Isabel Báthory, la condesa sangrienta
El caso de Gabriel trae a la memoria los asesinos más desalmados de la Historia, como la sádica noble húngara. Torturó y asesinó a 612 mujeres e inspiró mitos y literatura de terror por su afición a la sangre y al sadismo más cruel
La sádica noble húngara torturó y asesinó a 612 mujeres.
Si la leyenda no miente, ríanse de los asesinos en serie crecidos con el heteropatriarcado, porque quien tiene a sus espaldas 612 cadáveres es una mujer: la húngara Isabel Báthory, apodada «La condesa sangrienta» quien, en pleno Barroco, se convirtió en una leyenda viva en Europa, pero no sería hasta la Revolución Francesa que el mito de aristócrata asesina de doncellas prendió en el imaginario popular como una nueva Circe, la mujer mortífera, capaz de las mayores crueldades.
Es a partir de 1800 cuando la fama de mujer malvada toma forma sin otra base que fragmentos históricos y el folclore que rodeaba a Báthory. El romanticismo, con su gusto por la escenografía siniestra, las ruinas medievales, las historias de terror gótico y los cementerios sórdidos, transforma literariamente el mito un tanto bárbaro de «La condesa sangrienta» en el personaje de la mujer vampiro, una bellísima dama, con tendencia al amor lésbico, que porta en su seno el estigma de la muerte. Así es «Carmilla», en el cuento del irlandés Sheridan Le Fanu, escrito en 1872. Una sofisticada aristócrata que seduce a las jóvenes con su erotismo lánguido, siguiendo los patrones de «La belle Dame sans merci» de John Keats, solo que más allá de los límites de la racionalidad. La condesa histórica es totalmente ajena al decadentismo romántico. Su violenta figura es lo opuesto a la fantasmal Carmilla, heroína posromántica, idealizada por los prerrafaelitas. Su relación con la condesa Báthory se basa en el mito de la eterna juventud mediante los baños en barreños repletos de sangre de doncellas, que Le Fanu transforma en una bellísima vampiro que, al anochecer, se alimenta de sangre para vivir. Es Le Fanu quien toma como base la historia de ese personaje histórico para idealizarlo con el estereotipo de la mujer fatal. Su popularización alcanza el cenit con las vampiresas del cine mudo: Greta Garbo y Louise Brooks, reencarnación del mito de Pandora.
Erotismo ambiguo
En «La caja de Pandora» de G. W. Pabst, introduce el personaje de Lulú, una vampiresa que arrastra a sus amantes a la perdición. Con ella aparece el lesbianismo en el cine, pero será la afición por la sangre la que de forma al vampiro , creado por Bram Stoker en 1897 con «Drácula». El famoso conde toma el erotismo ambiguo de Carmilla y lo fusiona con «El vampiro» del doctor John William Polidori, uno de los partícipes de la famoso noche en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, en Suiza —el 16 de junio de 1816–, en la que junto a Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, su prometida Mary Shelley y el autor de «El monje», Matthew Lewis, se retaron a escribir un cuento gótico, a cual más terrorífico. De aquella noche que duró tres días, en el verano más frío del siglo, surgieron «Frankenstein», de Mary Shelley y «El vampiro», de Polidori.
Parientes terroríficos
En la gestación de «Frankenstein» influyó en su autora las noticias de los experimentos con cadáveres del doctor Dippel en el castillo de Frankenstein, cerca de Darmstadt (Alemania), como en el «Vampiro» de Polidori la figura del mesmérico Lord Byron, su amante, que sufría sus desplantes en aquel «año sin verano» mientras era cortejado por Matthew Lewis, atraído por la belleza de aquel doctor de veintiún años. Según Eve Kosofsky Sedwick, la novela gótica es la primera en visibilizar la homosexualidad masculina, pues muchos de sus autores eran gays: W. Beckford, M. Lewis, y H. Walpone. Es evidente que detrás del conde Drácula de Bram Stoker trasluce tanto el histriónico aristócrata inglés Lord Byron como el noble rumano Vlad Draculea (1431-1476), apodado Vlad «El Empalador» por su crueldad en el campo de batalla: insertaba a los prisioneros turcos en estacas. Éste era príncipe de Valaquia y no de Transilvania, donde situó Bram Stoker a Drácula. Allí nació, un siglo después, «La condesa sangrienta», en 1560, en el castillo de Cachtice, en el seno de una de las familia más relevantes de Transilvania. Su abuelo materno fue Esteban Báthory de Somlyó y su tío materno Esteban I Báthory, príncipe de Transilvania y rey polaco entre 1575 y 1586.
