La gala de los premios Goya, un espectáculo archirrepetido
Finalmente los presentadores, dos friquis de Albacete, están en la misma onda que los premios de la fiesta del cine español: la ceremonia siguen sin tener ninguna gracia. A estas alturas, tal es el narcisismo de la profesión que ya ni se molestan en buscar algún golpe que anime la gala. Lo suyo, que en realidad es nuestro, es homenajearse a ellos mismos, siempre encantados de haberse conocido.
Todo ha seguido según la rutina acostumbrada. El año pasado, el Goya de Honor fue para Ana Belén, que estuvo contenida y discreta. Este año, Marisa Paredes, la reina de la intensidad melodramática, ha hecho honor a su fama y se ha superado a sí misma. Hasta ha recordado el discurso del «No a la guerra», que de nuevo volvería a repetir. Quizá los presentadores deberían haberla animado.
«El cine –ha dicho el vicepresidente, Mariano Barroso– sirve para dar voz a los que no la tienen». Nadie diría que era para dárselas a ellos mismos. A Nora Navas le ha correspondido defender la igualdad de oportunidades. Mientras aleteaban en la platea decenas de abanicos rojos, ha dicho: «Solo derrotando la superioridad de género derrotaremos al monstruo de la violencia contra las mujeres». ¿Se refería a los espectadores rebeldes? No. Es el toque progre de este año. El cine se les queda pequeño y sin el recurso a la agitación y la propaganda deben de sentirse capitidisminuidos. A estas altura de la ceremonia, la pedrea de premios se los están llevando los vascuences de «Handia» y alguno para los catalanes de «Estiu 1993». Todos han salido a recoger el premio dispuestos a agradecer a la familia el premio. Un tópico mega aburrido y archirrepetido que casi debería considerarse la marca de la casa a proteger. La aparición de Paquita Salas ha demostrado que la ceremonia iba a peor. Ella misma ha comenzado diciendo: «¡Pero qué coño hace esta aquí!». Y, cómo no, ha aprovechado la ocasión para apelar a Pedro Almodóvar para pedir trabajo para su niña, que tiene un humor muy manchego, aunque es de Lugo. Peor no ha podido hacerlo. Casi se añoraban a los de Albacete y su humor chanante: el gag de los morros con barba de tres días de los presentadores dándose un piquito en plan boquitas pintadas casi ha rememorado el besuqueo de Xavier Doménech y Pablo Iglesias, que, por cierto, estaba de incógnito en la sala. Las cámaras recogían los rostros de los políticos. «Overbooking» total de ministros compitiendo con los políticos de la oposición a figurar como fans de un cine que seguramente casi ninguno ve. Isabel Coixet ha recogido el premio al mejor guión adaptado por «La librería». Esta vez, quizá acostumbrada a recoger premios, ha dejado de hacer visajes y se ha enrollado en plan un tanto vulgar y cómo no, ha agradecido el premio a su madre, que estaba emocionadísima. Pero como todo puede empeorar, casi se agradecen las bobadas de Isabel Coixet cuando ha comenzado una desafinada Leonor Watling de Marlango recitando e interpretando temas de las películas nominadas a la mejor canción original. Premio que ha ganado Leiva, que se lo ha dedicado a los Javis, los nuevos genios del cine español y favoritos de esta Gala de los Goya, que todavía no se habían llevado ningún premio por la «Llamada». Sigue la racha de «Handia» con el Premio a la mejor música, que ha recaído esta vez no en Alberto Iglesias, sino en Pascal Gaigne. Todo sigue por la senda más previsible y desmayada que imaginarse pueda alguien tan acostumbrado a sufrir los Goya que quizá añore los del pasado reciente, tan cargados de consignas políticas y desplantes a las fuerzas vivas del PP.