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Ian Kershaw: «La I Guerra Mundial hizo a Hitler posible»

Uno de los mayores expertos en el hombre que dividió a Europa y al mundo entre 1939 y 1945 desgrana para RH cómo era la figura del Führer desde sus inicios y cómo llegó a forjar ese antisemitismo que le ha convertido en una de las personas más influyentes del siglo XX
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El historiador británico Ian Kershaw, uno de los mayores conocedores de la figura de Hitler, explica el papel clave que tuvo la I Guerra Mundial en su vida. Autor de varios libros de referencia, como «El mito de Hitler: imagen y realidad en el Tercer Reich», el experto desgrana los detalles que llevaron al líder al poder y admite que hay facetas que jamás podrán saberse con certeza ante la falta de pruebas.
–¿Qué supuso la I Guerra Mundial en la vida de Adolf Hitler?
–Le dio un propósito, un compromiso y una misión política. Creó las condiciones para que su mensaje comenzara a encontrar una audiencia. La Primera Guerra Mundial hizo a Hitler posible. Sin ella sería inimaginable tener a Hitler como líder de Alemania.
–¿Es cierto que era prácticamente un vagabundo hasta su entrada en el Ejército?
–Vivió así un breve periodo alrededor de 1909 en Viena, cuando se vio obligado a dormir en un albergue para personas sin hogar por las noches. Entre 1910 y 1913 tenía una habitación regular en el Hogar de los Hombres en Viena, y de 1913 a 1914 alquiló una en Múnich. Así que no se puede decir que fuera un sin techo cuando se unió al Ejército alemán.
–¿Fue un soldado valiente o un cobarde?
–Estaba fuertemente comprometido con el papel de Alemania y ciertamente no fue un cobarde. Después de las primeras semanas, él no sirvió en el frente. Su papel pasó a estar en las líneas traseras, como persona que pasaba los mensajes a los despachos. Sin embargo, este trabajo era a menudo peligroso. Sufrió heridas leves y estuvo temporalmente ciego por un gas venenoso. Se le concedió la Cruz de Hierro de Primera Clase, una condecoración poco común para un soldado raso.
–Diferentes libros apuntan que en el Ejército no llegó a tener una alta graduación por su falta de capacidad para dar órdenes.
–Uno de sus superiores inmediatos afirmó más tarde que no había sido ascendido por carecer de «cualidades de liderazgo». Lo más probable es que nunca buscara la promoción. Fue considerado incluso dentro de su propio equipo como una figura un tanto extraña, y no se destacó por ser la clase de persona que quería una posición de mando sobre los demás soldados.
–¿La I Guerra Mundial marcó su éxito?
–No fue la contienda en sí misma, sino la confusión que la siguió inmediatamente lo que proporcionó el clima político radicalizado que le dio la oportunidad de entrar en la política de Múnich y comenzar a ganar poco a poco éxito en los ambientes que se respiraban en las cervecerías de la ciudad.
–¿Era un loco o un radical antisemita?
–El antisemitismo era común en Austria y Alemania antes de la guerra y se radicalizó cuando ésta se acercaba a su fin y, sobre todo, en el periodo inmediatamente posterior. Hitler había vivido durante varios años en Viena, ciudad en la que la hostilidad hacia judíos era generalizada. Su prejuicio fue casi con seguridad mayor durante los últimos años de la guerra y, más tarde, en el otoño de 1919, el antisemitismo radical ya era el pilar de su ideología.
–¿Quién le introdujo en el antisemitismo?
–Admiraba a dos antisemitas austriacos, Georg Schönerer y el alcalde de Viena, Karl Lueger, pero nadie en concreto le introdujo en él. Viena era una ciudad extremadamente antisemita y Hitler experimentó este ambiente de primera mano.
–¿De dónde venía ese clima?
–Hacia el final de la I Guerra Mundial, la propaganda nacionalista de odio a los judíos se extendió, mostrándoles como chivos expiatorios y culpables de las dificultades y el sufrimiento tanto en Alemania como en el frente. Los judíos eran vistos como los responsables de la guerra, retratados como capitalistas especuladores y revolucionarios marxistas que fomentaban el malestar entre la clase trabajadora, así como los líderes del bolchevismo en Rusia. También se les culpó por la derrota de 1918 y por la posterior revolución socialista. En esta atmósfera se confirmaron los prejuicios de Hitler.
–¿Cómo fue su carácter y personalidad?
–Era, por supuesto, muy dominante, autoritario, dogmático, de ideas rígidas, opiniones radicales sobre prácticamente todos los temas, e intolerante ante cualquier punto de vista opuesto a su pensamiento.
–¿Cómo le influyó su relación con su padre?
–Parece que heredó todos los rasgos de la personalidad de él. Tal vez esto contribuyó a la mala relación entre ellos. Su progenitor quería que Adolf siguiera sus pasos y se convirtiera en funcionario austriaco. Pero él estaba completamente en contra. El rechazo a los valores de su padre se acabó convirtiendo en rechazo a su propio padre. Pero éste murió en 1903. Así que las influencias más importantes en su vida llegaron mucho más tarde.
–¿Era un hombre carismático de por sí o fue una cualidad que desarrolló a través de su carrera?
