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Henri Cartier-Bresson, el momento definitivo

La Fundación Mapfre ofrece la primera retrospectiva del fundador de Magnum.. Una exposición cronológica que muestra la evolución del fotógrafo desde sus planteamientos artísticos hasta el reporterismo gráfico

Una de las obras del artista
Una de las obras del artistalarazon

En la mirada de Cartier-Bresson queda una reflexión de la pintura. Un poso, procedente de su formación artística, que aflora de diversas maneras en sus encuadres, formas de composición, la impredecible elegancia que adhería a las imágenes y una irreversible inclinación hacia la geometrización (proveniente del impacto que le causó la llamada «Nueva Visión») que marcó su estilo, como reflejan dos prematuras instantáneas –«Piazza de la signoria» y «Florencia»– tomadas en el año 1933 en Florencia. El hombre, que según recoge una vieja leyenda, vestía un traje sencillo cuando salía a la calle para volverse invisible entre la multitud y pasar desapercibido con la cámara, ha pasado a la Historia como «el ojo del siglo». Partió del trampantojo del lienzo –al final de su vida regresaría al dibujo– para después pasarse a la alquimia de la fotografía, que se convertiría en unas de las retinas imprescindibles del siglo XX. Comenzó en lo inmediato, en las municipalidades de lo íntimo, del barrio frecuentado, retratando escaparates diversos de tiendas y comercios, enalteciendo lo común con sus fotografías, que no eran más que un reflejo de su propia sensibilidad, de su manera de acercarse a la realidad. Traía ya encima las enseñanzas que aprendió en el taller de André Lhote y las influencias que por diferentes vías le proporcionaron ciertas amistades norteamericasnas: Julien Levy, Caresse, Harry Crosby o Peter Powel. Pero el maestro que le guió en sus tanteos iniciales fue Eugéne Atget.

Si en su juventud escribió «Siempre sentí pasión por la pintura. Siendo niño, pintaba los jueves y los domingos, y soñaba con ello el resto de la semana» pronto percibiría el rapto de otra musa, igual de absorbente y que cambiaría diametralmente su deriva artística: la fotografía. «Él aprendió enseguida los paradigmas de los lenguajes de la modernidad, los lenguajes cubistas, surrealistas, que representaron una subversión del orden y luego se encuentra las grandes tragedias de la Europa del siglo XX. Eso le hace ir respondiendo a cada una de las situaciones con unas necesidades expresivas, una necesidad de contar lo que ocurre, denunciar los dramas que padece la gente. Esa idea de lo social resulta principal en él y le obliga a abandonar las pretensiones artísticas para pegarse a la realidad. Pero, aún así, no puede olvidar sus conocimientos, como la armonía», aclara Pablo Jiménez Burillo, de la Fundación Mapfre. Esta institución inaugura mañana la primera retrospectiva que se dedica al artista después de su muerte (se ha cumplido el décimo aniversario de su fallecimieno). La muestra, que viene del Centro Pompidou de París, con la participación de la Fundación Cartier-Bresson, ha reunido más de quinientas obras del fotógafo. Entre ellas, fotografías (más de trescientas), cuadros, dibujos y documentales en los que participó. «El sólo permitía hacer exposiciones sobre trabajos concretos suyos, no de su obra en conjunto. Por eso es tan relevante esta iniciativa. No se había hecho jamás antes. Además, todas las imágenes que enseñan aquí son "vintage". Esto permite observar su evolución técnica, contemplar los contrastes de blanco y negro que introduce en sus obras, que son más intensos de lo que se pensaba»

El camino de la militancia

El marco de sus primeras expediciones artísticas fueron las manzanas y calles de las ciudades que recorría. Pero un viaje a Costa de Marfil, que dejaría una honda huella en él, señalaría un cambio profundo, como se ve en el recorrido. De esta época se conserva un cuaderno en el que pegaría parte de las instantáneas que iba revelando, y que es una de las piezas más importantes que se han incluido en este montaje. El hombre que no quería ser fotografiado, que renegó del egocentrismo de los autorretratos y que aspiraba a un discreto anonimato para alcanzar los mejores resultados en sus incursiones callejeras por conseguir eso que definió como el «instante decisivo», encontraría en la meca de la intelectualidad surrealista una inspiración artística –de ahí partió su gusto por las distorsiones que provocaba el agua en los cuerpos inmersos, su deformación intencionada de las imágenes o la serie que dedicó a personas dormidas (los ojos cerrados y el sueño son temas recurrentes en este movimiento)– y un padrinazgo político. «Su militancia proviene de la relación que mantuvo con este grupo, tan vinculado al comunismo. En esa época era lo normal. Todos los surrealistas suscribían este ideario. Pero a él lo que le quedó de esta experiencia fue una enorme conciencia social. Desde entonces demostró una gran sensibilidad hacia el dolor y el sufrimiento de las personas». Unas coordenadas ideológicas que compartía con Robert Capa y David Seymour «Chim», dos de los grandes fotoperiodistas del momento y junto a los cuales fundó Magnum. «Decidieron crearla por su planteamiento de la fotografía como reportaje de calidad. Esto es algo muy importante. Él tiene un gran sentido de la responsabilidad y encuentra unos compañeros que suscriben sus mismas inquietudes. Esta agencia les permitía difundir sus trabajos adecuadamente, a través de los grandes distribuidores de masas, de las mejores revistas ilustradas», comenta Jiménez Burillo. En este momento se produjo en Cartier-Bresson una escisión fundamental. «Él es mucho más que un reportero gráfico. Siempre mantuvo una mirada refinada, culta y es algo que puede observarse en cómo desarrolla su interés por el periodismo. Con el surrealismo alcanzó su madurez artística. Pero a partir de ahí, la fotografía hace que el mundo se haga más global. Es la foto quien acerca a las personas el mundo que está lejos. Yo creo que Cartier-Bresson siempre tuvo un lado artístico, pero después se involucró en los acontecimientos que vivió: la liberación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española... lo que le interesaba era estar en la realidad y por eso empieza a encaminarse hacia el reportaje».

El fotógrafo «zen»

Cartier-Bresson, sin perder jamás su andamiaje artístico, emprendió unos reportajes comprometidos con su época. Aparecen ahí una serie de preocupaciones: la sociedad de masas, la sustitución del hombre por las máquinas en las industrias, las reivindicaciones políticas, como el viaje que realizó a la India de Gandhi, la irrupción del comunismo en China, la fascinación del consumo en las sociedades occidentales. Una odisea inquisitiva que le condujo a recorrer Asia, desde Japón a Mongolia. Pero, a partir de la década de los sesenta, el artista encontró una paulatina serenidad. Una tranquilidad que traslada a sus imágenes. Ha descubierto las predicaciones del budismo, que integraría a su manera de entender la fotografía y que, lentamente, le retirarían de su ejercicio profesional. Al final encontraría retiro, de nuevo, en el arte del dibujo. La exposición, que también recoge en una sala su interés por el cine –participó en un documental que se exhibe en su integridad–, se cierra con los retratos a mano que realiza. «Ahora vivimos en un mundo en el que no existen las revistas. Pero durante años fueron ellas el medio de comunicación de masas. Era una de las mejores maneras de asomarse a lo que ocurría. Ahí es donde estaban las imágenes impactantes. Ellas creaban la moda y los temas que preocupaban. Ahí crecieron Capa, «Chim», Gerda Taro y Cartier-Bresson».