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JRJ vuelve a la «Vida»

Después de varios retrasos, el próximo marzo verá la luz «Vida», la autobiografía inédita de Juan Ramón Jiménez.
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Venía Juan Ramón Jiménez vaciándose en la obra, entregándose a las insatisfacciones de la creación, cuando la realidad asomó a su lado para quitarle la «Mamá Pura», la madre que era su vínculo y arraigo a la tierra. Corría el año 1928, comienzos de un septiembre corriente, normal, cuando tuvo conciencia de la muerte y miró hacia atrás. Entendió en ese instante lo que antes sólo resultó meras intuiciones, que todo lo que había hecho y todo lo que le quedaba por hacer es por lo que sería recordado. «Yo he ido pasando día tras día mi vida a mi obra. ¿ Morir? "Yo"no he de ser enterrado. A la tierra no irá más que mi cáscara».
Aquel otoño del 28, era un poeta sin brío, recopilatorio y desanimado que sólo pretendía glosar lo mejor de sus versos con una vocación antológica, de perdurabilidad. Sería en el exilio, alrededor de 1940, cercado por la angustia de la nostalgia, cuando le asaltó el propósito de reorientar esa idea inicial, de convertirla en su propia autobiografía, en la semblanza/retrato que recordarían las generaciones del futuro. Una iluminación ambiciosa, monumental por inabarcable, a la que dio un título, en realidad muchos a lo largo de sus idas y venidas por este trabajo, pero que al final recordaremos por uno solo, el que resume todos los demás, el que se ha elegido para publicarlo el próximo marzo: «Vida».
Dos años de transcripciones
Con ese nombre llegará a las baldas de las librerías el primer volumen, otros vendrán después si el tiempo dispone, del que es, probablemente, uno de los textos más esperados de los últimos años. Un proyecto que el autor dejó inconcluso, disperso por papeles, cuartillas y carpetas, que ahora, siguiendo sus indicaciones y acotaciones, está a punto de culminar. Un trabajo que ha sido anunciado en diversas ocasiones y ha sido aplazado otras tantas veces debido a la complejidad que siempre supone editar la obra de JRJ. «Todos los juanramonianos sabíamos que existía este libro, pero nadie quería meterle mano. Lo redactó a partir de los años cuarenta en el exilio. Él estaba enfermo. Entraba y salía de los hospitales. Lo escribía, incluso, detrás de los menús que le entregan en las clínicas donde permanecía ingresado». La voz de Mercedes Juliá llega desde el otro lado del Atlántico, de un Estados Unidos cercado por el temporal de frío y nieve. Ella es una de las dos filólogas responsables de la edición. «Lo primero que tuvimos que hacer fue transcribir las aproximadamente 2.000 páginas que había dejado. Eso nos llevó dos años», comenta. María Ángeles Sanz ha sido su compañera en esta aventura literaria que les ha dejado grandes instantes de emoción y otros de tremenda fatiga y duda. «Las principales dificultades tienen que ver con su peculiar proceso creativo –asegura–. Lo de "Obra en marcha"se aplica a James Joyce, pero también puede hacerse con Juan Ramón. Empezaba los libros pero no sabía cuándo los iba a terminar porque los sometía a una constante transformación. Nosotras hemos estado trabajando seis años en este tomo. Lo concibió en la década de los veinte y prosiguió inmerso en él hasta 1956».
–¿Pero dónde estribaba la complejidad de «Vida»?
–Su letra no es fácil y cuando se hizo mayor, empeoró. En algunos momentos nos ha ayudado Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta de JRJ, que está familiarizada con ella. Además, escribía a lápiz y la escritura se ha ido difuminando con el paso del tiempo y con la humedad de Puerto Rico. Aparte, no había un plan claro para ordenarlos. ¿Cómo debíamos hacerlo para que el lector pudiera entender algo sin añadir nada a lo que Juan Ramón tenía pensado? Nos llevó mucho tiempo estudiar los más de cien índices de «Vida» para determinar cómo presentarlo.
Juan Ramón Jiménez concibió este libro como un «collage» que reuniera sus mejores poemas, prosas, cartas (a las que otorgaba la misma importancia literaria que a sus composiones), críticas, entrevistas, poemas y traducciones. Redactó docenas de pasajes que evocaban diferentes aspectos de singladura vital para que un lector, al adentrarse en estas páginas, concibiera su imagen con lo bueno y lo malo, con sus sombras, luces, equívocos, ilusiones y aciertos. Un intento sincero y modélico de exponerse a los demás y aclarar polémicas. «JRJ dejó más de cien índices de esta obra, que intentaba ser una muestra de lo mejor de su prosa y poesía. Nosotras hemos respetado siempre lo que está hecho por JRJ, y es importante subrayarlo. Nunca hemos intervenido mínimamente. Por ejemplo, a veces introducía en una prosa un poema. Escribía dos o tres versos únicamente para completarlo después. Nosotras lo hemos terminado, pero en cursiva, para que el lector lo lea entero pero que también sepa hasta dónde lo escribió el poeta», advierte Mercedes Juliá.
