Del Paso: «En México las cosas no han cambiado sino para empeorar»
Con un discurso duro y reivindicativo, el escritor Fernando del Paso denuncia la situación política de México durante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes de Literatura
Con un discurso duro y reivindicativo, el escritor Fernando del Paso denuncia la situación política de México durante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes de Literatura
Llegó Fernando del Paso dando cuenta de los pormenores, cuitas y servidumbres que le ha impuesto la edad, pero sin mostrar una sombra de flaqueza o debilidad en su coraje. Al novelista, de raza cervantina y raíz poética, no le tembló la voz, que le sobreviene debilitada en ocasiones, en el momento certero de la denuncia y, en su discurso del acto de entrega del Premio Cervantes, pronunció las palabras cruciales con diáfana claridad: «Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo». Este escritor, mexicano, desenvuelto, barroco, excesivo, que tiene por amantes a la historia y la pintura, que ha revelado que, desde temprano, trae la sangre contaminada de literatura, mostró su lado sedicioso y rebelde, la cara inconformista del fabulador y el contador de narraciones, y, mostrando un hondo desprecio por los posibles desafectos que le pueda granjear su sinceridad, reconoció que «criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. Pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación en el Estado de México de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la Policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas. Subrayo: es a criterio de la autoridad, no necesariamente presente, que se permite tal medida extrema. Esto pareciera tan sólo el principio de un Estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza».
- «Abrumado y halagado»
Del Paso anteponía al ciudadano preocupado por la actualidad, al autor dandi, de estética cuidada, que todavía no ha visto mellados sus sueños y que, sin atender a los reveses, aún mantiene viva la ilusión de arrojarse a la aventura literaria de un nuevo libro. En esta convocatoria del galardón, que debía ser un acto emotivo respecto a otras ediciones anteriores por coincidir con el IV centenario del fallecimiento de Cervantes, vino, sin embargo, deslucida, abandonada de escritores, como grisácea a pesar del calor y el sol. Del Paso, quien admitió «sentirse abrumado y halagado», hizo lo posible por dar impulso a la mañana con una intervención que no dejó de lado el humor (precisamente que la prosa no iba disociada del humor fue una de las lecciones que aprendió en «El Quijote») y en la que proclamó que «desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso en carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano». Del Paso, que escogió para su traje una corbata con los colores de la bandera española (una prenda que le costó encontrar y que pudo adquirir después de varias búsquedas infructuosas), fue describiendo su biografía literaria y enumerando sus influencias y admiraciones. «Quien detonó mi vocación literaria fue el poeta Miguel Hernández, autor de “El rayo que no cesa”». Este poemario fue el punto de partida de una vocación que ha dejado, entre otros hitos, «José Trigo», «Palinuro de México» y «Noticias del imperio», entre otros trabajos, pero, que, sobre todo, le animó a escribir «Sonetos de lo diario». Del Paso, según contó ayer, comenzó con tropiezos en el idioma español, creando un léxico propio, inventado, que iba revelando su ingenio, pero que «algunas tías malhumoradas» que tenía interpretaron enseguida que era una advertencia de que «no iba a dar pie con bola con el lenguaje. Se equivocaron de palmo a palmo».
El novelista recordó cómo aprendió a leer en casa de un hermano de su padre, en «una biblioteca virgen –nadie la leía: compraba los libros por metros–. Me invitó a pasar quince días en su casa, muy cercana al zoológico, desde donde se escuchaban a distintas horas del día los estentóreos rugidos de los leones». En esos anaqueles fue encontrándose con los «clásicos castellanos», como Tirso de Molina, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, el Arcipreste de Hita, Quevedo, Baltasar Gracián... Y, también Cervantes: «En casa de mi tío me enfrenté con don Quijote en desigual y descomunal batalla: él, las más de las veces estaba jinete en Rocinante o a horcajadas en Clavileño y yo, en miserable situación pedestre. No obstante mi Señor y Sancho Panza estaban ilustrados por Gustave Doré, y eso me sirvió de báculo. Salí de su lectura muy enriquecido y muy contento de haber aprendido que la literatura y el humor podía hacer buenas migas. De esto colegí que también los discursos y el humor podían llevarse».
