"Judith y Holofernes", de Caravaggio: ¿Verdadero o falso?
La obra fue adquirida el martes en una venta privada, pero no se ha facilitado ni el nombre del comprador ni el precio, aunque todo apunta a que se habrán superado los 100 millones de dólares
La obra fue adquirida el martes en una venta privada, pero no se ha facilitado ni el nombre del comprador ni el precio, aunque todo apunta a que se habrán superado los 100 millones de dólares
Con una pregunta en apariencia sencilla pero un fondo significativamente complejo; ¿cómo sé que tú eres un chico o una chica?, da comienzo el documental “Me llamo Violeta” presentado en la sección oficial del Festival de Málaga, producido por Mediapro y la independiente Polar Star Films y dirigido por David Fernández y Marc Parramon en donde se diseccionan todos los componentes emocionales del cambio que atraviesa la hija de las estrellas de la erótica mainstream Nacho Vidal y Franceska al descubrir que el cuerpo con el que ha nacido no determina el género al que pertenece. Las respuestas a ese interrogante de los niños que se someten inicialmente a un casting para interpretar el papel de Violeta resultan de lo más desprejuiciadas y naturales, incurriendo casi en el tono burlón y descarado pero siempre exento de prejuicios: “Porque te lo digo yo”, responde una chica de apenas diez años mirando desafiante a la cámara. “Porque son mis sentimientos”, replica otra mientras se deshace en muecas de aceptación. “No lo sé. En realidad no sé por qué soy un chico”, duda en voz alta un pequeño de rizos e ideas desordenadas.Unas reacciones que entroncan -perdón por la osadía- con la mirada descargada de tópicos que ejerce el propio Nacho sobre su hija: “Para mí la palabra transexual no significa absolutamente nada y ¿sabes por qué? Porque cada vez odio más las etiquetas. Odio la etiqueta de hombre, odio la etiqueta de transexual, odio la etiqueta de homosexual. Me encanta pensar que todos simplemente somos”. La industria pornográfica en la que se ha desarrollado profesionalmente Nacho Vidal también peca, según palabras del propio actor, de una discriminación galopante: “La sociedad entera tiene estigmatizado este tema pero en el porno sucede con demasiada frecuencia. De hecho tú no puedes trabajar con transexuales porque luego muchas chicas no quieren trabajar contigo. Hay un machismo por parte de las mujeres del porno que consiste en una negación automática del sexo cuando se enteran de que has trabajado con trans o con homosexuales”.
Se había publicitado como una de las subastas del año. Un cuadro de Caravaggio, "Judith y Holofernes", fechado en 1607 y que había sido hallado en 2014 en un trastero en Francia, salía a pujas en la sala gala Labarbe. Apenas 48 horas antes de la sesión el cuadro fue adquirido por un comprador del que no se ha facilitado ni la identidad ni el precio pagado debido a la firma de un acuerdo de confidencialidad.
Lo único que se sabe es que la obra saldrá de Francia y que irá a parar "a un gran museo", lo que hace albergar sospechas de que un centro de arte de Arabia Saudí se pueda convertir el nuevo propietario del cuadro, recientemente restaurado y por el que se habrían desembolsado más de cien millones de dólares.
Vanesssa García-Osuna, directora de la revista "Tendencias del mercado del arte", responde a varias cuestiones clave sobre la venta.
-¿Es "Judith y Holofernes"un cuadro de Caravaggio o de un caravaggista?
-Existen discrepancias entre los expertos. Mientras Nicola Spinoza, antiguo director del Museo de Nápoles se inclina por considerarlo un genuino Caravaggio, aún admitiendo que no existen pruebas irrefutables que corroboren esta tesis; otros como la estudiosa Nina Gregori, pese a reconocer su excepcional valor artístico, descartan atribuirla al genio lombardo. Una minoría de especialistas (fundamentalmente italianos) han puesto en entredicho su autenticidad, apuntando al caravaggista flamenco y marchante Louis Finch, que poseía obras del maestro además de hacer copias de algunos de sus cuadros.
-¿En qué aspectos recaen las principales dudas sobre la autoría de al obra?
-Caravaggio no firmaba sus cuadros y fue un artista muy copiado de ahí que las autoridades francesas extremaran las precauciones. Uno de los puntos que avalarían su autenticidad sería el que se trata de una obra que experimentó numerosas modificaciones mientras era creada algo que, según los expertos, demostraría que es un original pues los copistas no hacen cambios ni improvisaciones, simplemente reproducen.
