Juan Ramón: Una dieta de jamón york y natillas
Un delicioso volumen escrito por María José Blanco y Pepi Gallinato recopila las recetas que Zenobia Camprubí realizaba para el poeta, aquejado siempre de problemas estomacales.
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La digitalización de sus archivos en Puerto Rico ha permitido entrar hasta la cocina del matrimonio.
Decía Juan Ramón que «escribir para comer no es comer ni escribir». No conviene, por tanto, confundir términos. Una cosa es la torre de marfil, la poesía pura, la entrega incondicional a la amada vestida de gasa y peplo, y otra bien distinta sentarse a la mesa, empuñar el tenedor y trinchar un pollo. Lo segundo siempre cuesta imaginarlo cuando se habla de un artista, más aún frente a este escritor tenido por neurasténico, depresivo y constantemente desposado con las musas. Pero ahora nos conviene dibujar a este Juan Ramón cotidiano, con ardor de estómago, pidiendo aquello más tostado o esto otro menos condimentado. Como cualquiera, ni más ni menos. Los «alimentos terrestres» del poeta.
Para imaginar al Nobel moguereño ante el mantel nada mejor que el delicioso volumen confeccionado por María José Blanco y Pepi Gallinato, dos apasionadas guias de la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Moguer que han invertido dos años de investigación para confeccionar «La cocina de Zenobia» (Editorial Niebla), un libro que recopila 158 recetas anotadas por la mujer del escritor en español e inglés, algunas de las cuales puso en práctica en su casa. La digitalización de los archivos del poeta que se custodian en Puerto Rico ha permitido entrar hasta la cocina en la intimidad de los Jiménez. «Carmen Hernández Pinzón, portavoz de los herederos, encontró documentación interesante y propuso hacer este trabajo –explica Blanco–. A partir de ahí, nosotras hemos estado dos años larguitos buscando información en los ratos libres que teníamos. Con tiempo y paciencia, hemos ido buscando y localizando cartas, diarios y otra documentación». El resultado es no solo este peculiar recetario que, en muchos casos, han tenido que interpretar y completar al hallarse en recortes o con la información muy esquemática, sino un jugoso prólogo que contextualiza el libro y ahonda en la relación entre la pareja y la gastronomía.
A través de lo más anecdótico se va filtrando la personalidad única de Zenobia, la gran protagonista de esta obra. «Es una mujer excepcional, tenía capacidades increíbles y en su primera etapa con Juan Ramón fue traductora, empresaria, conferenciante, corresponsal de guerra, escritora de cuentos... Una persona muy activa que, en aquella época, contaba con doncella y cocinera para las tareas domésticas. Cuando se van al exilio, a Cuba inicialmente, es donde ella empieza a disponer de más tiempo porque tiene menos actividades y se dedica a las cosas del hogar. No dejó su carrera, pero también tenían más necesidades de dinero, de ahorrar», explica Blanco. Hablamos de 1937. Allí en Cuba se apunta a un curso de cocina antillana, el primero de varios. En Estados Unidos asistirá además a conferencias sobre dietética y hará intercambios de ensañanza de español por cursos culinarios con amigas y vecinas. Sus progresos, por modestos que sean, la ilusionan: «Hay que ver mi alborozo al ver que, al introducir un huevo en la sartén, ¡me sale frito o revuelto, en lugar de la regresión a la gallina! ¡Hasta me reconozco ciertos rasgos geniales de inventora culinaria!». Otras veces, como ante una hamburguesa chafada, se desalienta.
Cocina de revista
Con todo, y aunque el recetario que cierra el libro contiene algunos platos sofisticados (extraídos de los cursos de cocina o de revistas), Zenobia es consciente de que, en casa, solo pueden permitirse platos muy básicos, no ya por cuestión pecuniaria sino por la salud del poeta, como explica la coautora del libro: «La prioridad de Zenobia siempre fue Juan Ramón y él era un hombre de salud delicada, que ingiere una comida sencilla, no muy condimentada para que no le dañe el estómago. Ella tiene claro una vez que se mete a cocinar que no puede ser muy elaborada porque él no lo va a tomar. Va siempre adaptando el menú a Juan Ramón». Así se lo cuenta la propia Zenobia a Juan Guerrero por carta: «Si Ginesa (la cocinera que tenía en España) me viera en la cocina seguro que se reiría de mí pero, afortunadamante, Juan Ramón tiene un régimen de comidas sencillísimo y él, por hacémelo más sencillo todavía, inventa unos menús increíbles». Al poeta le encantan los dátiles, el jamón york, las sopas y las natillas de las Lavedin (tres hermanas amigas de su esposa), que toma dos o tres veces por semana, el pollo, las patatas asadas sin condimentar, el membrillo de su madre y de su tierra, productos de marcas que aún hoy nos suenen a familiares como Suchard o Danone... Cuando padece colitis, no se puede permitir lujos gastronómicos; si está depresivo, deja de comer por días... «La cocina de Zenobia» recopila varios menús de las instituciones sanitarias en las que el poeta se estuvo curando de sus problemas físicos o mentales. En circunstancias normales el Nobel, asegura Ricardo Gullón, «no comía mucho, pero sí lo suficiente: el jamón York y los dátiles eran elementos básicos de casi todas las comidas que le vi hacer». Todo ello maridado a menudo con jerez o Dubonnet, y, en ocasiones, especificidades de la tierra en que se encuentren, como el «eggnog», una suerte de Ponche que tomaban en Estados Unidos.
El exilio y los problemas económicos no merman la ilusión de la pareja. «Mientras más vivo más creo en la sencillez», declara Zenobia. «Desde que nos encargamos de la casa y la cocina, estamos muy dentro de nuestro presupuesto», anota en su diario. Y, si las cuentas no salen, aplica un correctivo: «Decidí que estábamos gastando demasiado dinero en comidas que les estaban sentando mal a JR. Así que tomamos un ligero refrigerio en casa a base de sopa de tomate Campbell, lechuga con salsa francesa, jamón para JR, fresas para mí y encima un vaso de leche fría para cada uno (...) El coste para los dos: 55 centavos (...) Los platos de los dos se lavan en un minuto. Dejo que JR abra las latas. Estoy muy contenta con esta casa».
Pero, además de «abrir las latas» y fregar, a veces es el propio Juan Ramón el que se lanza a los fogones. La poetisa Ernestina de Champurcín lo reflejó con humor y sorpresa: «Zenobia no acaba de llegar, y entonces sorprendentemente, el poeta se puso de pie y me dijo: ‘‘Voy a ir preparando el almuerzo. Ernestina, ¿cómo prefiere usted los huevos, en tortilla o revueltos?’’ Como es de suponer, me quedé de piedra y contesté rápidamente: ‘‘Revueltos, Juan Ramón; pero voy a ayudarle porque este espectáculo no me lo pierdo’’. Y le seguí a la cocina, donde poniéndose un trapo limpio a modo de delantal, empezó a cascar huevos y a partir jamón. El autor de ‘‘Platero’’ haciendo de marido americano es algo que no he podido olvidar nunca». Un Nobel batiendo huevos. Dónde va a parar.