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Guzmán: «De niño flipaba con Tchaikovsky»

Presenta «Sentado en la cumbre del mundo», su sexto disco con sello propio
larazon

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De su palabra se desprende sabiduría, tiempo y también carretera. Experiencias que comparte y que hace de sus seguidores porque, como él mismo dice, «en definitiva, todos somos iguales». Atrás quedaron los años de una industria preocupada por el aparato y las promociones y el tiempo en que era uno más de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán o los éxitos con Cadillac. Ante este panorama, se atrevió a fundar Cadillac Music, con el que edita sus trabajos, como «Sentado en la cumbre del mundo».
–¿Cómo ve este cambio en el modelo de la industria?
–Como compositor siento la necesidad de que me escuchen, aunque esta afirmación va un poco más allá. La música es abstracta, no es algo concreto y definido, puede hacerte reír y llorar, el poder de la emoción es superior a cualquier cosa.
–¿Es difícil poder transmitirlo?
–Hay bastante gente que va de maestro por la vida, dando lecciones, pero en realidad es un error porque todos somos discípulos, tenemos que disfrutar de cada momento, es la actitud que hay que tener uno en la vida.
–¿Cómo compone?
–Como un ejercicio de bienestar. Uno, o por lo menos a mí me pasa, no puede llegar y ponerse a tocar jodido o estando triste. La música es positiva y desde ese punto, componer es un ejercicio y un esfuerzo que requiere dosis de energía, una fuerza mental para poder llevar más allá lo que tienes en la cabeza. Resulta increíble. Pero, como te digo, considero vital que la música sea positiva, constructiva, de todos.
–Es un compositor que domina las armonías y las melodías, parte fundamental en un tema.
–Sí, la letra de una canción es una pequeña parte. La música, la melodía es su voz real y eso es lo más grande y lo que mejor hago. Soy de la escuela de Beatles, de MacCartney y siempre he defendido que las melodías son el tronco y yo personalmente creo que la mejor definición de mí mismo es que soy un «melody maker» (que significa en inglés «creador de melodías»).
–¿Siempre ha mantenido ese gusto por lo «brit»?
–La música clásica es una pieza fundamental en mi educación musical. Cuando era niño, con tan sólo cinco o seis años, mi abuela me ponía discos de Chopin o de Chaikovsky y, de hecho, con el «Vals de las olas» notaba que me pasaba algo, me ponía triste, flipaba. Me daba cuenta del poder que tenían las armonías en los sentimientos. La de Beatles y George Martin, su productor, con sus arreglos sinfónicos, es la música que he mamado y que más disfruto.
–¿Cómo trabaja en el estudio?
–Llego con todo bastante claro. La verdad es que lo hago en casa con un programa de edición: grabo la base de baterías, una línea de bajo, guitarras, e incluso las voces que mezclo en inglés y español, haciendo un ejercicio mucho más adecuado del sonido y de la letra al final. Una vez en el estudio no pierdo el tiempo. Me edito yo los discos porque los precios de los estudios siguen siendo altos.
–¿Tiene muchas actuaciones?
–Ahora estoy tocando un montón. Me he dado cuenta de lo que me apasiona poder hacerlo en locales pequeños, en restaurantes, mientras la gente disfruta, y después poder compartirlo yo con ellos. Hablamos y tocamos y mezclamos esa buena onda que te comentaba y que es esencial para entender la música. Adoro la cercanía con la gente, el tú a tú. Mañana, por ejemplo, estaré en El Latigazo, haciendo un acústico a la hora de cenar. ¿Te apuntas?
Sabe más por lo que calla que por lo que cuenta, pero si le aprietas un poco, lo suelta todo. Sólo admite una máxima: sé tú mismo. Tras dos fases y más de 30 años en activo, Guzmán es un artesano de canciones de pura cepa.

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