La buena mala suerte de Granados
Un documental que se estrena este viernes recorre la inmensa figura del músico, que falleció en un trágico accidente sin ver cumplido su sueño
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Un documental que se estrena este viernes recorre la inmensa figura del músico, que falleció en un trágico accidente sin ver cumplido su sueño.
El mar. Una gaviota surca el cielo. Y Granados. Su música, primero, su voz (en la garganta de Jordi Mollá), después. El documental que firma Arantxa Aguirre y que llega a los cines este viernes cuenta el devenir del músico, pero no de una manera hagiográfica. No es un filme al uso. Combina la animación, con una delicadeza innata, con los testimonios de quienes le conocen bien y han estudiado su figura. Biógrafos, eruditos, pianistas, mezzos y barítonos, el flamenco universal de Arcángel. Todos se ciñen a la piel del maestro, le bailan y le cantan. Le reviven.
Los primeros recuerdos, claro está, son los de la infancia. La flor de naranjo, ese olor que le hacía, dice el compositor, pensar que estaba en el paraíso. Después la dulzura se tornaría en drama con la muerte del padre, el vacío material para la familia. Desaparece el sustento y hay que arrimar el hombro. El joven Enrique Granados toca en un café por 100 pesetas al mes, de dos de la tarde a cuatro y media y de nueve de la noche a once y media. Rosa Torres-Pardo, pianista y productora ejecutiva (junto a José Luis López-Linares) de este proyecto ilusionante convertido ya en película, asegura con orgullo que «a él nunca se le puso nada por delante. Tiró siempre», a pesar de que, matiza, «tuvo la mala suerte de llegar tarde a los sitios. Yo creo que en su caso hay que hablar de buena y mala suerte. Se le abre de par en par la Ópera de París con ‘’Goyescas’’..., pero el estallido de la Gran Guerra le deja en el camino, el estreno, pues, queda pospuesto. Y entonces surge la oportunidad de llevar la obra a Estados Unidos y estrenarla en Nueva York. Y esa broma del destino... Cuando todo estaba dispuesto para el triunfo muere en un terrible accidente», comenta. Esa sensación de fatalidad le perseguirá a lo largo de su vida: «Por fin veo mis sueños realizados. Ahora comienzo. Sueño con París y tengo un mundo de proyectos», escribe antes de saber que la contienda bélica va a dar al traste con su carrera y su vida.
El maestro forma parte de esa pléyade de gente de la cultura que malvivía en París a finales del siglo XIX y principios del XX, «era la bohemia», como remarca Jorge de Persia. «Tiene usted que ser el Grieg español», le escribe un emocionado Massenet. ¿Qué hubiera pasado de no morir tan joven, dónde habría llegado?: «Su caso es como el de Albéniz en cuanto a la edad, no llegaron a los 50, cuando el artista está en plena madurez. En sus composiciones ya se escuchan esas nuevas músicas. Están contenidos el más modernista, el que recibe el influjo de Wagner, el que se deja traspasar por la música popular, el compositor de después de ''Goyescas'' con armonías que buscan algo más. Dejaron ambos su obra para que la continuaran los demás, casos de Falla y Turina. Nos quedamos con las ganas de saber algo más, de escuchar cómo habría sido, que hubiera hecho», asegura Torres-Pardo, que resalta su enorme popularidad y su gusto por lo popular: «Yo diría que él es como nuestro ADN, nuestra historia, nuestra música, la que hemos escuchado desde siempre». Ella lo dice con conocimiento de causa, pues la oía desde niña y la sentía, su madre la bailaba en casa: «para mí es algo absolutamente natural y normal. Y luego ves que por encima de todo ellos está presente esa genialidad. Fue un virtuoso, uno de los más grandes», remarca.
