La Historia de España pierde a Raymond Carr
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Con traje de rayas y un sempiterno pitillo colgando de la sonrisa. El hispanista británico asombró al mundo con una obra ejemplar, exhaustiva y rigurosa, y un carácter afable que no pasaba desapercibido.
Raymond Carr, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1999, detestaba que le llamaran hispanista. «Vicens Vives me enseñó que la historia de España es como la de cualquier otro país moderno, con sus propias experiencias y vivencias históricas», recalcaba en una entrevista con LA RAZÓN en 2001. Sin embargo, sus palabras no le salvaron de convertirse en uno de los mejores conocedores de las principales transformaciones de nuestro país. El historiador fallecía el domingo a los 96 años, según confirmó ayer su colega y compatriota Paul Preston, quien le calificó como uno de sus maestros.
Licenciado en Historia y doctor en Letras, a lo largo de su carrera compaginó la actividad docente con la investigación histórica, lo que le llevó a presidir la Sociedad de Estudios Latinoamericanos (1966-1968) y a enseñar Historia Latinoamericana en la Universidad de Oxford de 1967 a 1968, año en que fue nombrado director del St. Antony’s College. Su afición por la historia de España comenzó en los 50, especialmente a partir de la visita que realizó a la localidad de Torremolinos durante su viaje de novios. La anécdota la contó en la embajada española de Londres cuando, el día de su 93 cumpleaños, recibió su último galardón. «Es un día realmente extraordinario para mí; también especial porque me recuerda a muchos familiares que se han quedado en el camino y a otros amigos a los que conocí en esta travesía que hacía mientras recorría España», declaró. Con una enorme emoción dijo: «Es un placer poder dar a este viejo hombre un día de leyenda».
Vestido con traje de rayas, corbata, una bufanda verde intenso, demostró, de nuevo, la elegancia de un hombre que llegó desde un pueblo a la ciudad y supo conquistar Oxford. Todos querían pronunciar unas palabras, aunque quien tuvo el privilegio de abrir fuego fue otro compañero, Hugh Thomas, quien contó que conoció a Carr en una pista de baile del Soho, llevando el paso. Aunque mi intento por sacarle algunas palabras aquel día fue en vano, el rechazo fue de lo más cariñoso: «Los periodistas siempre traen problemas. Cuídate de lo que les cuentas», me dijo con una pícara sonrisa.
El intelectual, viajero, académico, explorador de la vida y de la historia, como lo define Paul Preston, nació el 11 de abril de 1919. Desde niño estuvo acostumbrado a las lecturas religiosas y jamás en su vida sintió arrepentimiento por la clase humilde de la que procedía. Y aporta una razón comprensible, humorística, muy Wodehouse: «Fue la comida, la dieta era espantosa. Pobre, monótona y mal cocinada». Lo cierto es que para que nadie lo observara como un «alien» en aquel Oxford de los años 30, el joven Carr tuvo que aprender el acento que le permitiría pasar desapercibido entre la aristocracia repitiendo la elocución «how, now, brown, cow» para practicar sus vocales.
Una gran generación
Desde ahí logró alzarse hasta convertirse en uno de los mejores historiadores de su generación, como explica Juan Pablo Fusi: «En la Inglaterra del siglo XX existen tres grandes historiadores: Hugh Thomas, John Elliott y Raymond Carr. Hay más, pero ellos son fundamentales. Forman parte de la misma generación. Todos ellos han sido una gran suerte para España. Es cierto que en un momento puntual tuvieron más acceso a archivos que los propios españoles, pero, también hay que reconocer que pertenecen a la historiografía británica de la posguerra y a uno de sus momentos culminantes»
Cuando llegó a Oxford, esa universidad no era la misma que existe hoy. Entonces fue guardería de las élites. En ese periodo, primaba el conocimiento de Humanidades y la enseñanza sobre las tareas de investigación. Carr logró integrarse sin dificultades. Pero, luego, emprendió un largo periplo por Europa.Su paso por Francia le alejó de ideales revolucionarios y su estancia en una Alemania que se abría paso hacia el futuro con paso de oca, del totalitarismo. Pero, en ambos casos, Carr supo desenvolverse sin despertar recelo en esos ambientes antagónicos. En su juventud conoció a una chica sueca que le llevó a involucrarse en la historia de Suecia. Esa anécdota le sirvió para ilustrar el papel del «accidente» con el que explicaría sus motivaciones investigadoras y que también aplicaría a sus estudios. Algo similar le sucedió con España. Después de su casual viaje de novios a Torremolinos, cuando todavía no era este Torremolinos, y la negativa de Gerald Brenan (con el que no tuvo un agradable encuentro) a escribir sobre España, Carr se propuso para esa tarea. El país le fascinó, pero discrepaba de la imagen que ofrecían otros historiadores. Aunque Ford y Brenan, entre otros, estuvieron antes en España, daban esa imagen más romántica, de un pueblo sano y un gobierno podrido... Carr no era un romántico. Siempre fue más científico que sus antecesores. Se fijaba en las estadísticas, en las vías ferroviarias... rompió con los estereotipos. Estudió a España como se estudiaba a otros países, como una nación europea más.