-¿Está impulsada esta "moda"por "llenar"de grandes obras los nuevos museos de Arabia Saudí?
-La irrupción del dinero del petróleo en el mercado ha contribuido a la escalada de precios de algunos artistas como Jeff Koons, Francis Bacon o Andy Warhol. Se cree que la joven jequesa catarí Al Mayassa podría estar destinando en torno a mil millones de dólares anuales a la compra de arte. Se trata de unas cantidades exorbitantes si las comparamos con los presupuestos de los que disponen grandes museos occidentales; en 2012 el MoMA destinó 32 millones de dólares a la compra de arte, mientras que el Metropolitan, ese mismo año, contó con un presupuesto para adquisiciones de 39 millones de dólares. El objetivo es crear una colección de arte de primer nivel (partiendo casi "de la nada"), y convertir a Doha en un polo artístico que rivalice con Nueva York o Londres.
-¿Cómo pueden afectar las posibles dudas sobre su autoría al canon de pintores como Leonardo da Vinci o Caravaggio?
-No se trata de un porcentaje de obras significativo que pueda cuestionar su trascendencia en la historia del arte. Las desatribuciones no son insólitas. Recordemos que Manuela Mena descatalogó del canon de Goya "El Coloso"alegando que podía ser obra de un discípulo. El canon del Bosco tampoco se ha tambaleado después de que se cuestionara la autoría de «Las tentaciones de San Antonio» y la «Mesa de los pecados capitales». Los intereses económicos han pesado en la atribución de obras de ciertos artistas pues muchos de quienes las estudiaban eran marchantes que intentaban imponer sus criterios mercantiles.
Esther, la activista por los derechos LGTBI que perdió a su hijo Alan como consecuencia directa de un suicidio por culpa del acoso escolar que recibía en el instituto; Iván, sustituto ocasional de Alan que, conmocionado y alentado por la historia de superación que meses atrás había protagonizado el joven de Rubí (Barcelona) decidió empezar un tratamiento hormonal que le ayudara a determinar su camino hacia una identidad con la que pudiera sentirse identificado; la actriz principiante Leyre que representa en estos momentos una función en el Teatro Lliure sobre la transición de género y que en breve se someterá a una vaginoplastia y las icónicas veteranas en la lucha del movimiento Carla Antonelli y Silvia Reyes componen un amplio abanico de historias y diversidades que parcela el documental en diferentes capítulos y ayuda a contextualizar el recorrido de descubrimiento que atraviesa Violeta.
La cara de la joven de 11 años no puede salir en el documental por el limbo legal en el que nada su identidad pero, lejos de transformarse esto en un inconveniente para la comprensión del espectador, el ocultamiento parcial de su físico a través de planos estrategicamente desdibujados termina por convertirse en una metáfora efectiva de lo innecesario que resulta el ejercicio de lo explícito en cuestiones que tienen que ver con la propia libertad.
Una libertad que la activista Silvia Reyes tuvo que agarrar por el cuello antes de que las manos de la policía agarraran el suyo propio como consecuencia de haber vivido la transexualidad en una época en la que el régimen franquista detenía, sentenciaba y reprimía cualquier tendencia o comportamiento sexual que se saliera de los márgenes de corrección establecidos a través de la aplicación de la conocida como ley de peligrosidad social: “En el 71, cuando hacían las batidas los policías, nos llevaban al Palacio de Justicia y el juez preguntaba: ¿Usted a qué se dedica? Yo le respondía que estaba relacionada con el mundo de la prostitución y él me reconocía sin pudor: En el código penal no se contempla la existencia de prostitución de transexuales. No os multamos por putas, sino por ir vestidas de mujeres”, comenta poco antes de subrayar el hecho de que a la prisión acudían psicólogos para interrogarlas, ya que tal y como secunda Carla Antonelli en otro de los momentos álgidos de la cinta; “siempre se nos ha presupuesto que estamos mal de la cabeza y que por lo tanto tenemos que pasar por un psiquiatra. En términos efectivos hemos conseguido despatologizar la transexualidad e incluir a los menores. Algo que no estaba contemplado con anterioridad puesto que no existían ni la sensibilización ni la demanda actuales”.
“Me llamo Violeta” consigue reflejar el proceso incómodo de aquellos que no se muestran conformes con una realidad impuesta y que a día de hoy continúan luchando por ser capaces de traducirlo en una conquista sin fisuras de su propia liberación.