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Felipe II, el monarca que introdujo el color negro en la corte

Supo hacer de la corona hispánica la joya de la civilización de aquel tiempo, rompiendo con la leyenda negra
larazon

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Entre las siete grandes personalidades de la historia que llegaron a consolidar un imperio universal destaca por derecho propio Felipe II, que reinó sobre un vasto territorio en varios continentes, llegando a dominar el corazón de la política europea en una época turbulenta por las guerras de religión y dejando el imperio español en el cénit de su poder. Sobre él se ha escrito mucho, tanto en lo antiguo –la leyenda negra tiró sus dardos no por casualidad contra quien consiguió el máximo desarrollo de la monarquía hispánica en todos los órdenes– como en lo moderno, como prueban las biografías de Kamen, Parker o Thomas. Es un personaje que no deja indiferente a nadie y ha sido idealizado y demonizado casi a partes iguales.
Asumió el trono de su padre Carlos V como heredero de un gran imperio que, si bien iba a perder presencia en las tierras del centro de Europa, al no tener la consideración de emperador del Sacro Imperio, como su antecesor, se vería acrecido notablemente a partir de la década de 1580 por la unión dinástica con el reino de Portugal. Desde su nacimiento en 1527 en Valladolid ya estaba señalado como futuro monarca y fue preparado bajo los mejores maestros, llegando a dominar el latín a la perfección y varias lenguas europeas, aparte de las artes diplomáticas y militares. Fue seguramente el rey más preparado para los asuntos de estado de su tiempo y ya dio muestra de ello cuando tuvo que desempeñar en ausencia de su padre el mando en dos regencias. Cuando este abdicó y se refugió en el monasterio de Yuste en 1556, Felipe rigió el devenir de la monarquía hispana, una corona formada por extensísimos territorios en América, Europa, Asia y África sobre los que, según el celebrado motto, «no se ponía el sol».
Mucho se ha dicho sobre la extensión de su imperio, pero cabe recordar aquí el esplendor que supuso su reinado para la cultura, como muestran las magníficas construcciones de la época, o los grandes logros que llevaron al modélico despegue cultural del reino de Castilla. Recordemos el desarrollo intelectual que supuso la Escuela de Salamanca, la mística y la ascética españolas de Santa Teresa, San Juan de la Cruz o Fray Luis de Granada, la pintura, la música, el teatro, etcétera. Impulsó ciencias como la química y la matemática, la topografía o la cartografía y todas las ciencias naturales, como la botánica o la zoología, a partir de los hallazgos que entraban por Sevilla desde ultramar. El gran desarrollo de la imprenta y la compra de manuscritos es otro ejemplo. La Biblioteca de El Escorial es uno de sus logros culturales más asombrosos: bajo la dirección de Arias Montano se creó una verdadera obra borgiana de erudición, la más avanzada del momento. Los fondos venían de los copistas de novedades, de fondos privados o particulares pero, también, merced a diversas embajadas como la de Diego Hurtado de Mendoza, de la compra de manuscritos procedentes del naufragio del Imperio Bizantino, con lo que se perpetuó la tradición clásica en las letras y en la academia española.
Hombre de alta cultura, Felipe fue un gran coleccionista de libros, lienzos y exquisitas piezas de armamento. Pocos saben que su reinado influyó de manera revolucionaria en la historia de la moda, al introducir el negro en todas las cortes de Europa. Lejos del oscurantismo que ha querido resaltar la leyenda negra, el negro se ponía de moda por primera vez en la historia de las ideas estéticas. Más allá del tópico del recluso de El Escorial, el rey no estaba siempre en palacio silenciosamente y trabajando de forma obsesiva, renunciado a todo tipo de placeres: sorprende saber, por ejemplo, lo mucho que viajó por todos sus dominios europeos y que fomentó bailes, espectáculos y música en su corte.
Por eso, lo que me interesa destacar es que, más allá de la leyenda negra, hay un monarca que personifica como pocos otros a una época, en este caso el Renacimiento: ese es Felipe II que, siguiendo el lema del escudo de armas español, «Plus Ultra», supo franquear todos los límites históricos de la antigüedad y el medievo para abrir una nueva época en todos los órdenes. Cumplió a la perfección el ideal maquiavélico de «príncipe» frente a otros de nuestra lista, forjadores de imperios, reformadores o libertadores, como genio político. Recibió un enorme caudal de poder pero no lo dilapidó, como sucede tantas veces, sino que logró ampliarlo mediante logros impresionantes que convirtieron su imperio en la referencia mundial. Para Maquiavelo, la clave es conservar el poder a toda costa y consolidarlo: Felipe II, el rey prudente, realmente rompe los tópicos de la leyenda negra como el monarca del Renacimiento que supo hacer de la corona hispánica la joya de la civilización de aquel tiempo.
Genio de las milicias y las finanzas
Felipe II hizo frente a grandes problemas personales y políticos como el desequilibrio mental del infante Don Carlos, la traición de Antonio López, la falta de hijos de María I, la rebelión de los Países Bajos, Aragón y las Alpujarras y, por supuesto, el fracaso de su Armada contra Inglaterra. Pero fue una gran inteligencia militar bajo cuyo mando se desarrollaron grandes fortalezas, la flota de galeones, los tercios y la infantería de marina, e innovaciones como los arcabuceros, los mosqueteros y esa maravilla logística que fue el llamado Camino Español. Semejante esfuerzo militar hizo que la hacienda real tuviera que declarar tres veces suspensión de pagos, lo que realmente también fue una innovación en la macroeconomía de la época. Su gobierno supo jugar con la deuda y con sus enormes ingresos en oro de ultramar, en lo que supone la primera gran economía global moderna. En política exterior–aunque se recuerdan más los descalabros– destacan sus triunfos contra las potencias del momento, Francia y la superpotencia otomana.