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En el nombre de Capa

Maestro del fotoperiodismo, su influencia se ha dejado sentir en varias generaciones
larazon

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Las fotografías son como las personas, unas envejecen mejor que otras. Y en el caso de Robert Capa, un siglo después de su nacimiento y casi sesenta desde su muerte, siguen pareciendo jóvenes y frescas; inmortales. A la edad de treinta años ya había cubierto dos grandes guerras, una de ellas la contienda española, y se disponía a entrar en la tercera, la mayor de todas, la Segunda Guerra Mundial. Allí , en las playas de Normandía, fue el primero y el único en volver con un testimonio gráfico de aquella hazaña. Tal y como escribió en su libro autobiográfico «Ligeramente desenfocado»: «El corresponsal de guerra tiene en sus manos su mayor apuesta, su vida, y puede elegir el caballo al que apostarla, o puede guardársela en el bolsillo en el último segundo. Yo soy un jugador. Decidí acompañar a la compañía E en la primera oleada». A menudo se dice que los fotógrafos de guerra utilizan sus cámaras como escudos. Mientras están haciendo fotos no hay nada más que lo que ven por la lente: ni miedo, ni dolor, ni angustia. El tiempo que aguantó Capa en aquella playa fue el mismo que aguantaron sus cámaras. Cuando se le acabó el carrete y separó su ojo del visor ya no pudo seguir. Sus manos comenzaron a temblar y el miedo se apoderó de él como nunca antes lo había hecho en ninguna batalla. No pudo ni cargar la cámara de nuevo, se dio la vuelta y apartando los cadáveres que flotaban a su alrededor huyó en un buque que volvía con los heridos.

La leyenda que marcó a una profesión

Capa fue el primero y el mejor de los fotógrafos de guerra. Su leyenda marcó el carácter de una profesión que después muchos se lanzaron a emular. Ya no corre el champán y las actrices de Hollywood no caen en sus brazos, pero su espíritu sigue más vivo que nunca en fotógrafos que insisten en apostar su vida por una foto que no permita que la barbarie quede en el olvido. Cada nueva contienda alumbra un nuevo grupo de fotógrafos, pero sólo unos pocos son sus dignos herederos. El primero de ellos fue Larry Burrows. Era casi un adolescente cuando estaba en el cuarto oscuro el día que destruyeron los carretes de Capa del Día D. Como fotógrafo pasó nueve años en Vietnam cubriendo la guerra, capturó como nadie el horror reflejado en el rostro de los soldados. Su reportaje a bordo de un helicóptero de rescate es considerado el mejor de toda la guerra de Vietnam. En 1971 desapareció en las selvas de Laos con otros tres fotógrafos cuando cayó su helicóptero.
Vietnam fue la escuela de la que salieron muchos de los grandes; en ningún otro conflicto pudieron gozar de tantas facilidades y tanto reconocimiento. Era la edad de oro del fotoperiodismo, las grandes revistas ilustradas, el comienzo de la fotografía en color. Don McCullin se curtió en Vietnam, pero la corona fue suya durante la década siguiente. En los 70 estuvo en Irlanda del Norte, Camboya, Bangladesh, Líbano, Biafra... Como Capa, fue el que más apostó su vida por mostrar el horror. Sus fotos de los niños hambrientos de Biafra aún remueven conciencias. Hastiado de la guerra, se retiró a su hogar y se dedicó a fotografiar paisajes, pero el año pasado a la edad de 77 viajó a Siria como enviado especial de «The Times».
Capa decía: «En una guerra tienes que odiar a un bando o amar a otro, tienes que mantener una postura clara o no podrás soportar lo que ocurre alrededor». James Nachtwey lleva esa filosofía grabada en su ADN. Durante los 80 y los 90 nadie ha retratado el sufrimiento como él, su libro «Infierno» lo atestigua. Somalia, Sudán, Ruanda, los Balcanes, Chechenia, Irak, Afganistán. Ganador de innumerables premios, por poco muere aplastado cuando una de las Torres Gemelas cayó sobre él. Nachtwey encabezó una generación en la que no había sitio para el romanticismo. El Club Bang Bang fue otro grupo de fotógrafos que creó escuela. Cuatro surafricanos blancos cubriendo los disturbios del fin del apartheid. Kevin Carter fue el más destacado. Su fotografía del niño y el buitre en Sudán, ganadora de un Pulitzer, le sumió en una depresión que le obligó a acabar con su vida. «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no te has acercado lo suficiente». La famosa frase de Capa es el lema de Goran Tomasevic . En sus imágenes puedes sentir el impacto de la metralla o el calor de las explosiones. Su dilatada experiencia le ha permitido brillar con luz propia en los últimos conflictos de Libia y Siria.