«El último tango en París», sin cortes ni censura
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Se lamentaba Bernardo Bertolucci cuando en 1987 la Justicia italiana sacó de la lista negra «El último tango en París». Nada más aparecer, quince años antes, la película fue secuestrada en Italia y poco más tarde el Tribunal de Casación ordenó que se destruyeran todas las copias por inmoral. Con su rehabilitación decía Bertolucci que dejaba de ser un artista transgresor. ¿Se imaginan que Banksy diera la cara y comenzara a pintar bodegones? ¿O que Buñuel hubiese terminado su carrera haciendo comedia romántica? Realmente, el autor de «Novecento» ya fue domesticando su trayectoria por sí mismo, como demostró en la más atenuada «Soñadores», en 2003. Se llama edad. Pero fastidia que tengan que venir a reparar la historia de uno, cuando no lo ha pedido, solamente porque está bien llorar a los muertos. Anoche, 47 años después de su estreno, se proyectó por primera vez en la RAI, la televisión de todos los italianos, «El último tango en París» sin ningún tipo de censura. La escena no merece la pena ni describirla, porque se ha hablado de ella demasiadas veces. Incluso más de lo que merece una carrera como la de Bertolucci. Sí, es la que tiene que ver con la mantequilla y todo lo demás. Estamos hablando de apenas 10 segundos de metraje, que a pesar de que la película fue indultada hace ya tres décadas, el público seguía sin haber visto en sus casas. El año pasadola cinta fue restaurada en alta calidad y volvió a las salas de cine. El director la presentó en un modesto festival en Bari, donde contó que aquella obra le permitió «pasar de un cine de autoconfesión a otro más abierto, más dialogante con el público». «Creo que el cambio más grande es la capacidad de echar abajo los muros», agregó. El filme, definido como porno por Jean-Paul Belmondo, marcó un modo distinto de contar el sexo en la pantalla. Se ha escrito menos de que en la violación que denunció Maria Schneider podría estar reflejada una supuesta homosexualidad de Bertolucci, obsesionado con Marlon Brando. Da lo mismo. Forma parte de la leyenda negra, que es justo que acompañe a todo genio. Por eso cabe la duda de que el cineasta, recientemente fallecido, aplaudiera que la más atrevida de sus obras se viera en «prime time» mientras uno levanta la vista de la mesa en la que está cenando. A Bertolucci, «El último tango en París» le costó cinco años de privación de los derechos civiles, de no votar en los tiempos en los que reivindicaba con su cine el comunismo. La paradoja es que, a cambio, la película se convirtió en una de las más taquilleras de la historia en Italia. Maldita y por ello absolutamente rentable. Hoy, sin embargo, –está de moda el término–, blanqueada y apta para todos los públicos.