Escritores: ¿la escuela imposible?
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¿Puede enseñarse a escribir una novela? En un mundo plagado de referencias, urgen criterios.
El malentendido viene de lejos. Más o menos desde que Homero dijera aquello de «Canta, oh musa» al inicio de la «Ilíada». De ahí se desprendía que el escritor no es sino un traductor de lo divino, depositario de secretos sólo revelables al iniciado, al elegido. No todos pueden escribir; es más, sólo unos pocos deben escribir. Así fue durante mucho tiempo, hasta que la novela comenzó a democratizar el lenguaje literario –por contraposición a la lírica– y la industrialización del libro y el alfabetismo generalizado abrieron la veda. Hoy en día el caso viene a ser casi el contrario: gracias a las redes sociales y la desacralización de la literatura, con un público muy variado y temáticas infinitas, la nómina de quienes escriben y aspiran a publicar es vastísima y las referencias y consejos para hacerlo, aún más. Pero, ¿todos pueden escribir? O incluso, ¿puede «fabricarse» un escritor casi de cero con unas cuantas claves? Mateo Coronado, autor de «Escribir, crear, contar. Las claves para convertirse en escritor» (editado por Espasa y el Instituto Cervantes), advierte de entrada: «Se puede enseñar a escribir una novela hasta cierto punto, pero lo mejor es que compres libros y leas». Su labor como compendiador de esta guía de escritura creativa y al frente de los talleres literarios del Instituto Cervantes es más la de entrenador que la de profesor: «Ayudo a ganar en agilidad, a entrenar el ojo y que cuando leas un libro en vez de ver seis claves, veas 36». Julio Llamazares, dos veces finalista del Nacional de Literatura, con ocho novelas a sus espaldas, considera que «la mejor escuela de aprendizaje es la lectura; yo aprendí leyendo y equivocándome; suelo ser escéptico con el asunto de enseñar a escribir, yo al menos no sabría cómo hacerlo, aunque posiblemente haya unas claves desde el punto de vista técnico que sí se puedan compartir».
La escritura –«oficio de tinieblas», lo define Camilo José Cela– es en esencia una actividad autodidacta y solipsista. La imagen del autor encerrado en su torre de marfil, abstraído y luchando con la palabra a brazo partido es un tópico, glorificado también en la actualidad: recuérdese en este sentido a J. K. Rowling, sola, en la miseria y con una hija a su cargo, escribiendo «Harry Potter» en los Sturbucks de Londres. El libro llega a las manos del público con un aura de santidad, salido de no se sabe dónde. Pero detrás, defiende Coronado, hay trabajo, trabajo y trabajo. Un martillo pilón que poco tiene que ver con la inspiración momentánea que puede generar un poema o hasta un cuento. De hecho, a pesar de la imagen del escritor como presa de una tensión creativa inagotable y misteriosa, la narrativa requiere de un esfuerzo sostenido y una labor artesana: «Una novela es un ejercicio técnico y mecánico además de creativo, el fruto del binomio ensayo-error; está emparentado con la arquitectura y con la composición musical y es como ensamblar piezas de un puzle». Por eso, añade, «ni los talleres ni nada pueden suplir una cosa básica: que una persona quiera escribir y demuestre el trabajo día a día».
No hay milagros, sí caminos
La guía que presenta el Instituto Cervantes aspira a poner orden en la hojarasca de la divulgación sobre la creación literaria y servir de referencia y manual de uso para quienes quieran sentarse a escribir con criterio, sabiendo que no hay milagros pero sí caminos. «Intentamos poner en orden las piezas con que jugar, con un lenguaje asequible. Había un hueco importante que rellenar en este campo, porque hay muchos libros académicos, áridos, sobre literatura comparada, que viene de los estructuralistas del siglo XIX; y, por otra parte, obras de divulgación que profundizan menos. “Escribir, crear, contar” es un compendio de ambos», señala el autor, para quien, en literatura, las recetas fijas y seguras no existen, ni ayer ni hoy.
El auge de la literatura «best-seller», a raíz de «El código Da Vinci», «El médico», «Los pilares de la tierra» o «Millenium», y posteriormente las sagas fantásticas y juveniles, abrieron el debate de la novela «empaquetada», preparada ex profeso para conquistar a un público vastísimo a través de unas supuestas fórmulas seriadas. ¿Habría una serie de claves, códigos, temáticas para jugar sobre seguro en el mundo editorial? La controversia acabó sin conclusiones firmes: el secreto del «best-seller» sigue siendo eso, un secreto. Y los encargados de talleres literarios tratan de quitar este tipo de ideas a sus alumnos a la hora de sentarse frente al ordenador. Ante todo, lo importante es jugar con la palabra y apasionarse por esta actividad sacrificada. «Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas», recomendaba Bukowski. Y si te «sale», hazlo, pero atente a las consecuencias: no es un trabajo de dos días. Para Lorenzo Silva, ganador del Nadal y el Planeta, «ser escritor es una vocación personal y una aventura solitaria, lo cual no quiere decir que ir a un taller literario sea perder el tiempo porque si vas a un lugar donde la gente comparte el proceso creativo, algunas pistas podrán ser útiles», algo así, quizás, como las tertulias de antaño.
Por las manos de Coronado han pasado unos 200 alumnos en tres años, principiantes y profesionales, de 15 a 76 años, más o menos la misma cantidad de hombres y mujeres. «Hay demasiada información sobre cómo escribir y eso desorienta a muchos, se han perdido referencias, lo que antes era la labor de un editor o un profesor; se necesitan filtros y criterio». Respeto, pero no miedo: «No hay que pensar que la novela esté reservada a un grupo selecto con el don de escribir, pero quizás sí se ha perdido un poco el respeto profesional a esta labor». Desde su experiencia, las mujeres se muestran más pacientes a la hora de madurar un texto: «No tienen tanta prisa por ir a al acción siguiente, prefieren envolver al personaje y sacarle el jugo». Muchos llegan con referencias actualísimas, la novela histórica hace unos años, el género negro ahora. Pero hay de todo. «Es curioso que los jóvenes, que imaginas que querrán hacer cosas como Tolkien, quieran escribir de sus vidas cotidianas, del mundo de sus barrios», añade Coronado.
Los talleres literarios proliferaron en Estados Unidos inicialmente, donde se remontan a los años 30. Allí la ensañanza de la escritura creativa está institucionalizada y tiene cabida en los programas universitarios. Nadie arroja sospechas sobre ella. Se aprende a hacer una novela como a diseñar una casa o ensamblar un coche. Chuck Palahniuk o Foster Wallace los frecuentaron, como alumnos y profesores. En los 70, América Latina se sumó a este experimento anglosajón y en las últimas dos décadas, la implantación en España ha sido un hecho palmario y su éxito ha ido «in crescendo», a pesar de la etiqueta de autodidactismo que aún pesa sobre la escritura en nuestro país. Los talleres, presentes en todas las grandes ciudades a través de escuelas privadas o instituciones, han pasado a copar todos los ámbitos literarios: narrativa, reportaje, crónica, poesía, teatro... El presupuesto es éste: nadie va a sacar adelante tu trabajo, pero compartir la experiencia del mismo puede enriquecer la escritura: «Como un buen maestro, el presente manual pretende iluminar un camino que, afortunadamente, deberá recorrer cada escritor por sí mismo», señala Coronado en la guía que coeditan Espasa y el Instituto Cervantes. Lorenzo Silva añade un último consejo, de la mano de Robert Graves, para quien quiera sentarse ante una hoja en blanco: «No olvides que la papelera es tu mejor amigo».