España busca a los antiguos faraones
Cincuenta años atrás, nuestro país desembarcaba en la misma ciudad que una vez adoró al dios Herishef: Heracleópolis Magna, el yacimiento que vio pasar a Ramsés II y la ciudad que llegó a ser uno de los grandes centros políticos y religiosos del antiguo Egipto. Su destino era convertirse en lo que hoy es Lúxor, pero la historia se cruzó en su camino
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Cincuenta años atrás, nuestro país desembarcaba en la misma ciudad que una vez adoró al dios Herishef: Heracleópolis Magna, el yacimiento que vio pasar a Ramsés II
Año mil novecientos sesenta. La Unesco hace un llamamiento internacional para salvar todos los restos que hay en el área de influencia de la futura presa de Asuán. Allí acuden los arqueólogos y egiptólogos más punteros del planeta para rescatar de las aguas del lago Nasser unos restos que, de no actuar de forma inmediata, quedarán sepultados de por vida. Entre los asistentes a la convocatoria, España. Años después, como reconocimiento a su labor en «la campaña de Nubia», tres presentes: cerca de 3.000 piezas de las recuperadas de las ya inundadas tierras –conservadas ahora en el Museo Arqueológico Nacional (MAN)–, el Templo de Debod, desde el que contemplar hoy en día los atardeceres de Madrid, y la posibilidad de excavar un yacimiento, la actual Enhasya el Medina –Heracleópolis Magna de los griegos y Nen-nesu de los antiguos egipcios–. Así da comienzo la historia de España en la tierra de los faraones. Cincuenta años hace desde que comenzaron los trabajos en un lugar en el que se había profundizado poco y que, sin embargo, tuvo mucho peso en el devenir de este país y civilización. Tanto como para saber que de no haber ocurrido una serie de acontecimientos, hoy se podría estar hablando de Heracleópolis en los mismos términos que nos referimos al yacimiento egipcio de Lúxor.
Naville, Petrie, Wilcken y el Servicio de Antigüedades egipcio ya había estado indagando sobre el terreno a finales del XIX y principios del XX, pero lo que escondían bajo ellas las toneladas de arena era mucho más de lo que ellos pudieran haber encontrado. Ya se sabía de la importancia de la ciudad, cuya situación geográfica le había llevado a controlar las rutas de caravanas que se dirigían a los desiertos libios. Agricultura, ganadería y comercio sostenían la economía de un lugar en el que se apiñaban hasta 125 personas por kilómetro cuadrado. E incluso Ramsés II fue uno de sus más nobles vecinos.
Época heroica
Con ello, en febrero del 66 empezó todo. Los egipcios aprobaron el proyecto presentado y establecieron la parte suroeste de la ciudad para la concesión española. Las ruinas más extensas del país, pero con monumentos visitables muy escasos. Bajo la dirección del profesor Almagro se realizaron seis campañas, hasta 1979, en el emplazamiento que él mismo había elegido. Aquello fue la «época heroica», como la llama la actual directora del yacimiento y conservadora del Museo Arqueológico Nacional (MAN), Carmen Pérez Die. «No se iba con más de dos pesetas y se vivía en una casa sin agua corriente y unas condiciones durísimas», cuenta. Por entonces, ella no era más que una estudiante. Cinco años después la aventura sería diferente: cuando, a punto de expirar el acuerdo con el gobierno local, fuera ella la que se hiciera cargo del proyecto. «Las concesiones en Egipto tienen caducidad, si no has vuelto en cinco años lo dan por abandonado. Así que nos avisó la embajada de Egipto en el 84 de si queríamos renunciar porque había gente esperando como loca para intervenir. Yo ya era conservadora del Museo y al oír esto no dudé en volar a El Cairo. Desde entonces hasta la actualidad hemos estado haciendo campañas anuales», resume Pérez Die sus inicios.
