Juan Ramón, la pasión de Marga
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La Fundación José Manuel Lara publica el diario de la joven escultora que se enamoró del poeta de Moguer y que decidió suicidarse al no ver correspondidos sus sentimientos.
En 1961 aparecía un libro fundamental para el conocimiento de la figura de Juan Ramón Jiménez. Se titulaba «Juan Ramón de viva voz» y lo firmó Juan Guerrero Ruiz, confidente y amigo del poeta, quien a lo largo de los años había anotado con sumo cuidado las numerosas conversaciones mantenidas con él. Sin embargo, en esa primera edición se habían suprimido algunos pasajes, sobre todo los referidos a una joven llamada Margarita Gil Roësset, Marga en el imaginario de Juan Ramón. El final doloroso de aquella joven que se suicidó por un amor no correspondido, el del mismísimo autor de «Platero y yo», fue silenciado, quedando por conocer las palabras que Marga dejó para Juan Ramón. Ese material ve ahora la luz en una cuidada edición de Carmen Hernández-Pinzón, heredera del Premio Nobel, y editada por la Fundación José Manuel Lara.
Para comprender esos documentos debemos remontarnos a los últimos momentos de vida de Marga, cuando ya había tomado la decisión de acabar con su vida. Ese día, la mañana del 28 de julio de 1932, la muchacha visitó al poeta con la excusa de recoger sus herramientas de escultora y le dejó una carpeta con papeles. Juan Ramón comprobó que Magda llevaba también con ella un pequeño paquete envuelto que, posteriormente, identificó como la pistola con la que se cometió el suicidio. Esos documentos, encuadernados por Juan Ramón Jiménez, son la base de «Marga». El conjunto está formado por algunas fotografías de ella –sola o acompañada de su hermana Consuelo–, los manuscritos de la artista y algunos poemas de Juan Ramón Jiménez.
Guerrero Ruiz, cuando supo lo ocurrido ese 28 de julio, escribió: «El nombre de Marga Gil Roësset, ¿quedará unido al de Juan Ramón Jiménez por algo que yo desconozco todavía? ¿Cuál era su amistad?» El poeta tenía miedo de que su relación con Marga no fuera bien entendida, incluso por Zenobia, su mujer, como le escribe al entregarle «este manuscrito que me lo trajo la pobre Marga la mañana del día que se mató». Juan Ramón Jiménez apunta que «no te lo he dado porque creo que es mejor no dártelo. Tampoco puedo romperlo: sentiría como si rompiera a Marga muerta». A continuación, el poeta incorporó una extensa misiva de Marga a Zenobia: «Zenobita... vas a perdonarme... ¡Me he enamorado de Juan Ramón! (...) le he dicho... que le quiero... ...y le he pedido que se case conmigo; ...¡estaré loca!... pero como él... te quiere ¡te quiere!... pues me ha dicho... que no... que nunca». La misiva concluye con un ruego: «Perdóname Azulita... por lo que si él quisiera habría hecho».
Los manuscritos de Marga, el diario que durante tanto tiempo ha sido objeto de todo tipo de especulaciones, recoge sus pensamientos, sus obsesiones y sus impresiones, pero siempre con la mirada y el corazón en dirección a Juan Ramón. Es un amor no correspondido, unos deseos insatisfechos, pese a los esfuerzos que parece mostrar ella en cada una de las líneas que guardó Juan Ramón como si de un tesoro único se tratara.
Un buen ejemplo es este pasaje del cuaderno en el que ya podemos adivinar la fatídica decisión final tomada por Marga: «...Si tú, espontáneamente, me dieras un beso... y me trajeras ... así .... estrechamente... dejándome ... ... oír en tu pecho latirte el corazón... y un poco también la plata de tu voz... ....Sería glorioso... luego de esa plenitud ¡qué contenta! ...Pero tengo bastante miedo ... me parece que tendré que morirme triste ... sin beso ... ni corazón ... ni voz de plata ... ni versos ... ¡ay! Imaginar ... siempre imaginar... y yo no sé si en ese momento sabré engañarme aún ... o me moriré de pena».
