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La mafia ibérica de la Garduña

Durante años se consideró la organización secreta más peligrosa de España. Sin embargo, ninguna fuente documental avala su existencia. ¿Existió en realidad?
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Durante años se consideró la organización secreta más peligrosa de España. Sin embargo, ninguna fuente documental avala su existencia. ¿Existió en realidad?
Sevilla, agosto de 1821. Siguiendo el rastro de una joven secuestrada, la Policía irrumpió en la residencia de un conocido personaje de la sociedad hispalense. Allí, además del cadáver de la infortunada, los agentes hallaron un libro donde se relataba la asombrosa historia de una sociedad secreta y criminal con un poder omnímodo. Aludimos a la Garduña, palabra cuya mención evoca todavía hoy algunos de los más horrendos crímenes cometidos en España durante siglos enteros.
Su nombre, inspirado en el del animal depredador nocturno de excelente vista, oído y olfato, habla por sí solo. Como una alimaña sigilosa y rápida, atacaba la banda de La Garduña a sus pobres víctimas, convertido en una especie de sindicato del crimen que amedrentó a España durante más de cuatrocientos años. Se dice pronto.
El dueño de la casa fue detenido de inmediato. Se llamaba Francisco Cortina y resultó ser el jefe de la banda. Tras un largo e intenso juicio, durante el cual se esgrimió el manuscrito como principal prueba acusatoria, numerosos miembros del grupo fueron ejecutados en una plaza pública de la ciudad a la vista de curiosos y extraños.
Atacar y robar
Lamentablemente, un sospechoso incendio en la Audiencia de Sevilla destruyó el libro más tarde. Así al menos lo afirmaba el hombre que dirigió todo aquel dispositivo policial: el oficial de cazadores Manuel de Cuendias. La Garduña fue la sociedad secreta española más poderosa de todos los tiempos, tal vez solo comparable a la temible Mafia italiana. Habría sido fundada en Toledo hacia 1412, tras reunir en sus filas a diversas bandas de delincuentes que actuaban por su cuenta y riesgo.
Desde entonces, todas ellas formaron una sola organización dedicada a atacar y robar a judíos y musulmanes. Su pretexto moral era luchar contra la herejía, por lo que se autoproclamaban como el brazo armado de la Inquisición. Según cuentan los defensores de la existencia de esta banda, la Garduña se organizó igual que una logia masónica, en cuya cúspide había un Gran Maestre todopoderoso. Un personaje de gran relevancia social a salvo de toda sospecha y situado al frente de un numeroso grupo de malhechores clasificados en escalafones de una férrea jerarquía: capataces, asesinos, ladrones y colaboradores. La única forma de reconocerse entre ellos eran los tres puntos que cada uno llevaba tatuados en la palma de la mano.
Como sociedad de carácter esotérico, carecía, que exista constancia documental, de estatutos y normas escritas, rigiéndose así solo por órdenes verbales. La siniestra agrupación creció con rapidez durante las décadas siguientes, hasta afianzarse con una sólida estructura en diversas ciudades españolas. Actuaba de manera implacable y casi con total impunidad, pues entre sus afiliados se contaban jueces, alcaldes, directores de prisión y hasta altos dignatarios del Santo Oficio.
A mediados del siglo XVI esta mafia se asentó en Sevilla, la metrópoli más rica de Occidente gracias al oro y la plata que llegaban a espuertas desde las Indias. Y allí siguió actuando hasta 1821, cuando se produjo la redada que sirvió para desarticularla de modo definitivo. La historia de la Garduña se había considerado verdadera hasta hace poco. Avalada por estudiosos de prestigio, figuraba en las enciclopedias más rigurosas. La fama de la Garduña llegó a ser tal que incluso la Guardia Civil calificó a la banda como «peligrosísima asociación de delincuentes» en 1914. Pero aun así, no existe hoy una fuente documental que confirme su existencia. Contamos solo con el testimonio de Manuel de Cuendias, el presunto oficial de cazadores que detuvo al Gran Maestre de la hermandad en Sevilla. ¿Pero sabemos quién fue este hombre?
Una historia de ficción
Como averiguó el acreditado antropólogo Julio Caro Baroja, Cuendias era un exiliado liberal que sobrevivió en Francia impartiendo clases de idiomas. Obligado a huir de España durante el reinado absolutista de Fernando VII, tras ser condenado por redactar un manifiesto contra la subida de precio del pan, probablemente no estuvo en Sevilla en 1821 y ni siquiera fue agente de la autoridad.
Su heroica actuación resultaría una pura invención. Sabemos ahora que la historia de la Garduña proviene de una novela que Manuel de Cuendias o, mejor dicho, Manuel Galo de Cuendias –nombre con el que firmaba sus obras en Francia– compuso junto con la escritora francesa Madame de Suberwick, mientras mantenía con ella una relación sentimental. Titulada «Los misterios de la Inquisición de España», la obra es un folletín muy en boga en esa época, que exagera hasta los abusos del estamento clerical en España. Gran parte de la novela está dedicada a contar los pormenores de una sociedad secreta llamada la Garduña, cuyos componentes esquilmaban y asesinaban a judíos y musulmanes por encargo de la Inquisición. ¿Cómo es posible que este relato haya engañado durante tantos años a eminentes historiadores, sociólogos y criminólogos, centrando hasta tal punto su atención? Eso ya es otro insondable misterio...

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