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El verdadero Julio César: ojos pequeños, cabeza grande y escaso pelo

Su imagen en monedas y bustos, en la que se ha basado, y su descripción en las fuentes hacen hincapié en sus ojos pequeños y penetrantes, su gran cabeza y su escaso cabello, que disimulaba su peinado
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Su imagen en monedas y bustos, en la que se ha basado, y su descripción en las fuentes hacen hincapié en sus ojos pequeños y penetrantes, su gran cabeza y su escaso cabello, que disimulaba su peinado.
Un equipo de arqueólogos del Museo Nacional de Antigüedades de Leiden ha reconstruido el que dicen que es el rostro de Gayo Julio César, el gran estadista y escritor romano. Su imagen en monedas y bustos, en la que se ha basado, y su descripción en las fuentes hacen hincapié en sus ojos pequeños y penetrantes, su gran cabeza y su escaso cabello, que disimulaba su peinado. Desde pronto circularon leyendas, de todo tipo y gran fortuna, sobre su persona, como la que le hacía provenir nada menos que del héroe Eneas, hijo de la diosa Venus.
Otras hablan del origen de su nombre familiar (Caesar) y afirman que el nombre de la «cesárea» deriva de él, pues nació por este procedimiento: lo reproduce incluso el prestigioso «Oxford English Dictionary» en su explicación «sub voce» de este vocablo. Según Plinio el viejo, el nombre se debía a un ancestro que nació de cesárea («caesum» es participio del verbo «caedere», «cortar»). Pero hubo otras explicaciones del nombre, que recoge la «Historia Augusta», debidas a características físicas como el pelo o los ojos. La que quizá le gustó más al propio César relacionaba su nombre con la voz «caesai», «elefante» en púnico, animal que figuraba en la primera moneda que acuñó el general romano. Tal vez algún antepasado mató o poseyó un elefante, o quisiera César identificarse con él como símbolo.
En todo caso, la importancia del nombre propio «César» vino siglos después al convertirse en nombre común para emperadores y perpetuarse en el germánico Kaiser o el eslavo Zar. Pero la relación de su nombre con la cesárea se popularizó tanto que ya en el medievo cundió la leyenda de que el general había nacido por este procedimiento. Ahora los arqueólogos que han recreado su rostro –presentado por Tom Buijtendorp– achacan su cráneo abombado a un posible problema durante su nacimiento, quizá esa traumática intervención, que lo habría deformado. Pero es imposible que hubiera nacido por cesárea: este procedimiento, conocido desde la China y la India antiguas, solo se practicaba en la antigüedad a mujeres que morían en el parto. La primera cesárea sobre una mujer viva se practicó en la edad moderna y ciertamente presupone avances médicos que no existían en la antigua Roma.
Aurelia Cotta, madre de César, sobrevivió a su parto, como señalaba ya Plinio, conque César no nació por cesárea, pese al «Oxford English Dictionary» y a esta tesis aventurada sobre su cráneo. Por lo demás, su rostro no deja de ser una interesante reconstrucción que bien pudiera acercarse a su realidad histórica.

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