyecto.
Al final, el motivo del ficticio secuestro –si damos por bueno que lo es, cosa que ni director ni escritor reconocen– es lo de menos. Nunca sabremos si es Al Qaeda o, como sugieren en un momento, él mismo quien lo ha organizado. Pero sí descubrimos algo: hay un gran actor en Houellebeq, un hombre capaz de parodiarse a sí mismo para mostrarse con trampa y cartón, pero a la vez con esa honestidad que da, como viene recordando Vargas Llosa, la verdad de las mentiras.
Una voz crítica
«El mundo literario es pederasta»
En el filme, Houellebecq mantiene con sus secuestradores más de una insólita tertulia sobre Lovecraft o el género Polar, especialmente sobre Manchette . También sobre sus colegas de profesión: «El mundo literario es pederasta por naturaleza. Pederastas heteros. Alcohol y chicas jóvenes», explica el secuestrado. Ante la Prensa, el escritor lo corrobora: «Lo positivo es que hay pocas drogas duras, heroína y cocaína, en la literatura. Pero sí hay mucho alcoholismo y atracción hacia las mujeres muy jóvenes».