Historia

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La herejía, el crimen social «más grave y pestilente»

Sixto Sánchez-Lauro reflexiona sobre el pensamiento de Domingo Soto y su relación con la Inquisición en la España del siglo XVI

Así retrató Goya un «Auto de fe de la Inquisición», en el que el condenado lleva puesto un sambenito, túnica formada por dos faldones de tela
Así retrató Goya un «Auto de fe de la Inquisición», en el que el condenado lleva puesto un sambenito, túnica formada por dos faldones de telalarazon

Sixto Sánchez-Lauro reflexiona sobre el pensamiento de Domingo Soto y su relación con la Inquisición en la España del siglo XVI.

Pocas universidades europeas en el siglo XVI gozaron del prestigio y de la categoría académica que tuvo la Escuela de Salamanca. Figuras fundamentales fueron Francisco de Vitoria, su fundador, y Domingo de Soto (Segovia, 1494-Salamanca 1560), su discípulo y compañero. Sobre éste, el profesor de Historia del Derecho Sixto Sánchez-Lauro, ha escrito «El crimen de herejía y su represión inquisitorial: Doctrina y praxis en Domingo de Soto» (Universidad Pompeu Fabra), que recoge diversos trabajos suyos sobre él (1984-2011), otros inéditos y una edición crítica de la relectio «De Haeresi», impartida por Soto en Salamanca en el curso 1538-39, un análisis de sus planteamientos sobre la herejía y su punibilidad en la España del quinientos.

Sánchez-Lauro comienza analizando el contexto doctrinal y político-religioso de la época, de transición al Renacimiento y al Humanismo que analiza desde el aspecto político y el religioso, Iglesia y Estado, estrechamente unidos en el Tribunal del Santo Oficio. En Europa es tiempo de la Reforma y Contrarreforma, Lutero, Erasmo...de rotura de la unidad religiosa, pero también del Concilio de Trento, que trae la renovación de la Iglesia y del Tribunal de la Inquisición, garante de la ortodoxia y de la unidad religiosa y represor de la heterodoxia. «Un cúmulo de circunstancias produjeron conversiones masivas de judíos y musulmanes desde fines del XIV, de sinceridad dudosa. Con ellas aparecen los “cristianos nuevos” o “conversos” y la intolerancia en España se extiende», explica el profesor. «Una intolerancia que logró asentar el unitarismo religioso reprimiendo cualquier movimiento espiritual sospechoso de deformación de la fe y eliminando la coexistencia medieval de las tres religiones, al tiempo que Europa camina hacia la tolerancia y el pluralismo religioso. La actuación dura y extrema, casi fanática, del Santo Oficio abortó cualquier desviación y puso freno al protestantismo en España».

En este contexto, la Escuela de Salamanca desarrolló una importantísima labor pedagógica e intelectual con la aportación de teólogos-juristas y moralistas como el dominico Domingo de Soto, cuyas reflexiones y escritos analiza en profundidad Sánchez-Lauro, que incluye también su itinerario vital y doctrinal. Su prestigio lo involucró en la esfera de la Inquisición, que le había encargado el control de las librerías salmantinas y posteriormente pidió su participación en asuntos más graves como los procesos del doctor Egidio en Sevilla y el de su amigo Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo.

El crimen «más pestilente»

La parte nuclear del libro la dedica Sánchez-Lauro a la herejía. Explica que «en Soto, encontramos una verdadera preocupación más que una inquietud intelectual. Un delito que había que perseguir y castigar desde el poder inquisitorial y el civil». Pero, ¿Qué se entiende por herejía? ¿ «Es –según Soto– un error manifiestamente contrario a la fe, afirmado por un cristiano». Pero, «no todas son iguales, hay diferentes tipos según la gravedad. Herejías eran la blasfemia, simonía, poligamia, magia y brujería y, parejo a ellas, el cisma, la apostasía y la proposición temeraria», explica el autor. Para Soto, «no era un delito más, la considera un crimen social, el más grave y pestilente de todos, de ahí que su punibilidad fuese indiscutible. El establecimiento de la Inquisición, que él acepta, implicaba la aplicación del castigo y la negación de derechos humanos más elementales, como el de la vida o los derechos de conciencia y libertad religiosa». Y se pregunta, «¿cómo cabe compatibilizar en Soto la defensa de estos derechos individuales con la necesidad de castigar a los herejes? Justifica el poder coercitivo de la Inquisición, acepta el tormento o la presión física, incluso la pena capital, lo que resulta algo contradictorio desde sus convicciones. Él, que tan alto concepto tiene de la vida del hombre, justifica la pena de muerte para el herético», explica el autor. Sin embargo, «aunque Soto aceptó y defendió siempre al Santo Oficio, no tuvo problemas en cuestionar ciertas debilidades, como su postura crítica ante la jurisdicción mixta, religiosa y civil –crimen contra la fe y contra la sociedad– y el arbitrio de los jueces inquisidores». Apuntaba el dominico que “los tribunales inquisitoriales se extralimitaban al actuar como jueces de la herejía. El Tribunal no es juez de la herejía sino de herejes».