Elogio de la traducción
Miguel Sáenz ingresa en la RAE para ocupar el sillón «b» minúscula
«Espero demostrar la certeza del conocido dicho, atribuido a José Saramago, de que, si los escritores hacen la literatura nacional, los traductores hacen la literatura universal». Ambicioso desafío el que Miguel Sáenz Sagaseta de Ilúrdoz se propuso en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en la que ocupa ya el sillón «b» minúscula en sustitución del almirante Eliseo Álvarez-Arenas. El traductor de autores como Goethe, Kafka, Günter Grass, Peter Handke y Thomas Bernhard tituló sus palabras «Servidumbre y grandeza de la traducción», un encabezamiento que resume la aceptación dispar que este oficio ha tenido en el mundo literario durante la historia: «Se ha dicho de ella que es, con la prostitución, la profesión más antigua del mundo, aunque está peor pagada. E incluso ha habido quien ha afirmado que traducción y prostitución son una misma cosa porque consisten en definitiva en hacer por dinero lo que se debiera hacer por amor», explicó el también jurista y militar.
En su disertación, el académico recoge la opinión de ilustres pensadores y escritores sobre esta cuestión: los hay que, a pesar de reconocer su unicidad, socavan su valor literario. Es el caso de Ortega y Gasset: «La traducción es un género literario aparte, distinto de los demás, con sus normas y fidelidades propias. Por la sencilla razón de que la traducción no es la obra, sino un camino hacia la obra». Otros como Goethe defienden su importancia, «porque se diga lo que se diga de la insuficiencia de la traducción, ésta es y sigue siendo una de las ocupaciones más importantes y más dignas del intercambio mundial». «Para Benjamin –continúa el académico–, parece haber algo indudable: cada nueva versión de una obra en otra lengua provoca supervivencia y la ilumina de una forma distinta. No resulta demasiado atrevido llegar a la conclusión de que, para él, una obra literaria es esa obra más sus traducciones a los distintos idiomas». Borges, por su parte, cree que «las traducciones no tienen por qué ser inferiores al original (...) El mérito de una traducción no radica en la lealtad, sino en cómo usa el traductor la infidelidad creadora para reinscribir la obra en un contexto nuevo».
He aquí otro de los grandes temas de discusión: la fidelidad al original o la reinterpretación en la nueva lengua. «En cuanto a Vladimir Nabokov, hay que situarlo claramente en el bando de la servidumbre de la traducción: rechaza todo lo que no sea la más pedestre fidelidad», señala Sáenz, quien, como uno a de los autores a los que él mismo tradujo, Salman Rushdie («uno de los pocos escritores que han reconocido que, si en las traducciones se pierde algo, con frecuencia también se gana», señala el académico), acaba por desplegar una reivindicación del traductor: «Aunque quizá sea poco ortodoxo, quisiera hacer un llamamiento a todos los traductores a la lengua española, al castellano, de ambos lados del Atlántico, para que respeten a sus colegas, es decir, para que se respeten a sí mismos». Y qué mejor forma para terminar que alcanzar el consenso en un solo enunciado: «La grandeza de la traducción estriba precisamente en su servidumbre».
No menos que un autor
Entre todos los agradecimientos, Miguel Sáenz dedicó uno muy especial a Esther Benítez. «Gracias a ella, tenemos hoy una Ley de Propiedad Intelectual que reconoce sin lugar a dudas la condición de autor del traductor».