Manolo Ramírez, editor de Pre-textos, atisba ya el horizonte final a un trabajo que ha sido laborioso, exhaustivo, de los que dejan mella en el recuerdo. Con un suspiro evoca el esfuerzo: «Cuando recibimos el manuscrito por parte de las editoras, poseía un formato que había que readaptar al de un libro. Éste consta de cuatro partes, contiene muchos inéditos y describe la autobiografía del autor. Los textos se han tenido que renumerar línea por línea (como en los libros críticos de poesía) de cinco en cinco al trasladarlo al tomo, que tendrá alrededor de 800 páginas. Luego tuvimos que introducir, detrás de cada parte del libro, los comentarios de las editoras, que están llenos a su vez de referencias cruzadas. Hemos tenido que maquetarlo, renumerarlo y revisar cada una de las llamadas a las líneas de JRJ, porque ya no coincidían. Eso llevó mucho tiempo, más que una corrección normal. Eso explica que se haya postergado. Aparte, están los índices y apendices constituidos por un apartado de abreviaturas, una bibliografía de obras citadas, un índice alfabético, onomástico, de periódicos y revistas, y láminas de las fotos, el álbum de retratos de JRJ y las imágenes respecto a su vida».
Juan Ramón Jiménez dejó España al inicio de la Guerra Civil española. Abandonó su tierra con una maleta y poco más, dejando detrás sus recuerdos de infancia, un domicilio (que se saquearía) y la tierra de su lengua, que él tanto cuidaba. Iniciaba una etapa incierta de viajes y peregrinajes, y «Vida» se convirtió en su refugio, el lugar donde reencontrarse con su pasado. «Este primer volumen es de carácter autobiográfico –explica María Ángeles Sanz–. Es su "testamento vital y poético"y tiene especial peso su infancia. JRJ estaba en el exilio y le reconfortaba recordar sus raíces. Él partía de la base de que la infancia es la etapa decisiva del ser humano, donde está condensado lo que llegará a ser. En esta etapa final, por eso, evocará tanto la suya. Era una manera de volver la mirada a su país, de no perder las raíces con su tierra. Por eso tiene tanto importancia la parte relativa a Moguer».
Este tomo inicial emerge de la documentación que se encuentra en Puerto Rico y en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Pero surge también como descarga y alivio de Juan Ramón. Aquí habla de la Generación del 27, con los que mantuvo una amarga tensión. «Es cierto que aparecen esas controversias. Él consideraba que esos poetas le debían mucho. Les había intentado ayudar y los había recibido en su domicilio madrileño. Pero después no reconocieron su magisterio, la deuda intelectual que habían contraído con él», comenta María Ángeles. En estas páginas, JRJ revive, por ejemplo, el conflicto que mantuvo con Jorge Guillén y José Bergamín.
Entre sus evocaciones y referencias, el escritor menciona a Margarita Gil Roessët, la escultora catalana, de hondas convicciones religiosas, que se suicidó de amor por JRJ (ante la imposibilidad de amarle y mantener una estrecha amistad con la mujer de él, Zenobia). El poeta, que quedó profundamente impresionado por su muerte, un hecho que le causó un inmenso dolor, la menciona como «amiga muy querida» y la recuerda con afecto y una sombra perenne de tristeza.
Pero «Vida» también es su afanoso intento de restituir su imagen, según él, «tergiversada» por los demás, prisionera del tópico de hombre arisco y antipático que no se correspondía con la realidad. Una intención, voluntariosa y firme, de disipar esa penumbra, de quitarse de encima esa percepción de «poeta encerrado en su torre de marfil», frase/maldición que tejió a su alrededor Luis Cernuda. Él se opuso a esa idea y la refuta con fragmentos que demuestran su implicación política durante la Guerra Civil española. Y lo hace no sólo mencionando el apoyo sin concesiones que concedió a la Segunda República (contradiciendo así a aquellos que le veían como escritor desvinculado de las realidades de su entorno), sino también con las palabras pronunciadas, los manifiestos firmados y ciertos hechos ya corroborados, sabidos, como los cuidados que dispensó a los niños de las guarderías durante las primeras semanas de la contienda. Una tarea que le condujo a vender joyas y objetos valiosos en el Monte de Piedad para sostener y alimentar correctamente a la treintena de pequeños que acogieron. Una prueba de que no había sido un ser político, pero que había abordado lo político desde su postura ejemplar de ciudadano y poeta.
Este libro, este volumen, que en parte es inédito (cerca del 40 por ciento de su contenido), se prefigura como uno de los principales lanzamientos de los próximos meses y afianza lo que ya expresó el poeta con exactitud y acierto en ciertos versos: «Yo no soy yo. / Soy este / que va a mi lado sin yo verlo, / que, a veces, voy a ver, / y que, a veces, olvido. / El que calla, sereno, cuando hablo, / el que perdona, dulce, cuando odio, / el que pasea por donde no estoy, / el que quedará en pie cuando yo muera». O sea, la vida, la obra.