La nueva obra de arte de Damien Hirst: una suite de 200.000 dólares la noche
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Hace unos años los museos improvisaron una iniciativa para atraer público a las salas y se inventaron las «noches de los museos». Un concepto que después llevaron más lejos al aprobar una extensión de su horario en verano. Como la prueba ha ido bien, la hostelería, que en asuntos de sacar pasta son más avezados que los conservadores de las pinacotecas, decidió ir más lejos y B& B amplió la ocurrencia proponiendo una invitación de lujo: «Pase usted una noche en el Louvre». ¿Pero existe acaso alguien más imaginativo que una empresa? Sí, un artista. ¿Y alguien más ingenioso que un artista? Sí, Damien Hirst. A diferencia de Jeff Koons, el único creador sobre la faz de la Tierra que no se sonroja al afirmar que «yo dibujo todos los días con la mente», él es un forajido de las oportunidades, un lúcido anticipador, y, en una jugada magistral, solo al alcance de los mejores tahúres, ha conjugado las cuatro palabras más relevantes que hasta ahora se han mencionado en este texto: museo, hostelería, lujo y dinero. El resultado: la suite más cara del mundo, bautizada (hace falta tener ironía, retranca, mucho canchodeíto o todo a la vez) como la «suite Empathy». Un capricho al modesto precio de 200.000 verdes al contado. Damien Hirst, la mayor planta de reciclaje de ideas que existe actualmente, tuvo la ocurrencia, solo al alcance de los que miran el arte con los ojos de un inversor bursátil, de conjugar ese repóquer de términos para crear el no va más del sector: una habitación de hotel que al mismo tiempo sea un museo y un epítome de la opulencia. Algo que únicamente se le podía haber ocurrido a un hombre que ha adornado cráneos humanos con diamantes. La estancia, un cubo de cristal dividida en dos niveles y una superficie de 836 metros cuadrados, está concebida como un monumento al narcisismo. El alojamiento es un paseo por las obras (otros prefieren llamarlas extravagancias) del propio artista. Ahí están los tiburones, las mariposas, las pastillas y varias figuras del británico: una pertenece a un demonio sin cabeza, quizá porque él debe pensar que eso es una brillante provocación. Todo, por supuesto, conjugado con el gusto que siempre ha caracterizado a Las Vegas, el mayor homenaje al cartón piedra, el juego, la bebida y la prostitución de toda la historia (lo que no supone obstáculo alguno para que muchos norteamericanos lo consideren un buen lugar para contraer nupcias). Para los huéspedes dispuestos a asumir el derroche se ha dispuesto una piscina en la terraza. Quizá una medida de precaución añadida por los arquitectos para que los turistas pueda refrescarse después de semejante empacho de estilo.