Sabino Méndez

Los Bravos, el grupo español de los 60 que flipa a Tarantino

El director rescata en su nueva película «Bring a little lovin'», un tema de la banda que revolucionó el sonido de aquella década. El músico Sabino Méndez recuerda la historia de un grupo marcado por el éxito y la tragedia

De izda., a dcha., los miembros de Los Bravos: Manolo Fernández, Mike Kennedy, Miguel Vicens, Toni Martínez y Pablo Sanllehí
De izda., a dcha., los miembros de Los Bravos: Manolo Fernández, Mike Kennedy, Miguel Vicens, Toni Martínez y Pablo Sanllehílarazon

El director rescata en su nueva película «Bring a little lovin'», un tema de la banda que revolucionó el sonido de aquella década. El músico Sabino Méndez recuerda la historia del grupo, marcada por el éxito y la tragedia

stamos ya acostumbrados a las grandes parrafadas que sueltan los personajes de las películas de Tarantino en sus diálogos, pero para lo que probablemente no estábamos en ningún modo preparados era para que, de pronto, Quentin descubriera en su nueva película la música de Los Bravos. El tráiler de su próximo filme nos ha pillado por sorpresa y ahí está reluciente, reverberando bajo el sol, una canción grabada por ellos hace muchos años. Conocida es la querencia de Tarantino a lo latino en versión dura, pero no se trata de que estemos ante un musicólogo hispanófilo de primera línea. Es tan solo que, preparando su próximo trabajo, se puso a escuchar cintas grabadas de lo que emitía cuando joven su emisora californiana favorita y ahí se tropezó con la interpretación de Los Bravos que le enamoró a la primera. Y es que, de los pocos grupos españoles de los sesenta que llegaron a sonar alguna vez por aquella época en las emisoras de la costa oeste, creo que podrían citarse escasamente a Los Bravos, Los Canarios y quizá algo de Barrabás.

Tanto se habla de La Movida que ha dejado opacado el curioso precedente en los sesenta de aquella otra ola de innovación pop que recibió el nombre de movimiento «ye-yé». Por aquellos años, la ascensión de los Beatles había cambiado el panorama musical español. Todos los jóvenes querían ser informales y divertidos como el cuarteto de Liverpool y se creaban grupos de música pop por todas partes; la verdad es que con más voluntad que experiencia. El nombre del movimiento «ye-yé» lo inventaron los medios a partir del estribillo de la beatlemaníaca «She loves you» y servía para designar con cierta condescendencia a la nueva España faldicorta que, todavía bajo el franquismo, aparecía mostrando rebeldía instintiva, anhelos de modernización y esperanza de cambio.

Lo «ye-yé» era todo: los pelos, el baile, la juventud alocada, el inconformismo. Todos los grupos de pop y rock en aquel momento eran considerados «ye-yés» por los mayores. Curiosamente, al igual que pasó con el nombre La Movida, todos los grupos de esa ola de entrada hubieran preferido que los mataran antes que designarse a sí mismos con esa etiqueta «ye-yé» que les parecía horrible y ajena. Pero luego, al igual que pasó antes con el simbolismo y el modernismo, los insultos se convirtieron en banderas. Con buen sentido, los grupos de música llamada «ye-yé» vieron que ellos eran muchos, que de alguna manera se tenía que llamar a lo que estaba pasando y que, ya que el nombre había hecho fortuna y era conocido, más valía aprovecharlo. En ningún caso la etiqueta llegó a designar un género de música en concreto, sino más bien un gusto sociológico de los jóvenes por ciertos sonidos y ciertas maneras de hacer.

Entre los grupos «ye-yés» que podrían tener cabida en una historia tarantinesca es indudable que Los Bravos, por su rocambolesca biografía, serían los candidatos más adecuados. Lo más probable, sin embargo, es que Tarantino ignore todos los detalles oscuros y se haya quedado solo con la clara melodía de «Bring a Little Lovin'». Porque lo cierto es que, aunque no lo sepa Quentin, entre los grupos «ye-yés», aquel que, con el paso del tiempo, ha aglutinado en su torno más numerosas pequeñas leyendas ha sido sin duda Los Bravos. Para empezar, siempre les persiguió la fama de ser un grupo fabricado por la incipiente industria discográfica española de la época. Esa industria estaba empezando a aparecer con el desarrollismo de los sesenta y tenía pocos visionarios. Pero entre esos pocos había dos que se cruzaron con la carrera de Los Bravos: Manolo Díaz y Alain Milhaud; guitarrista y productor, respectivamente. Es innegable que ambos desarrollaron iniciativas audaces y batallas legales en torno al grupo que todavía hoy se recuerdan como parte de la historia del medio profesional por los especialistas, pero sería injusto por eso suponer a Los Bravos un mero grupo de laboratorio. Digamos que los dos visionarios, Milhaud y Díaz, canalizaron una energía en bruto que se dio cuando algunos miembros de «Mike and the Runaways», quienes se dedicaban a amenizar fiestas para turistas en Mallorca, conocieron a otros integrantes de los madrileños «Los Sonor».