Se casó a los quince años con Ferenc Nádasdy, un aristócrata dedicado a combatir en las numerosas guerras locales conocido por su ferocidad empalando a sus enemigos como el «Caballero Negro de Hungría». Se guardan registros epistolares entre los esposos sobre el sistema más adecuado de castigar a los sirvientes, algo que resultaba normal entre la nobleza del Este de Europa de su época. Al enviudar, y sin un ejército que la protegiera, Isabel Báthory participó en las intrigas de la época apoyando con su inmensa fortuna a su primo Gábor I Báthory para convertirse en príncipe de Transilvania. Lo que la enfrentó políticamente con el rey Matías II de Hungría. A falta de sus míticos diarios perdidos, los Archivos Nacionales de Hungría conserva cartas personales y las actas del juicio en la que es condenada a cadena perpetua, acusada por un pastor protestante del asesinato de varias jóvenes de la nobleza. Matías envió a su primo, el príncipe palatino Jorge Thurzó, quien la acusó de practicar brujería y magia con la sangre de unas chicas a las que había torturado. Con la toma del castillo, se descubrieron numerosos cadáveres de jóvenes en distintos estadios de mutilación y desangrado.
Sadismo y crueldad
Isabel Báthory, por ser noble, no compareció en el juicio, iniciado en 1612 en Bitcse. Su mayordomo la acusó de asesinar a 37 mujeres solteras de entre 11 y 26 años, centrando el juicio en el crimen de las jóvenes nobles, hijas de la aristocracia menor, tomadas a su cargo como damas de compañía. Sus sirvientes fueron sentenciados a ser decapitados y quemados, y a sus dos ayudantes consideradas brujas les arrancaron los dedos con tenazas al rojo vivo y las quemaron en piras. Isabel Báthory fue encerrada de por vida en sus aposentos del castillo y tapiaron puertas y ventanas, dejando tan solo un agujero para pasar la comida. Se confiscaron sus propiedades, que Matías II de Hungría ambicionaba, y murió en 1614, a los 54 años, tras cuatro en su confinamiento solitario.
De estos hechos históricos brota la leyenda de la condesa Báthory, «La señora infame», una cruel asesina que utilizaba la sangre de sus sirvientas como fuente de la eterna juventud. En el informe a Matías, se contabilizaron 612 jóvenes asesinadas. Los cuerpos estaban esparcidos por el castillo y se exhumaron hasta 50 cadáveres enterrados. La leyenda tomó forma a partir de las declaraciones del juicio sobre los rituales sádicos de «La condesa sangrienta», que las degollaba para llenar un barreño con su sangre y bañarse. Las escenas macabras descritas por cuantos fueron interrogados y posteriormente recreadas por el folclore describen a la cruel condesa en su trono, vestida de blanco, mientras jóvenes maniatadas son flageladas hasta desollarlas vivas. Su sadismo no conocía otro límite que el placer de la tortura de las jóvenes, introduciéndolas en «La doncella de hierro», un instrumento de tortura con forma de mujer con pinchos en su interior que desgarraban el cuerpo de la víctima. La leyenda de que Isabel Báthory la utilizaba para obtener más sangre de las doncellas data del siglo XVII y fue muy popular durante el romanticismo. Se habla también de una esfera, inventada por la condesa, profusamente forrada en su interior de cuchillas como dedos. La jaula se alzaba con una polea y se balanceaba para que la joven sangrara y la condesa, con su túnica blanca, se empapara con la sangre y bebiera de ella.
Se ha escrito que cuando se cansaba de sus gritos, les cosía la boca. Les aplicaba atizadores al rojo vivo, les cortaba los dedos y les quemaba las plantas de los pies con planchas candentes. Ante el dantesco espectáculo del suplicio múltiple, la condesa reía poseída por un furor erótico. Su lesbianismo forma parte de la confesión de los sirvientes torturados por la Inquisición. Resulta evidente que sus hazañas influyeron en el marqués de Sade y debidamente modernizadas en las novelas del austríaco Leopold von Sacher-Masoch, quien dedicó «Agua de juventud» a la condesa Báthory, y también fue modelo de Wanda von Dunajew, la mujer sádica y dominante que protagoniza «La Venus de las pieles».