Fusi señala que «escribió la monografía más importante y trascendente que un historiador inglés haya escrito sobre el país. “España 1808-1939” fue el libro que puso en orden el siglo XIX y la primera parte del XX. Él rompió con los estereotipos de la España romántica. Jamás creyó en la excepcionalidad o la anormalidad de nuestra historia. Al contrario que muchos, rectificó bastantes de las visiones típicas que prevalecían entonces, igual que hizo Elliott sobre la Leyenda Negra. En el caso del estudio citado es una obra muy compleja qie aborda la política, la sociedad, el ejército y el desarrollo». Carr se interesó especialmente por los avatares históricos de la España de los siglos XIX y XX y entre sus obras destacan «España 1808-1939» (1966), que está considerada «un clásico» por muchos historiadores, que han elogiado su objetividad. El historiador Javier Tusell señaló de ese libro que fue «absolutamente decisivo» para la generación que se educó a partir de mediados de los sesenta.
El rostro de la Historia
Otros títulos destacados de su carrera fueron «La internacionalización de la guerra civil española» y «España, de la dictadura a la democracia», escrita en colaboración con el historiador español Juan Pablo Fusi, y que obtuvo el Premio Espejo en 1979. Asimismo, Carr coordinó y prologó el volumen de la Historia de España –iniciada en la Editorial Espasa Calpe por Ramón Menéndez Pidal–, dedicado a la época franquista, que se editó a finales de 1996. Y colaboró en el libro colectivo «Visiones de fin de siglo» (1999). Entre sus últimas obras publicadas figuran «El rostro cambiante de Clío» (2005) y «España 1808-2008» (2009). En 1983 le fue otorgada la Cruz de Alfonso X el Sabio por su labor como hispanista, y en 1987 se jubiló como catedrático de la Universidad de Oxford y la Reina de Inglaterra le concedió el título de «Sir». Además de experto en historia, Carr fue buen conocedor de la literatura española y un lector entusiasta de Miguel Delibes, cuyas obras le sirvieron para estudiar la posguerra española. Así, en 1991 participó en un curso de verano de El Escorial dedicado a la figura del novelista vallisoletano, en el que demostró su profundo conocimiento sobre obras como «Cinco horas con Mario» y «Mi idolatrado hijo Sissí», fundamentales para conocer los entresijos de la sociedad franquista. El historiador logró el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales de 1999 en reconocimiento a sus trabajos sobre la historia de España. Los miembros del jurado, que le otorgaron el premio por unanimidad, consideraron que los trabajos realizados por Carr sobre la historia de España de los siglos XIX y XX «renovaron los estudios sobre la modernización contemporánea», y que a su reconocimiento internacional se une la «excelente calidad» de su obra. Con motivo de aquel premio, historiadores como Carlos Seco Serrano se refirieron a Carr como el «gran historiador de la España contemporánea», quien vio «España desde fuera, pero al tiempo, muy dentro, metiéndose en la realidad española». Fusi destaca un aspecto relevante del trabajo que desempeñó desde Inglaterra: «A su alrededor se creó en los años 70, un centro de estudios ibéricos por el que después han pasado numerosos investigadores españoles, pero también extranjeros o ingleses, como el propio Paul Preston. Ahí se formó un núcleo muy interesante dedicado únicamente a España. Él fue el director y el fundador de este “college”, que abordaba docenas de áreas, como Iberoamérica, los Balcanes, Oriente Medio y, por supuesto, España. Raymond Carr era el alma de todo eso».