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Gutiérrez Aragón: «Ser director consiste en sobrevivir al caos»

El cineasta Manuel Gutiérrez Aragón ingresó ayer en la RAE, donde ocupara el sillón «F».
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El cineasta Manuel Gutiérrez Aragón ingresó ayer en la RAE, donde ocupara el sillón «F».
Desde ayer, el cine vuelve a estar presente en la Real Academia Española, huérfana de representación cinematográfica desde la muerte de José Luis Borau. Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Can-tabria, 1942) tomó ayer posesión de la silla «F», vacante desde el fallecimiento de José Luis Sampedro en abril de 2013. Y lo hizo con un discurso titulado «En busca de la escritura fílmica». Propuesto por los académicos Luis Mateo Díez, José Manuel Sánchez Ron y José María Merino, fue elegido en abril de 2015 por su condición de guionista, director de cine y escritor. Así, aquel estudiante de Filosofía y Letras que no pudo hacer periodismo y acabó casi por casualidad en la Escuela de Cine haciendo guiones y como aprendiz de director, culmina una trayectoria que lo llevará a partir de ahora a trabajar en la Academia, fundamentalmente, el lenguaje cinematográfico. En el camino han quedado un puñado de películas, muchas de ellas premiadas, y la dedicación a una nueva faceta, la de escritor, después de dejar definitivamente el cine hace ya casi una década.
Había expectación, aparte de miembros de distintas academias, caras conocidas del mundo del cine y de la cultura. Ex ministras como González Sinde y Carmen Alborch, escritores como Juan José Millás o Manuel Vicent, directores como David Trueba, representantes de SGAE y actores como Ana Belén arropando al nuevo académico. Su discurso, «En busca de la escritura fílmica», fue un relato autobiográfico sobre el largo aprendizaje del lenguaje del cine, a su entender «más convencional que el escrito», para quien viene de la literatura, del lenguaje oral y escrito y «que no acaba nunca». Sobre el trayecto que va desde el texto a la imagen. Es decir, la escritura de cine entendida como la realización de un guion y su puesta en escena. La confluencia de literatura y cine, de imagen y palabra, en caminos que se cruzan y necesitan mutuamente.
Lenguaje indómito
Tras las loas de rigor a su antecesor en la silla» F», José Luis Sampedro, del que dijo ser «un sabio, un hombre de bien y un escritor tan admirado como querido», Gutiérrez Aragón comenzó afirmando «que el oficio de narrar historias me venía de la literatura», como quedó patente entre sus compañeros al ingreso en la escuela de cine. «La profesión de director de cine consiste, entre otras cosas, en sobrevivir al caos», puesto que «las cosas no suceden según se prevé en el plan de trabajo, las escenas no resultan como se escriben en el guion». Al principio, «estaba ante un leguaje novedoso, indómito, que me llamaba sin que yo comprendiera del todo qué quería decir». Para que todo marchara bien, «había que ordenar el desorden de las cosas. La sorpresa para el joven escritor reconvertido en aprendiz de cineasta es que había que organizar todo desde fuera del lenguaje». Y comprobó «que en cine había que rehacer el mundo para poder contarlo, para convertirlo en lenguaje». Aprendió «que los signos y las reglas de la narrativa cinematográfica están mucho más codificados de lo que aparentan. Que el cine es un conjunto de códigos que condicionan la narración, solo que a veces pasan desapercibidos».
En esa búsqueda del lenguaje fílmico, Gutiérrez Aragón afirmó «que el cine tomó prestados los hallazgos de la literatura. La literatura realista ha tenido la ambición de representar las cosas tal como son. El cine se apuntó enseguida a la idea, ofreciendo superar la oferta literaria y proclamando un realismo definitivo. Ese estatuto realista sería un referente imprescindible que daría paso a los filmes de aventuras, a los delirios, al camino de los sueños. Hay muchos mundos, pero todos caben en el cine». Por otro lado, «todo este manejo narrativo necesita del espectador. El público tiene que reconocer y aceptar los procedimientos». Al hacer una película hay dos procesos que marchan a la vez, en paralelo, y que no se dan el uno sin el otro: «Una elaboración de los directores, los productores, los técnicos, los actores... y una reelaboración por cuenta del público». Porque en el cine «no existe una mirada única. A veces, durante la contemplación de una ficción cinematográfica descubrimos nuestras propias fobias, nuestros deseos insospechados. No hay mirada inocente».
w acto literario
El nuevo académico afirmó que la realización del guion es un acto literario. «Durante su escritura pude comprobar algo superconocido en los manuales: que algunos procedimientos de la narrativa cinematográfica se encuentran ya en los novelistas del siglo XIX. Esa manera de pegar y cortar las emociones, de manejar las elipsis, de contar en paralelo no deja de remitirnos a lo que el cine ha hecho suyo. Por eso, si el guion no es una obra literaria, ¿qué es? La parte más vulnerable de la película y el punto de arranque de la narración fílmica». El nuevo académico concluyó preguntándose: «¿Alguna vez se puede decir que el aprendizaje ha concluido? ¿Ha finalizado mi propia búsqueda de la escritura fílmica? No, mientras haya que seguir reorganizando el caos. Hay algo que compartimos los narradores de toda clase de ficción, literaria o cinematográfica. Para nosotros los límites de lo posible son los límites de lo que puede ser contado».