- Un duelo particular
Del Paso, que aún, en ocasiones, piensa «que no quiero nacer», y que «quise escribir y escribí», aunque precisó que «nunca escribí para ganar premios», recurrió al ingenio para ilustrar el pulso que siempre han mantenido sus dos manos («no soy ambidextro, soy ambisiniestro», afirmó). Una rivalidad que, en el fondo, es una alegoría del duelo que siempre han mantenido su afición al dibujo, que es propiedad exclusiva de su mano izquierda, y de la pulsión hacia la escritura que mantiene desde la juventud, y que es propiedad inherente de su mano derecha. Entre esas dos aficiones le salió su particular obra, que es espejo de sus preocupaciones: «“José Trigo” es un libro reflejo de mi obsesión por el lenguaje, mi fascinación por la mitología náhuatl y que obedecía a tantos propósitos, que lo transformaron casi en un despropósito».
Al concluir la ceremonia, en los corrillos que se congregan en el llamado Patio de los Filósofos, Fernando del Paso repasó el día, reconoció que a la Reina le había gustado mucho su discurso «por su emotividad y sentido del humor» y explicó que el inicio de su intervención –que estuvo dedicada a sus padres, al poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega, José Emilio Pacheco y Carmen Balcells– tuvo que hacerlo muy «duro» porque «era necesario» para su país. El novelista reconoció que aún le quedaban energía para emprender una nueva obra y que la historia de México ofrece muchas épocas interesantes para encontrar la inspiración. No despreció el turbulento siglo XIX, pero Del Paso reconoció cierta debilidad por la época de la conquista, en el siglo XVI: «Creo que es un periodo muy interesante que todavía no ha sido suficientemente explorado, sobre todo, la primera parte de ella, la de la conquista, no la de los virreinatos». Del Paso, que vive con la insatisfacción de no conocer quién ha ganado, si su mano derecha o la izquierda, sin embargo, sí tiene algo claro: entre dibujar y escribir, siempre sale victoriosa la escritura. J. Ors
Creador poliédrico y artista verdadero
Los Reyes llegaron al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares a las doce de la mañana, solemnes, pero visiblemente más que «conformes» con el acto que estaban presidiendo y la entrega del premio Cervantes al mexicano Fernando del Paso,nacido en el país «amigo de sangre y cultura que es México». Al acto acudieron, además del ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo, el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, con el que el Rey coincidió por primera vez desde el día de la Pascua Militar, es decir, desde hace tres meses y medio, el secretario general socialista, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, entre otras personalidades. Ni el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ni el de Ciudadanos, Albert Rivera, asistieron al acto pese a estar invitados.
El Rey destacó que son «muchas las cosas que nos unen a mexicanos y a españoles. En primer lugar, se refirió a la lengua española, la inquietud por el fomento de la lectura y el trabajo conjunto entre escritores «para que nuestro idioma sea cada vez más rico y reconocido en el mundo». Don Felipe resaltó que las «causas de la riqueza» de nuestra lengua es «su capacidad de continua transformación, en un mestizaje permanente en el que cada país del mundo en que se habla es un afluente que rejuvenece y ensancha a cada tramo el inmenso caudal del español». Nuestra lengua, practicada por más de 500 millones de personas, tiene así una «condición privilegiada» para el Jefe del Estado.
Fernando del Paso recibió del Rey unas palabras llenas de reconocimiento. Destacó la «artesanía lingüística» en las obras del galardonado, y el uso de un «lenguaje en el que se aúnan el respeto por la tradición y la audacia innovadora».
Un «conjunto cuidado como pocos», un «creador poliédrico», un «artista verdadero». Don Felipe basó estas características del escritor en una «auto exigencia» del galardonado por no «decir nada superfluo y sin plena convicción; una obra entregada a un trabajo minucioso con la paciencia y la meticulosidad de los artistas verdaderos».
El Rey, que ha recorrido la trayectoria artística y vital del escritor, no se ha quedado en las «andanzas» de Del Paso, sino que mencionó rasgos de su personalidad, como lo es el ser «un autor agradecido» a aquéllos que tuvieron la valentía de abrir «nuevas sendas» en la creación literaria, y mencionó para ello al «amigo y compatriota» Juan Rulfo, y a, por supuesto, Cervantes. Porque Don Felipe no quiso terminar sus palabras sin mencionar la «fascinación» que el escritor sintió al leer por primera vez el «Libro inmortal» de Cervantes: una lectura que, al principio fue «por curiosidad», una «curiosidad» que según palabras de Del Paso pasó a convertirse en «amor», y después, «según sus propias palabras, se convirtió en obsesión».
Antes y después del acto los Reyes se «volcaron» con el escritor, manifestando públicamente una gran complicidad con él. En el «cocktail» que se ofreció al cierre del acto, tanto Don Felipe como Doña Letizia dedicaron la mayor parte del tiempo a conversar con el galardonado y los miembros de su familia. A. G. Mateache