Enrique Arce: «Enfrentarse a uno mismo es un ejercicio de valentía»
Debuta en la novela con «La grandeza de las cosas sin nombre» (La esfera de los libros), un relato conmovedor sobre el vacío.
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Debuta en la novela con «La grandeza de las cosas sin nombre» (La esfera de los libros), un relato conmovedor sobre el vacío.
Las cosas que más valor tienen, las más hermosas, son las que no se pagan con dinero, ni se pueden nombrar. Y eso tiene que ver con sentimientos, sensaciones...Esto es lo que descubre Samuel en el viaje interior que emprende a mitad de su vida, y la cambia por completo». Así resume el actor Enrique Arce su primera novela, «La grandeza de las cosas sin nombre» (La esfera de los libros). Un relato conmovedor que, sin ser autobiográfico, tiene mucho de él, de cómo a pesar de conseguir el éxito, la fama y el dinero perseguidos, el vacío interior lo lleva a un cambio radical en su vida.
–¿Por qué da el paso a la escritura?
–La pregunta sería, ¿por qué estuviste tantos años sin hacerlo? Escribí mucho en la adolescencia, pero lo dejé. Siempre tuve cierta facilidad, pero requiere mucha disciplina y ser un poco ermitaño, que va muy poco con mi personalidad. He tenido que entrar en los cuarenta para valorar mi soledad y volver a escribir.
–¿Qué le aporta?
–Tengo más cariño por esta novela que por cualquier otro trabajo como actor, porque me siento soberano del proceso creativo. Interpretando tengo un cierto control, pero aquí era «tabula rasa». Escribirla ha sido terapéutico, he aprendido cosas de Enrique Arce a través del protagonista que yo no sabía.
–¿Cuánto hay de usted en este personaje?
–Nada y todo. Hay cosas que distan mucho de mí, pero subyace que en algún momento ambos hemos estado perdidos y gracias a buenos samaritanos que ha ido apareciendo en nuestras vidas, nos hemos ido recolocando. Lo que él descubre es lo que he ido descubriendo yo.
–¿Para ser un actor de los grandes hay que tener un ego descomunal?
–No, precisamente todo lo contrario. Los más grandes son los que han tenido la fortuna de minimizarlo y disimularlo. Si al demonio pudiéramos darle un nombre sería el ego.
–Ha conseguido una historia que conmueve
–Una señora que la leyó me dijo, lo que pasa con tu novela tiene dos verbos: la primera parte «remueve» y la segunda «conmueve», lo entendió perfectamente. Lo que me interesa como actor o escritor son las dos cosas, pero sobre todo, conmover.
–¿Qué nos lleva por la vida, el azar, la Providencia o la fuerza de la voluntad?
–Eso es y eso define exactamente la novela, lo que quiero contar. La voluntad es una gran aliada, pero su problema es que cuando quieres conseguir algo, pasa de tu propio determinismo, de lo que crees que necesitas. Cuando conseguí éxito profesional, fama, dinero... comprobé que estaba vacío. Entonces busqué en esa Providencia, que yo llamo Dios, pasé de conductor de mi vida, a copiloto, cuando dejé de controlarla solo a base de voluntad, la vida me llevó a extremos donde hay éxito, pero muchas cosas más.
–Cambió
–Un éxito que no disfrutas es el peor de los fracasos. Un día con 42 años dije, esto no sirve para nada. De repente me puse en las manos de esa Providencia, pedí ayuda, sentí que tenía que confiar o, por lo menos, ver adónde me llevaba y, por supuesto, no cambio por nada la sencillez por la que voy por la vida ahora, sin forzar. El mensaje es, confía, déjate ir, que hay «algo» que sabe exactamente dónde tienes que llegar.
–¿El viaje más difícil es el de autoconocimiento y transformación interior?
–Es el más valiente, cuando de repente te planteas que todo lo aprendido es falso, que no sabes nada y con humildad empiezas un camino de descubrimiento a través de gente que ya ha transitado por ese camino y te ayuda a mirar hacia tu interior. No sabemos qué nos pasa por dentro de verdad y nadie quiere escavar ahí.
–¿Es más fácil huir de uno mismo que enfrentarse a sus demonios?
–Totalmente. Enfrentarse a uno mismo y tener la capacidad de desandar el camino, es uno de los ejercicios más valientes que puede haber. En mi caso ocurrió a los 40 años, empecé a desandar todo lo que llevaba andado desde la adolescencia y eso daba mucho miedo.
–¿Hasta qué punto estamos marcados por nuestra infancia?
–«La infancia es más larga que la vida», dice uno de los personajes. Nuestra vida está totalmente marcada por ella. Con todo lo que haces, creas y vives en los doce primeros años se cubre un 85% de todo lo que vas a ser en la vida.
–¿De qué ha aprendido más, del éxito o del fracaso?
–Del fracaso. Cuando yo toqué fondo en Londres, hubo un momento que dije hasta aquí, nunca más. La vida me paró. No tenía nada que hacer entonces, salvo pasear y conectar con la naturaleza, me quedé limpio, y eso me abrió las puertas de la creatividad, me dio la tranquilidad suficiente para escribir esta novela.