–No tenía un carisma inherente. Antes de 1919 no poseía público que escuchara sus puntos de vista. Es más, quienes le conocían le consideraban raro o excéntrico. Sólo en las nuevas condiciones creadas en la postguerra descubrió, como él mismo dijo, que «podía hablar», lo que significa que la gente empezó a creer que lo que decía era importante. Su principal habilidad en ese momento fue la de atraer a las multitudes nacionalistas en las cervecerías de Múnich. La imagen de «carismático» llegó más tarde y fue en gran medida un producto de la propaganda, que apeló a lo que la gente quería ver en un líder.
–¿Cómo cautivó a diferentes orígenes?
–Tocaba sus prejuicios, resentimientos, iras, odios y esperanzas en un periodo de crisis social, económica, ideológica y política.
–¿Cuál era su cualificación intelectual?
–Él no tenía ningún título académico.
–¿Pero era un hombre muy inteligente o un inepto?
–No fue un inepto. Era inteligente, agudo, poseía una muy buena memoria para los detalles fácticos, leía mucho –principalmente para confirmar sus puntos de vista ya existentes– y tenía una gran conciencia sobre las debilidades de sus oponentes.
–¿Cómo fue su incursión en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán?
–En septiembre de 1919 fue enviado por sus superiores del Ejército en Múnich para informar sobre la formación, una de las numerosas nacionalistas y racistas radicales que surgieron después de la guerra. Hitler vio la oportunidad de dejar su huella en la pequeña organización y rápidamente se convirtió en su orador estrella. Esto le ofreció la plataforma para ponerse al cargo de la dirección del partido en 1921. Pero tuvo que pasar la gran depresión de 1930-1933 –no la crisis inmediata después de la Primera Guerra Mundial– para convertir al Partido Nazi en un gran movimiento de masas que llevaría a Hitler al poder.
–Él era la cara pública del nazismo, ¿pero también su ideólogo?
–El fenómeno del nacional socialismo existía antes de que Hitler formara parte del partido. Él no lo creó ni tampoco inventó su ideología. Pero era, sin duda, esencial para el camino que lo convirtió en un movimiento de masas, capaz de conquistar el poder del Estado alemán.
–¿El Holocausto fue una idea suya?
–El Holocausto –entendido como el intento de llevar a cabo el exterminio físico de los judíos– no fue un plan cuidadosamente pensado y luego implementado, sino un largo proceso que surgió con las condiciones de la II Guerra Mundial. El concepto de «sacar» a los judíos –entendiéndolo como forzarles a salir de Alemania– fue un elemento central del régimen nazi y no algo limitado a Hitler. Cuando la guerra se acercó de nuevo a finales de 1930, los judíos fueron acusados de ser los responsables y Hitler declaró que una nueva guerra podría causar la destrucción de los judíos europeos. Una vez que comenzó la guerra contra la Unión Soviética, empezó el objetivo de los nazis para encontrar la «solución final» radicalizándose y culminando en un periodo de alrededor de un año -entre 1941 y 1942- de genocidio total.
–No fue aceptado en la escuela de arte, ¿por esta razón ordenó destruir todos los cuadros que caían en manos nazis?
–Él no destruyó todas las obras. De hecho, le gustaban ciertas de estilo clásico y realista. Sus gustos, sin embargo, no incluían el arte moderno. El rechazo total de lo que llamó «arte degenerado» –que incluía las piezas de la mayoría de los maestros modernos– estaba totalmente en línea con su visión general del mundo. No había, por tanto, conexión directa con lo que pasó en la Academia de Bellas Artes de Viena muchos años antes.
–Al final de la II Guerra Mundial, ¿prefería destruir toda Europa antes que ser derrotado?
–Su filosofía era que Alemania debía ser una potencia mundial o no ser nada. Estaba preparado para ver a su país destruido antes que una repetición de lo que él consideraba como la capitulación cobarde de 1918.
–¿Cómo fueron los últimos días en el Führerbunker?
–Era obvio para todos los que estaban allí que la guerra estaba perdida. Pero no podía haber rendición mientras Hitler viviera. Con todo, la mayoría estaba más preocupada por su propia supervivencia. Unos pocos, como el propio Hitler, vieron que no había otra salida que el suicidio.
–¿Al final de su vida fue un enfermo mental?
–Vivió esos días bajo una enorme tensión nerviosa y físicamente estaba envejecido y enfermo. Pero clínicamente no se le podía llamar loco.
–¿Cuáles son los secretos aún no revelados de Hitler?
–Gran parte de su experiencia en la I Guerra Mundial sigue siendo (y seguirá siendo) un tema de especulación y de interpretación, ya que hay muy pocas pruebas disponibles. Por otra parte, la cuestión crucial de cuándo, por qué y cómo Hitler se convirtió en un antisemita paranoico tampoco tiene una respuesta definitiva y está sujeta a varias interpretaciones, de nuevo, porque hay muy poca evidencia inequívoca para responder a esta pregunta y a los propios relatos de Hitler de su última etapa no se les puede dar crédito. Por último, a pesar de que su responsabilidad primordial y que su profunda implicación en el Holocausto está fuera de toda duda, su papel preciso en las decisiones que llevaron a la «solución final» no está de todo claro, ya que éstas se tomaban generalmente sin documentos escritos.