Así echó a andar un trabajo junto al Servicio de Antigüedades con el fin de «continuar con la investigación y obtener información directa que permitiese un mayor conocimiento de la historia de Heracleópolis Magna». Sin un lucro más allá del mero saber, ya que desde el 80 se había prohibido sacar piezas del país. Terminaba ese intercambio 50-50 del que había disfrutado España en sus primeras campañas, o como hiciera en su día Naville al encontrar el templo de Herishef en el que actualmente se está trabajando. Seis columnas de granito que terminaron repartidas por diversos museos del mundo. «Se las llevaron directamente. Pero es que entonces se tenía permiso para hacerlo, por eso hay que mirarlo con otros ojos», explica. Otra cosa es lo que se haya sacado al margen de todo, que, como siempre ha pasado con los grandes monumentos y palacios, los años han demostrado ser una importante cantera de nuevas edificaciones.
Herishef por Amón
Año a año se descubriría la huella de lo que fue y pudo haber sido Heracleópolis. «La historia de la ciudad se remonta a las primeras dinastías. Hay evidencias que informan de que el faraón estuvo aquí y que representan en la ciudad toda la historia de Egipto, incluso en épocas copta y bizantina. Quizás los momentos más importantes son durante las dinastías IX y X –también fue un enclave esencial de la XXII a la XXV–, en torno al 2000 a.C. es la capital, durante más de cien años. Un momento en el que el reino antiguo se ha venido abajo y la Corte se traslada aquí». Y en éstas, se encontró con un momento clave que la pudo convertir en epicentro histórico de la civilización del Nilo. Cuando cayó en una guerra con los tebanos. «La historia de Egipto hubiera cambiado» –dice Pérez Die–. El dios nacional, el dinástico, no sería Amón, sino Herishef, que era el dios local, y probablemente la ciudad tendría la grandeza y el esplendor que hoy posee Lúxor, pero no son más que especulaciones, todavía quedaba la época gloriosa de los faraones». Periodo del que la arqueóloga recuerda con bastante cariño piezas como la tumba de Hotep-Uadyet, «con procesiones de los sacerdotes funerarios en color y conservada perfectamente», aunque se confiesa incapaz de escoger un solo fragmento de todo el yacimiento: «La joya es la posibilidad de interpretar qué es lo que pasó a través de estudios de arqueoastronomía, arqueología del paisaje y del fuego, geología... Aunar los textos que conservamos con lo que vamos encontrando en las excavaciones. Ahora mismo hallar un vaso canopo me da igual. Es bonito, emotivo, divertido, pero lo que estamos haciendo es una restauración, colocar las piezas en su sitio y hacer un museo al aire libre; y, después, toda la interpretación religiosa del templo».
Aunque, por el momento, no oculta la espina que tiene clavada aún en este 50º aniversario del comienzo de las excavaciones: «La pena es que no se han encontrado las tumbas de los reyes de esa época, que debían estar enterrados en pirámides, que no sabemos si desaparecieron o quizá no se enterraron aquí y, por ser herederos de los grandes faraones, se los llevaron a Ghiza. Quizá están en un montículo de adobe o piedra sin más, con alguna cámara funeraria. No sé por qué, pero me temo que no los voy a encontrar. Cada vez pierdo más la esperanza», comenta con pesimismo.
Al sur, al norte, al este o al oeste. No importa el lugar hacia el que se excave, pues Egipto aguarda con un tesoro debajo de cada grano de arena. Si está, sólo es cuestión de paciencia. ¿Cuánta? El tiempo dirá, «hay para varias vidas», concluye.
UNA REVOLUCIÓN QUE LO CAMBIÓ TODO
Un equipo básico. Un dibujante, un par de arqueólogos, un restaurador y poco más. Así comenzó a andar una aventura hace cincuenta años y que otros tantos después ha contribuido a aparecer en los libros de historia. Un proyecto que desde el 84 tiene como cabeza a Carmen Pérez Die, el mejor ejemplo de la cantera de arqueólogos y egiptólogos que ha propiciado el yacimiento de Heracleópolis Magna. En su día era la única excavación española en suelo del Nilo. Hoy son casi una decena las que indagan los secretos de los faraones y los suyos. Seis fueron las campañas del 66 al 79 e ininterrumpidamente se han llevado a cabo los trabajos desde que la conservadora del MAN se pusiera al frente, con la excepción del año 2011, cuando comenzó la revolución: «Desde entonces no es igual, antes podías cruzar el país sola de lado a lado y disfrutando, ahora...», comenta.