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La maldición de un apellido

El patriarca de la familia inculcó a fuego en sus hijos determinados valores para que guiaran su vida. Jamás pudo pensar que tres de sus vástagos morirían de forma trágica
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La trágica muerte de su hermano mayor Joseph, en quien se miró siempre Robert Kennedy como en un espejo esmerilado, fue para él uno de los mayores aldabonazos de su vida.
La trágica muerte de su hermano mayor Joseph, en quien se miró siempre Robert Kennedy como en un espejo esmerilado, fue para él uno de los mayores aldabonazos de su vida. El destino cruel quiso que Joe falleciese el 2 de agosto de 1944, cuando Bobby tenía aún dieciocho años. El avión de bombardeo que pilotaba fue interceptado por un intenso fuego de la FLAK alemana, en las costas de Holanda. El valeroso piloto arriesgó su vida sin fortuna, mientras se disponía a bombardear a baja altura, en una maniobra suicida, las rampas de lanzamiento de las armas «secretas» de Hitler, las célebres V1 y V2, con las cuales Alemania pretendía castigar la ciudad de Londres forzando así un armisticio en el frente occidental que le permitiese controlar la ofensiva rusa en el Este.
El primogénito de los Kennedy asumió voluntariamente la misión, a imagen y semejanza de lo que hubiera hecho su padre. Su muerte en acto de servicio le hizo merecedor de las más altas distinciones militares por parte del Gobierno de su país. Antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, un destructor de la Marina fue botado así con su nombre: «Joseph Patrick Kennedy jr.».
Joseph Patrick era el hijo predilecto de su padre no solo porque fuese su primogénito, sino por las virtudes que encarnaba, inculcadas por el veterano diplomático, convertido así en fraguador de disciplina, superación, ambición y firme propósito de alcanzar el liderazgo en cualquier circunstancia de la vida. El jefe de los Kennedy solía decir a sus hijos: «El segundo puesto, en cualquier competición, no vale más que el último; solo el primer puesto cuenta». Palabras erigidas en el lema que gobernó siempre las vidas de los miembros del clan. A saber, la de los nueve hijos del matrimonio Joseph Patrick Kennedy-Rose Fitzgerald: cuatro varones (Joseph Patrick junior, nacido el 25 de julio de 1915; John Fitzgerald, nacido el 29 de mayo de 1917; Robert Francis, nacido el 20 de noviembre de 1925; y Edward Moore, nacido el 22 de febrero de 1932) y cinco mujeres, una de ellas subnormal, otra fallecida en accidente aéreo cuando era la marquesa de Harrington, y otras dos, las más conocida de las cuales era la esposa del actor Peter Lawford.
La Ley Seca
El padre troqueló la escala de valores de su prole, predicando con el ejemplo. A fuerza de tesón y trabajo, el patriarca de los Kennedy se había convertido, a principios de la década de los veinte, en un reputado banquero con intereses en el sector inmobiliario y en la industria cinematográfica; además, era el principal distribuidor de bebidas de importación, una vez derogada la llamada Ley Seca. Pero llegó un momento en que el hombre de negocios se sintió atraído por la política y decidió probar suerte afiliándose al Partido Demócrata, en plena hegemonía del Partido Republicano.
La desconfianza inicial de Roosevelt hacia Kennedy se disipó en parte tras su reelección, en noviembre de 1936. El propio Kennedy contribuyó de manera decisiva al nuevo triunfo electoral de Roosevelt, publicando oportunamente un libro suyo titulado I’m for Roosevelt («Yo soy partidario de Roosevelt»), poco antes de las elecciones.
En 1937, Roosevelt recompensó a Kennedy por sus servicios, designándole para el puesto de mayor relieve en la diplomacia norteamericana de la época: el de embajador en Londres. Consciente del ocaso de su carrera política por su avanzada edad, sin posibilidad ya de arrebatar la presidencia a Roosevelt en las elecciones de noviembre de 1940, Kennedy pensó en su primogénito, y no en su segundo hijo John Fitzgerald curiosamente, como candidato futuro a la presidencia de Estados Unidos.
Por eso mismo el padre se desvivió para que su primogénito estudiase en los mejores colleges universitarios del país, matriculándole luego en la prestigiosa Universidad de Harvard, y permitiendo que residiese un año entero en Londres, donde completó su formación en la London School of Economics. Al mismo tiempo, consciente de que su segundo hijo constituía para él un importante recambio en caso de que la maldición siguiese acechando a su familia, el patriarca cuidó también con esmero la formación de John Fitzgerald, matriculándole en la misma Universidad de Harvard, donde también estudiaría su otro hijo Robert. El padre se preocupó por las lecturas de sus hijos, así como por sus viajes para acumular vivencias que luego les ayudasen a reflexionar y tomar decisiones trascendentales no solo para ellos, sino para su propio país. Pero jamás se le pasó por la cabeza que sus tres primeros vástagos muriesen de forma trágica.

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