Literatura

Madrid

Félix de Azúa, nuevo académico por serendipia o chiripa

El escritor pronunció ayer su discurso de ingreso en la RAE, donde ocupará el sillón «H» que dejó vacante Martín de Riquer, y al que convirtió en uno de los ejes de su intervención, un ensayo literario que hablaba de casualidades y el valor de las palabras

Los académicos Félix de Azúa (izda.) y Mario Vargas Llosa, junto a Isabel Preysler
Los académicos Félix de Azúa (izda.) y Mario Vargas Llosa, junto a Isabel Preyslerlarazon

El escritor pronunció ayer su discurso de ingreso en la RAE, donde ocupará el sillón «H» que dejó vacante Martín de Riquer, y al que convirtió en uno de los ejes de su intervención, un ensayo literario que hablaba de casualidades y el valor de las palabras

En junio de 2015, propuesto por Carmen Iglesias, Javier Marías y Santiago Muñoz Machado, Félix de Azúa era elegido para ocupar el sillón «H» de la Real Academia Española (RAE), vacante desde el fallecimiento de Martín de Riquer en septiembre de 2013 y ayer, domingo, se produjo su ingreso en la Academia con la lectura del discurso, «Un neologismo y la Hache», contestado por Mario Vargas Llosa. Félix de Azúa (Barcelona, 1944) ha sido profesor de Filosofía en la Universidad del País Vasco, de Estética de la Escuela de Arquitectura de Barcelona y ha dirigido el Instituto Cervantes en París. Su obra literaria está diversificada entre la novela, la poesía, el ensayo y los artículos periodísticos. La tarde era de expectación en la Academia, el número de asistentes y el runrún de espera superior a otras veces. Entre los asistentes, Isabel Preysler hacía su entrada acompañando a Vargas Llosa y se sentaba en primera fila del salón. Aparte de los académicos de las distintas sedes españolas y americanas, numerosas personas del mundo de la cultura y del periodismo, como la ex ministra González-Sinde, Vicente Molina Foix, Miguel Ángel Aguilar, Manuel Calderón o Gustavo Martín Garzo, entre otros.

Félix de Azúa comenzó su discurso rendido a una evidencia: «Pertenecer a la RAE es un asunto de interés popular». Y eso, «no por su ciencia, ni valor social, ni por sus beneficios, sino por la materia misma de que se ocupa. Las palabras son un elemento tan vital en nuestras vidas como el agua. La gente ama las palabras. Y a mí me sucede lo mismo: me seducen, las he perseguido toda la vida, las he cortejado».

- Buscar y encontrarse

Para hablar sobre lo que debe a Martín de Riquer, Azúa recurrió a hacerlo en forma de cuento. «En 2012, la Academia aprobó por unanimidad la palabra “serendipia”: Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. Se trata de andar buscando algo y encontrarse, de pronto, con otra cosa tanto o más valiosa que la buscada. Aunque para esto ya teníamos “chiripa”. Cosas enormes se han descubierto por serendipia, el continente americano, la penicilina o la viagra». Y continuó: «Traigo esta palabra a cuento porque hay una relación serendípica entre Martín de Riquer y yo. En 1970 acudí a una conferencia suya en Barcelona sobre el lenguaje guerrero de los siglos XI al XV. Me fascinó y más aún el personaje. Aquel archipiélago de términos muertos, de palabras calladas que revelaba me llevó a pensar en una novela que las recuperara».

«Otra serendipia –continuó Azúa- fue la que reunió a Barral y Vargas Llosa cuando buscaban un Joanot Martorell y se encontraron con un Riquer. Su deslumbramiento por las novelas de aventuras caballerescas me convenció de que tenía que escribir una de ellas. Un proyecto disparatado porque las novelas históricas estaban muy mal vistas en los años setenta. El proyecto quedó aparcado hasta que encontré, no sé si por serendipia o chiripa, el texto adecuado para desenterrar el tesoro de Riquer y tratar de darle una vida impostada en una novela. Es extraño que, en aquellos años de las revueltas estudiantiles en París, me pareciera fascinante un asunto caballeresco. Me daba la impresión, hoy plenamente ratificada, de que, aunque tenían un aspecto político y revolucionario, en realidad eran el anuncio de un mundo nuevo, que no sería comunista, como pensábamos, sino todo lo contrario: un mundo dominado por la técnica. En él tendría mayor influencia la píldora anticonceptiva que las obras completas de Marx», afirmó el nuevo académico. «Con enorme candidez me puse a recordar, hacia 1982, cuando Mayo del 68 ya era una momia, nuestros propios “hechos de armas”, insensatas cruzadas y fracasos. En los muertos, desaparecidos, prisioneros y todos los que arruinaron su vida por la revolución social y la ideología, las drogas, las comunas y la irresponsabilidad fue cobrándose vidas jóvenes a lo largo de los años setenta. En mi círculo de amigos hubo más bajas que en el de mi padre durante la Guerra Civil».

Y concluyó: «Hace cuarenta años, Martín de Riquer, sin saberlo, comenzó a traerme hacia este sillón, del mismo modo que ya habrá recorrido buena parte de sus serendipias y chiripas quien un día me sustituirá a mí. Roguemos para que esto no suceda demasiado pronto».

«Osadía, desparpajo e ideas»

En su turno de contestación, Mario Vargas Llosa destacó que «Félix de Azúa se ha convertido en una referencia inevitable, y por cercanía o rechazo, ejerce una influencia indiscutible en materias cívicas y culturales». Resaltó «su independencia y radicalismo para defender sus ideas y convicciones, tanto artísticas como literarias y políticas, que lo fueron marginando de la vida cultural y forjando esa personalidad refractaria, díscola y altiva que ha sido desde entonces su distintivo personal y el atractivo magnético que ejercen sus escritos». Para él, «Azúa no solo tiene osadía y desparpajo. Tiene ideas, pensamientos vivos que son infracciones al lugar común, sacudones a la cultura adocenada, exhortaciones al desorden intelectual contra un orden sometido al conformismo y a la cobardía que significa aceptar las modas por las modas, aunque ellas representen formas extremas de vulgaridad, mal gusto, frivolidad y estupidez».