Erwin Olaf: «No miro la fotografía contemporánea»
Es uno de los grandes nombres de la fotografía actual. Acaba de retratar en blanco y negro una obra de arte, las cavas de piedra de la casa francesa Ruynart que son Patrimonio Mundial de la Unesco
Es uno de los grandes nombres de la fotografía actual. Acaba de retratar en blanco y negro una obra de arte, las cavas de piedra de la casa francesa Ruynart que son Patrimonio Mundial de la Unesco
Cuando llegó Erwin Olaf, una de las vacas sagradas de la fotografía contemporánea, a las cavas de Ruynart se quedó perplejo ante lo que tenía delante. Estaba frente a una verdadera obra de arte, esculpida, tallada, cincelada. Y a él se le había encargado el cometido de fotografiarlas. El bloqueo inicial no duró mucho y el resultado de su trabajo es una serie en blanco y negro (volvió así a sus orígenes) impresionante, en las antípodas de lo que es su manera de hacer habitual.
Olaf, nacido en Holanda en 1959, es un hombre alto, fuerte y por momentos casi de aspecto transparente. Dispara congelando el momento y organiza unas puertas en escenas que debería firmar. No es escenógrafo, pero podría perfectamente pasar por uno. Sus imágenes de interiores, con pocos colores, nos retrotraen a un tiempo pasado. ¿Mejor? Quizá. Sus modelos miran a cámara con ojos que sueñan, pulcramente vestidas. Una de sus obsesiones es el paso del tiempo, la huella que ha dejado en el propio artista, lo que ha plasmado, por ejemplo, en una serie denominada «Autorretrato» que recoge su evolución desde que tenía 20 años hasta hoy. «Fashion Victims» es otro de sus trabajos más reconocibles: las imágenes de las víctimas de la moda (literalmente) llevadas al extremo.
–¿Cómo nace este proyecto?
–Todos los años Ruinart realiza un proyecto artístico con un artista de distintas disciplinas para interpretar la herencia de la «maison». Este año la disciplina ha sido la fotografía y he tenido la suerte de ser el elegido. El mayor desafío fue hacer una fotografía que no fuera publicitaria. La escultura, por ejemplo, todo el mundo entiende que es arte pero la fotografía siempre te lleva al mundo de la publicidad. Lo más difícil para mí fue luchar contra la idea de la fotografía publicitaria y la idea del glamour del champagne. Tuve que reflexionar profundamente para convertirlo en un proyecto de arte, hacer pruebas, cometer errores. Para mí fue un proceso de aprendizaje para llegar a un resultado más sencillo volviendo a las raíces de la fotografía.
–¿Es complicado trasladar su particular universo al mundo del espirituoso?
–Sí, por este motivo de la publicidad, por estar estrechamente relacionados, por lo que tuve que aprender a utilizar otras herramientas que, por otro lado, se han convertido en la parte interesante, tuve que bucear en mi mente, ir de un lado a otro y éste ha sido el resultado del trabajo de un año y medio.
–Las cavas de Ruinart conforman en sí mismas una escenografía tan mágica como única. ¿Pensó alguna vez trabajar en un entorno así?
–Nunca. La primera vez que fui me quedé con la boca abierta. Descubrir que esas galerías, sobre todo las más antiguas que fueron esculpidas a mano, me produjo mucho respeto. Me quedé bloqueado ante la inmensidad y la belleza y también porque ya habían sido fotografiadas anteriormente, por lo que me preguntaba ¿Qué más podría yo añadir?
–¿Le interesa la fotografía contemporánea?
–Sí, estoy interesado, pero no la miro mucho, me interesan más los fotógrafos que ya están muertos. A los que están vivos no los sigo demasiado porque me da miedo que influyan en mi trabajo y lo que quiero es hablar mi propio lenguaje. Estoy más influido por otras disciplinas como el cine, el teatro, la pintura o la escultura.
–Su trabajo tiene un halo de irrealidad, es como si sus instantáneas parasen el tiempo, lo detuvieran un segundo. ¿Están en este sentido sus trabajos más cerca de la pintura? Pienso, por ejemplo, en Vermeer o en Caravaggio. Y en Edward Hopper.
–De alguna manera, envidio el mundo de la pintura por su técnica, porque, por ejemplo, estuve en el Museo del Prado y me quedé alucinado de cómo la gente podía hacer lo que hacía hace 500 años. Acepto estar influido por el mundo de la pintura pero no quiero imitarlo. La fotografía tiene su propio lenguaje y su forma de comunicarse y crea distintas emociones que la pintura, pero aprendo un montón de la pintura, en cuanto a composición, iluminación. Me gusta estudiar los cuadros y me he quedado impactado con el Cristo de Velázquez
–¿Diría que sus obras tienen un importante tanto por ciento de puesta en escena? La escenografía me parece que es sumamente importante en ellas, la colocación de los modelos, los muebles que utiliza, la incidencia de la luz...
–En realidad es como un mikado, donde todo es importante, un conjunto de todos estos elementos que crean mi realidad, mi mundo de fantasía al que tienes que mirar y acercarte como si fuera una nueva realidad. Es una mentira que debe parecer una realidad, al quitarle alguno de estos elementos temo que se desmorone como si fuera un castillo de naipes.
–Ha pintado en alguna ocasión?
–Sí, he estudiado pintura durante un año pero para mí es una pelea constante... La fotografía es mi lenguaje.
–¿Por cierto, le gusta el champán?
–Sí por supuesto y sobre todo Ruinart. Además siempre lo asocio a celebraciones y momentos importantes.