El "zoo humano"de las quintillizas Dionne
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A principios de año, merced al estupendo documental «Tres idénticos mellizos», conocimos la historia de los jóvenes norteamericanos separados al nacer que se reencontraron casualmente en su adolescencia. Robert Shafran, Eddy Galland y David Kellman se convirtieron en estrellas de la televisión en los 70 y 80, pero el cuento de hadas escondía una macabra conspiración: el psiquiatra Peter Neubauer había propiciado aquella separación al nacer para estudiar el desarrollo de los trillizos en distintas condiciones socioeconómicas. Y su caso no era el único. Solemos pensar que la explotación del fenómeno «freak» a través de excepcionalidades de la naturaleza son cosa del pasado, de los tiempos, por ejemplo, del Hombre Elefante, exhibido y explotado debido a su extraña constitución física. Pero el caso de los trillizos es mucho más actual y aún hoy la línea entre la curiosidad científica o social y la explotación es muy delgada. La escritoria Sarah Miller ha centrado su carrera en el estudio de niñas utilizadas de una manera u otra por su entorno o por la misma historia, como es el caso de las hermanas Romanov. Ahora, publica en Estados Unidos «The Miracle and Tragedy of the Dionne Quintuplets», que repasa la vida de las quintillizas que llegaron a hacer sombra a las mismísimas cataratas del Niágara como gran atracción turística de Canadá. «Para mí, eran cinco pequeñas flores humanas, delicadas flores de invernadero que requerían la atención más constante, cuidadosa y experta», aseguró Elzine Dionne, la mujer que el 28 de mayo de 1934 dio a luz a los siete meses de embarazo a cinco niñas idénticas que venían a sumarse a los cinco hijos que ya tenía en casa. Asediados por tantas bocas y después de que el parto de la granja Corbeil saltara a todos los periódicos del país, Elzine y su esposo Oliva aceptaron dinero por mostrar a sus hijas en público en el Chicago World’s Fair. El propio primer ministro de Ontario promulgó una ley para despojar a los padres de la custodia, que pasó a manos del Dr.Dafoe, que había traído a las niñas al mundo, y a un equipo de enfermeras. El médico, lejos de «liberar» a las menores de su perverso contrato, creó todo un zoológico en torno a ellas. «Quintland», como llegó a conocerse popularmente, se convirtió en todo un parque temático al más puro estilo «El Show de Truman» en el que la gente podía observar a las niñas divertirse al aire libre o a través de un cristal. Al final del pasillo de visitantes había perritos calientes y souvenirs. Las niñas llegaron a ser tan famosas (protagonizaban fotos de revista, anuncios de todo tipo y hasta visitaron a los Reyes en Toronto) que los hermanos Marx incluyeron un gag sobre las quintillizas en «Una noche en la ópera». Aunque las ganancias de todo esta sobreexposición estaban teóricamente destinada a las niñas cuando crecieran, ese fondo fue malversado a menudo. «No sabíamos todavía en ese momento que la forma en la que nos habían criado no era buena para nosotras», aseguró una de las pequeñas años después. Con el tiempo, cuando ya el foco se había desplazado de las Dionne, emergieron problemas de epilepsia, abusos sexuales, depresión y miseria. La «cara b» de un show que animó el insano interés de los canadienses de la Gran Depresión.