Un vocalista inusual

Había una especial abundancia de personalidad instintiva entre esos grupos de gente, especialmente en un alemán llamado Michael Kogel. Michael tomó como nombre artístico Mike Kennedy y dejó claro que, cantando, se entendía casi mejor con el inglés que con el castellano. Un fenómeno de ese tipo era algo inusual entre los vocalistas hispanos de la época y Kogel tenía además una presencia de mucha fuerza sobre el escenario. Tan solo un año después de formarse y grabar varios singles, Los Bravos ya tenían un nutrido club de fans y, para sorpresa de todos (incluidos probablemente ellos mismos) dieron en 1966 el pelotazo internacional con la conocidísima «Black is black». Su contagioso riff de guitarra alcanzó el «top ten» tanto en USA como en Gran Bretaña (una hazaña increíble para un grupo español de la época) y fue versioneado en Francia por el mismísimo Johnny Halliday.

A partir de ese momento, al éxito legendario se le empiezan a unir las leyendas biográficas de tonos oscuros y sabor dramático. Se cuenta que el teclista Manolo Fernández invirtió parte de los ingresos del éxito en un dinámico descapotable, pero a los pocos meses sufrió con él un accidente en el que moría su joven esposa al herirse en el choque con una de las ballestas de la capota. Al sesgo trágico del suceso se le añadió el posterior suicidio del músico tras dos intentos de quitarse la vida. Se habló de depresión, remordimientos, culpa... pero lo único verdaderamente factual son el accidente y los fallecimientos. El resto se convierte en especulaciones que pasan a engrosar la leyenda. Alterados y sin un norte para escoger un nuevo pianista, los Bravos se presentaron en la siguiente gira con un mercenario, profesional de las grabaciones de estudio, al que hicieron tocar ocultando su identidad con una capucha. Por supuesto, ese fue el momento donde la leyenda empezó a virar hacia lo extravagante. El terreno de lo mítico se extendió entonces hasta las grabaciones, porque el hecho fácilmente comprobable era que Los Bravos tocaban con enorme energía, pero con una técnica no muy desarrollada. Sus grabaciones, sin embargo, estaban muy bien y se empezó a comentar que en las más conseguidas no tocaban ellos sino músicos de estudio. Un lugar común, respaldado por periodistas especializados –y se dice incluso que reconocido por algún miembro del grupo– es que en el inolvidable «Black is black» quien está a la guitarra es el mítico Jimmy Page. Page se haría luego famosísimo por fundar Led Zeppelin, pero se cuenta que entonces todavía se ganaba la vida tocando a sueldo en las grabaciones del estudio londinense donde precisamente se montó el tema de Los Bravos.

Más allá de sus éxitos internacionales y sus leyendas negras, vale la pena escuchar a Los Bravos en temas ingenuos pero potentes como «Los chicos con las chicas» o «La moto». En ellos queda perfectamente marcada su extraña impronta de primario grito salvaje e hispánico humor «non chalance». Su imagen no era menos potente, con un anglosajón rubio que chorreaba testosterona al frente de un grupo de morenitos madrileños aniñados que incluían hasta un guitarrista gafotas. Se trataba de Toni Martínez, quien parecía heredero de Buddy Holly y Hank Marvin, a la vez que antecedente de Elvis Costello. Con ese estilismo, no es extraño que a finales de los sesenta protagonizaran dos películas, llenas de colores pop, que perseguían el sello de espontaneidad de las comedias que Richard Lester había facturado para los Beatles. La leyenda seguiría dilatándose años después cuando Toni, el guitarrista, moriría también en accidente –esta vez de moto– cuando se dirigía a su estudio de grabación. Pero, para entonces, el movimiento «ye-yé» ya hacía tiempo que había desaparecido y Los Bravos ya se habían disuelto.

Difícilmente Tarantino habrá podido estar al corriente de tantos sucesos exóticos de todo tipo. De conocerlos, quizá pensara que ahí incluso había para una película. Pero lo suyo ha sido más bien verse capturado por una canción. Es lo maravilloso que tienen las canciones; uno las hace y las difunde sin pretensiones. Y luego te encuentras que, muchos años después, vuelven a ti por los caminos más insospechados cargadas de recuerdos. Instantáneas de otros momentos sociológicos e ideológicos, que ríete tú de cualquier «selfie». De hecho, puede considerarse como una peripecia rocambolesca más de la trayectoria de Los Bravos la casualidad de que la canción que ha escogido Tarantino resulte ser precisamente una de las que no compusieron ellos del repertorio que ejecutaban. «Bring a Little Lovin'» era de un grupo australiano, los Easy Beats (autores del inolvidable «Friday on my mind»), y Los Bravos decidieron versionarla. Pero, paradojas de la vida, la interpretación que ha escogido Tarantino no es la de los australianos sino la de Los Bravos. Aquel grupo «ye-yé» del Madrid gritón de los sesenta.