Escultura

Fernando de Szyszlo, un gigante del arte abstracto latinoamericano

Fernando de Szyszlo, un gigante del arte abstracto latinoamericano
Fernando de Szyszlo, un gigante del arte abstracto latinoamericanolarazon

El artista, de 92 años, fallece en un accidente doméstico junto a su esposa, Liliana Yávar

El título de sus memorias, que presentó el pasado febrero en España, resumía el sentir de este artista, uno de los grandes nombres de la creación abstracta en Latinoamérica: “La vida sin dueño”. Él nos confesaba en una charla telefónica llena de recuerdos, tan apasionada como apasionante, que era una declaración de intenciones: «Es fácil decirlo de una profesión como la pintura en la que no se tiene jefe si no se quiere. Bueno, está el galerista, pero no es lo mismo. Nunca he sentido ese tipo de presiones de las que otros hablan. He trabajo solo y he llegado a los 92». La noticia de su fallecimiento a causa de un accidente doméstico junto a su esposa, Liliana Yávar, llegaba a España esta madrugada. Poco tardaron en llegar al domicilio familiar Patricia Llosa y su hija Morgana, ex esposa e hija del Nobel Vargas Llosa, íntimo del creador peruano. «Es mi mejor amigo, tan respetable, tan serio, tan coherente. Es un ser admirable», decía entonces con auténtica veneración. Nacido en Lima en 1925, Fernando de Szyszlo viajó alrededor del mundo cuando aquello no se estilaba, sobre todo para alguien que había visto la luz en aquel lejanísimo país. «Los pintores hoy pueden vivir de la pintura en América Latina, lo que no sucedía hasta 1945, cuando era vital tener un segundo oficio. Nuestra generación acabó con todo eso».

Aterrizó por aquel entonces en París, una capital tan llena de «monstruos», de cafés donde comía lo que podía –«más bien poquito»– junto a su esposa, de amigos con los que compartía piso, de amistades como las de Sartre, Malraux, Simon de Beauvoir. «Todos estaban allí. Fui afortunado, lo fui mucho, porque a pesar de que todo estaba tan confundido y éramos muy pobres no nos abandonaban las fuerzas. La lástima es que mi favorito, que era Proust, ya había muerto. Fíjate, a Breton le conocí gracias a Octavio Paz. Yo era un gran lector del surrealismo y eso que nunca mi pintura ha tenido esa influencia», recordaba. Era época de estrecheces. En aquellos años en París ganaba 90 francos y de ellos destinaba 30 a comprar tabaco. «Así era. A los sesenta dije basta porque tenía los pulmones destrozados y hoy sé que son irrecuperables. Y le diré que aún lo añoro y que no detesto que alguien fume a mi lado, al contrario, me gusta ese olor del cigarrillo. Pero sé que si diera una calada volvería a caer, lo sé». El Perú de su juventud era un páramo artístico donde la galería Lima, en el centro de la ciudad, se erguía como un oasis en medio de la nada. Había sed de arte, de conocer, de saber, de crear: «Tenía dos habitaciones y estaba en un segundo piso. Abrirla fue un acto de heroísmo. Prendió y pudo marcharse a un lugar mejor. Se nutría también de bastantes españoles exiliados, como Clavé. Esa sala despertó el ambiente, que estaba totalmente dormido». Y tuvo tiempo para opinar sobre la creación actual. ¿Hoy está vivo el arte? «Vivo, sí, pero banalizado, como todo movimiento cultural. En la civilización occidental pasa una cosa terrible y es eso, todo está ha contagiado. Hoy creemos que un grafitti es un Rembrandt. La pintura que vemos ahora es la que merecemos», explica remarcando las palabras. Nombra a Rilke y a Rodin, en las antípodas de «ese artista que se llama Hirst, el de las vacas degolladas con las cabezas cortadas que mete en cajas de cristal. ¿Sabe quién le digo? Su obra no me interesa nada ni envidio sus muchos millones. No me une nada a él».

Con la pintura y la escultura como sus disciplinas predilectas, De Szyszlo logró sintetizar el arte, los mitos y los símbolos del antiguo Perú con el arte abstracto y las nuevas tendencias modernistas mediante un lenguaje no figurativo con el que irrumpió en el panorama artístico nacional e internacional. Ese es el caso de “Inkarri” (1968), considerada su obra maestra, al representar simbólicamente, con formas abstractas de fuertes tonos rojos y negros, el mito donde el último inca, despedazado por los colonos españoles, recompone su cuerpo y derrota a los invasores para restaurar nuevamente el imperio incaico. La pieza es contemporánea a series como “Apu Inca Atawallpaman” (1963) y “Paisaje” (1969), mientras que en las dos décadas siguientes evolucionó hacia un expresionismo abstracto de fuerte colorido, reflejado en las series “Interiores” (1972), “Waman Wasi” (1975) y “Anabase” (1982).

Entre las anécdotas que salpicaron aquella conversación recodarmos una en especial. Él aseguraba que al traerla a la memoria todavía sentía cierto rubor: el día que hizo esperar media hora de pie a Hans Hartung:

«Todavía me da vergüenza recordarlo. Media hora. Y él estaba allí esperándome en la puerta, con su pierna de palo apoyándose en un bastón». ¿Es cierto que se ha pasado toda la vida pintando? «No sé hacer otra cosa. Tendré unos 3.000 cuadros, pero no me parece que sea un placer, sino un desafío, una compulsión incontenible, es como ir de derrota en derrota. Yo soy un pintor de un solo cuadro que he perseguido toda mi vida y que aún no he conseguido pintar porque se me ha escapado. Con los años he comprendido que no podía. Aún sigo soñándolo».