En los días que siguieron al suicidio, según las anotaciones de Guerrero Ruiz, Zenobia y Juan Ramón trataron de reconstruir los últimos días de la chica. Fueron a su taller, visitaron el hotelito de Las Rozas en el que se disparó un certero tiro, se entrevistaron con la familia y se acercaron a la tumba de Marga en varias ocasiones. Fue doloroso porque Juan Ramón estuvo al lado de la chica en el hospital después de que fuera descubierta mortalmente herida. Juan Ramón le comentó a su biógrafo que «un suicidio es una cosa horrible, horrible, y más en el caso de esta muchacha a la que he visto agonizar, morir... Marga bien supo hacerlo todo; así le quedó muerta una expresión viril, de haber satisfecho su deseo, como de contento por haber realizado lo que quería».
Poco después, el poeta encargó la realización de un pequeño mueble en el que expuso el busto que Gil Roësset dedicó a Zenobia, además de depositar en él las herramientas de la escultora, su bata y algunas piezas que pudo salvar, especialmente el dietario. El recuerdo de esa bella veinteañera fue una dolorosa obsesión. Y había motivo a medida que leemos el libro que se presenta la próxima semana.
«...Juan Ramón... no sé... pero pienso, que no es posible morirse del todo... por completo... cuando dentro te sientes algo tan intenso... como lo que yo te quiero... ...algún día ... quizás ... mi amor se irá a ti ... flor... música... luz... ...algo... ...el que yo imajine materializar mi amor, en algo bello... no es vanidad... de ningún modo... ya que mi amor... sin vanidad... ¡es muy bello!..», escribía Marga.
Zenobia Camprubí también quedó tocada por todo eso. En la edición de «Marga» se incluyen algunas páginas escritas por ella, con la intención de poder dibujar un retrato literario de la desaparecida amiga. «Marga, quiero contar tu historia, porque tarde o temprano la contarán los que no te conocieron o no te entendieron. Quiero decir las cosas como fueron, sin añadirle ni quitarle en lo más mínimo a la verdad, para que los que lean las falsedadades puedan referirse a lo mío y separar lo falso de lo cierto de modo que figures como eras: apasionada y sana, insegura y heroica», escribía al inicio de ese boceto dedicado a su amiga.
Manuscritos requisados
El diario también sufrió lo suyo. Esos papeles quedaron en el domicilio madrileño de Juan Ramón Jiménez después de la Guerra Civil. En los primeros días de la posguerra, Carlos Martínez Barbeito, Félix Ros y Carlos Sentís, haciéndose pasar por miembros del Servicio de Propaganda y Publicaciones, se lo llevaron todo de la casa con la excusa de requisar «documentos comprometedores»: los manuscritos con el trabajo de toda una vida, epistolarios con buena parte de la intelectualidad española de la llamada Edad de Plata, la biblioteca, fotografías, obras de arte –entre ellas, un retrato de Juan Ramón pintado por Vázquez Díaz en 1916–, la máquina de escribir del autor de «Platero y yo» e, incluso, el fonógrafo. En ese conjunto también se encontraba el diario de Marga. Posteriormente, Martínez Barbeito entregó a Guerrero Ruiz los papeles de la escultora después de no pocos requerimientos de un dolido poeta ante aquella sustracción.
Ginesa Aroca, la viuda del confidente de Juan Ramón fue la depositaria de esa documentación hasta que la puso en las manos de los herederos de Zenobia y Juan Ramón Jiménez. Desde entonces no fueron pocas las veces que se intentó poner en la imprenta las palabras de Marga. En 2000, el Círculo de Bellas Artes de Madrid dedicó una exposición a la joven con parte de su obra creativa, hasta aquel momento prácticamente inédita. A la par, la familia de Juan Ramón quiso dar a conocer el diario, pero no fue posible por la negativa de los herederos de Marga Gil Roësset. Han tenido que pasar quince años para que aquel deseo sea una realidad y podamos leer a Marga.