El vecino molesto
Da la sensación de que ese destino trágico, ese «fatum» acompañó desde la cuna de Lérida al maestro. ¿Él se lo creyó, sabía realmente de su valía? Un buen puñado de las cartas que se escuchan lo ponen de manifiesto. Le martillea no ser el cabeza de familia que lleva el sustento a la casa: «Pobrecitos míos. Vaya un negocio que habéis echado conmigo», escribe. Taciturno, tendente a la melancolía, muestra también algunos destellos de humor, como cuando le escribe a su mujer (como le encabeza en sus misivas Gabriel Miró: «Querido maestro y amparo del maestro», una descripción redonda de lo que ella suponía para el compositor): «Vaya vecino que tengo, Amparo... Y no habrá un petardo para el piano de este tonto. Desde las diez de la noche no para de dar jaqueca... Reniego hasta del piano», escribe a punto de estallar. Un material demasiado goloso y apetecible como para dejarlo escapar. Torres-Pardo lo sabía, era consciente de que ahí había un diamante y de que era necesario remangarse y atreverse. Y así lo hizo: «Yo estaba segura de que podíamos sacarlo adelante y consciente, también, de que la tarea no iba a ser nada sencilla. Gracias a que somos capaces de soñar podemos hacer cosas como ésta. El anterior trabajo para el cine en el que me embarqué, el documental sobre el padre Soler, resultó complicado, pero el esfuerzo de aquello nos ha ayudado para afrontar esta tarea. Y quizá ésta nos dé fuerzas para la siguiente», confiesa. Desde siempre quiso materializar este tipo de trabajo, ella tenía esa ilusión. Y lo hizo.
Partían con un escaso material videográfico por eso la directora optó por crear la base de este documental a través de cuadros. Son lienzos de Ramón Casas y de tantos otros pintores que cobran vida. Lo explicamos: Torres-Pardo señala que una de las máximas de Aguirre es que el cine no puedes dejarlo estático, parado, quieto, que siempre hay algo que se mueve. De ahí que en las obras, se vea caer la lluvia a través de los cristales, crepite el fuego, veamos los copos de nieve o el humo de un pitillo. «La animación es muy trabajosa y se ha hecho con muchísimo esfuerzos», recuerda la pianista.
La tecla de Arcángel
«Me pareció música muy cinematográfica», dice la directora, autora de la celebrada «Dancing Beethoven», en 2016. Por eso, puso tanto empeño en insistir en su vida y «reflejar el buen pero a la vez sensible oído del músico». Es la primera vez que la directora utiliza animación en los aspectos formales. «La música es autosuficiente y muy poética, creo que el dibujo me ayudaba a trasladar esa poesía más que unas imágenes rodadas y también quería probar nuevos lenguajes». No quedó ahí la cosa, pues otro de los puntales de este trabajo fue la mezcla de distintas disciplinas. La música prima, pero en el piano de Evgeny Kissin, en la voz de Rocío Márquez, que hace pleno, o de Arcángel, tan disgustado, tan nervioso porque se le escapaba ese algo mientras Torres-Pardo le mira con tanta devoción como paciencia: «Las artes están absolutamente relacionadas entre sí y que se pueden traducir muy fácilmente de una a otra porque hay muchas cosas que las unen», reflexiona Aguirre. Precisamente la de Arcángel también es una de las actuaciones que destaca la directora, su interpretación citada anteriormente de «El amor y la muerte», de «Goyescas». «El flamenco ha sido otra de las grandes bazas», añade Aguirre.
El documental ya se ha visto en la Seminci de Valladolid, donde tuvo una estupenda acogida. También en Barcelona: «Vino un montón de gente que nos importaba que estuvieran en el pase, como los descendientes de Albéniz, como es el caso de Cecilia Ciganer, de Montsalvatge, Alicia de Larrocha... Resultó emocionante», señala. Lo mismo o más que el pase exclusivo que se celebró en Nueva York, en la Juilliard School, escuela vinculada a los estudios de Torres-Pardo. «Estaba tan nerviosa que no podía sentarme. Me quedé de pie», confiesa.