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La búsqueda del sentido y la dignidad de la comunicación

larazon

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Umberto Eco ha muerto. Sin embargo, su legado narrativo y su imponente obra intelectual quedarán como uno de los más importantes testimonios de la complejidad de la vida en nuestro planeta en la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI. Un ejemplo de sabiduría, espíritu crítico y capacidad creativa que hemos de seguir para construir un nuevo horizonte planetario más digno. Quienes le conocen a partir de 1980, con su novela «El nombre de la rosa», y le han seguido hasta esa obra extraordinaria que es «Número cero», pasando por «El péndulo de Foucault», «Baudolino», «La misteriosa llama de la reina Loana» y «El cementerio de Praga», Eco es un narrador nada fácil, pero siempre fascinante, que nos lleva a plantearnos los grandes temas de la hora presente (aunque sus obras contemplen el pasado).

Los extremos

Para quienes le conocíamos desde mucho antes, es uno de los humanistas e intelectuales que más profundamente han contribuido a la dignidad de los estudios culturales y de comunicación. Hace un par de años conmemorábamos el 50 aniversario de su obra «Apocalípticos e integrados» (1964), destacando la extraordinaria actualidad de esta singular aportación, que impulsó los estudios de comunicación en toda Europa, desde su defensa de la importancia del cómic, la radio, la prensa o la televisión. Pero además nos advertía de los peligros de los extremos ante los cambios de la hora presente: ni apocalípticos (denunciando y rechazando toda transformación como el principio del fin), ni integrados (y mucho menos, integristas), aceptando acríticamente las dinámicas de la sociedad de masas.
Yo tuve el honor de conocerle y de actuar como autor de la Laudatio en su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sevilla en 2010. En aquella ocasión manifesté: Cuando proponemos a Umberto Eco como Doctor Honoris Causa en Comunicación queremos reconocer al intelectual más prestigioso en estos momentos –en todo el mundo– en la indagación del significado y el sentido en las interacciones comunicativas, primer referente en el ámbito de la semiótica, pero también impulsor de la dignificación de los estudios sobre comunicación, desde que participara en los primeros años de la RAI y se dedicara a la docencia de Comunicación audiovisual en Florencia (1966) y ofreciera obras tan destacadas como «Apocalípticos e integrados en la cultura de masas» (1964), «El superhombre de masas» (1976) (desde la perspectiva narratológica), sus estudios sobre televisión, o «Cinco escritos morales» (1997), sin mencionar el eje central de su obra: una indagación semiótica que ha de fundamentar cualquier investigación rigurosa en comunicación. Sus colaboraciones con la prensa, reunidas en obras como «La bustina di Minerva» (2000) y «A passo di gambero» (2006) nos han dado muestra de su perspicacia y lucidez, siempre comprometida con el tiempo que habita. Quizá pocos sepan que Umberto Eco dedicó su tesis doctoral a «El problema estético en Santo Tomás de Aquino» (1956), dirigida por el prestigioso creador de la Estética de la Formatividad Luigi Pareyson. Su interés por la filosofía tomista (especialmente su estética y su teoría de la significación) así como por la cultura medieval se hacen más o menos presentes en toda su obra, hasta emerger de manera explícita, como es bien sabido, en su ensayo «Arte y belleza en la estética medieval», en su novela «El nombre de la rosa» y posteriormente en «Baudolino».
Decir que Umberto Eco es uno de los principales referentes de la semiótica actual quizás no diga mucho a los lectores. Afirmar que su interés fundamental fue siempre analizar cómo se producen, se transmiten y se reciben los significados y sentidos que hacen que pensemos como pensamos, sintamos como sentimos y actuemos como actuamos, quizás permite entender que Eco se interesaba por lo fundamental de la condición humana.
Obras como «La estructura ausente» (1968), «Signo» (1973) o el «Tratado de Semiótica general» (1976), que supera las aportaciones anteriores, nos ayudaron a entender mejor nuestra realidad. Las palabras finales de «La estructura ausente», plenamente vigentes en nuestros días, subrayan la solidez de los planteamientos de Eco: «La comunicación engloba a todos los actos de la praxis [la práctica, el mundo de la vida], en el sentido de que toda la praxis es comunicación global, es institución de cultura, y por lo tanto, de relaciones sociales. El hombre se apropia del mundo y hace que la naturaleza se transforme continuamente en cultura. Pero los sistemas de acción se pueden interpretar como sistemas de signos, con tal de que cada sistema de signos se inserte en el contexto global de los sistemas de acción; cada uno como uno de los capítulos (que nunca es el único ni el más importante) de la praxis como comunicación».

Estar en el mundo

Efectivamente, toda nuestra vida está presidida por la comunicación, a través de la cual establecemos el significado y el sentido de nuestro estar en el mundo. Obras posteriores como «Lector in fabula» (1979) o «Los límites de la interpretación» (1990) insistieron en la importancia del receptor en los procesos comunicativos y de la interpretación desde nuestras estructuras mentales.
No deja de ser significativo que los dos grandes intereses de Umberto Eco confluyeran en su obra última: «Número cero». En ella, de manera dinámica y creativa, denuncia la corrupción política y la corrupción de los medios de comunicación. Se trata del gran testamento del último de los grandes humanistas, del sabio que entendió la existencia humana como una indagación insobornable en busca del significado y del sentido de la vida individual y colectiva.