La película política de los Goya
Año tras año la gala que celebra al cine español se ha ido llenando de consignas y mensajes políticos. La de 2003 del «No a la guerra» fue la más ácida y reivindicativa de las celebradas. Hoy Sevilla acogerá la ceremonia.
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Año tras año la gala que celebra al cine español se ha ido llenando de consignas y mensajes políticos. La de 2003 del «No a la guerra» fue la más ácida y reivindicativa de las celebradas. Hoy Sevilla acogerá la ceremonia.
Si la gala de los Goya se define como la gran fiesta del cine español es de suponer que sus protagonistas han de ser desde los directores, actores, figurinistas hasta las maquilladoras y responsables de los efectos especiales. Sin embargo, no siempre ha sido así. Mejor dicho, pocas veces la ceremonia ha enfocado a las películas y sus hacedores como actores principales. De la película que año tras año se proyecta nos sabemos al dedillo su argumento. Con un guión que puede ser más o menos brillante, los papeles están repartidos de antemano. Frente a frente la taquillera «Campeones», que puede dar el premio gordo a Javier Fesser, «El reino», de Sorogoyen, una ácida radiografía sobre la corrupción que dará algún que otro jugoso titular, sin olvidar a «Carmen y Lola», una reivindicación del amor lésbico entre dos gitanas que invita a la mujer a levantar la voz. Más de 2.000 abanicos rojos se repartirán para protestar contra la violencia machista con el lema «Ni una menos».
A una alfombra roja que trata de ser más glamourosa se une ya en el interior una ceremonia plagada de reivindicaciones y puyas al Gobierno de turno, sobre todo si quien está en Moncloa es el Partido Popular. Pedro Sánchez no acudirá. Sí lo harán el ministro de Cultura y Deporte, José Guirao, y la ministra de Educación y Formación Profesional y portavoz del Gobierno, Isabel Celaá. A Vox no se le ha cursado invitación por no tener representación parlamentaria, como a otros. Además de arremeter contra el «subvencionado cine español», Abascal se ha lamentado en Twitter con un «Seguiremos viendo a Clint Eastwood». Sí acudirán Pablo Casado y Moreno Bonilla, presidente de la Comunidad andaluza, dos presencias, sin duda, destacables.
Los primeros años de los Goya hubo alguna alusión velada a hechos concretos pero nada que hiciera pensar que se podría estar ante una trinchera política. La primera que sí tuvo ese cariz fue la de 1998, con José Luis Borau como presidente de la Academia de Cine mostrando sus manos pintadas de blanco en protesta por el asesinato en Sevilla a manos de ETA del teniente de alcalde del Partido Popular Jiménez-Becerril, al que dispararon en la sien, y su esposa, que recibió un tiro en la frente. Borau, con las manos alzadas dijo: «Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna creencia ni ideología, puede matar a un hombre». El tono de la fiesta se tornó en protesta amarga.
El tándem San Juan-Toledo
Fue esa la primera vez, aunque no sería hasta la edición de 2003, en la que ganó «Los lunes al sol», de Fernando León de Aranoa, cuando la política se hizo dueña de la película. Fue la gala del «No a la guerra» en la que dos miembros de Animalario, Alberto San Juan y un entonces omnipresente y premiado Willy Toledo tomaron el escenario para arremeter contra la intervención de España en la guerra de Irak. Pilar del Castillo, ministra de Cultura, asistió atónita desde el patio de butacas. Luis Alberto de Cuenca era el secretario de Estado de Cultura y el recientemente fallecido José María Otero, el director general del ICAA. Y fue esa noche de febrero también en la que se protestó por el paro y Luis Tosar recordó con ese ya famoso «Nunca mais» el desastre del Prestige. Lazos, chapas, camisetas, todo servía para convertir la fiesta en un alegato contra el Gobierno (del Partido Popular, claro) sin precedentes. «Ganar las elecciones no es un cheque en blanco. Hay que escuchar al pueblo», se descolgó Javier Bardem desde el escenario.
Los tambores de guerra sonaron más fuertes que nunca y el entonces presidente de la Federación de Productores Audiovisuales, Eduardo Campoy, llegó a pedir la dimisión de la presidenta de la Academia de Cine, Marisa Paredes, por haber consentido una gala «antigobierno». La titular de Cultura aseguró al día siguiente en estas páginas que «quienes están vinculados al mundo del cine tienen que decir qué quieren que sea la ceremonia de los Goya, que debe ser un reconocimiento de las obras más importantes tanto de naturaleza técnica como creativa». Ella no dejó el cargo y recibió adhesiones del mundo del cine. Campoy tampoco estuvo solo. Esa gala marcó un antes y un después. 2004 llegó con otra polémica bajo el brazo: «La pelota vasca», de Julio Medem, desató las protestas de la Asociación de Víctimas del Terrorismo frente al Palacio Municipal de Congresos. «Víctimas del terrorismo contra el pelota vasco. La nuca contra la bala», rezaba la pancarta que portaban al tiempo que mostraban pegatinas contra ETA.De otro lado, los que apoyaban al director también se exhibieron. A la cita de 2005 acudió el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Era la primera vez que un presidente de Gobierno asistía a la gala.
En 2008 Alberto San Juan, en su línea de combate, ofreció su premio como mejor actor por «Bajo las estrellas» «a la disolución definitiva de la Conferencia Episcopal», que nada tenía que ver con el mundo del cine, pero dicho quedaba. La de 2011 fue la de la salida de Álex de la Iglesia como presidente de la casa del cine. Su postura contraria a la Ley «antipiratería» de Ángeles González-Sinde le llevó a dejar el cargo al día siguiente de la gala.
Y llegó la de 2013 con un IVA que escaló del 8% al 21%. José Ignacio Wert, ministro de Cultura, se había declarado un «cinéfilo manifiestamente mejorable» al que el mundo del celuloide, donde la izquierda es soberana, le había cogido inquina. Y parece que fue mutuo el desencuentro. Tras los Goya de 2013, donde le tiraron a dar, el ministro aseguró a este diario que «la gala no es un sitio adecuado para plantear reivindicaciones, pero si se expresan en tono correcto, evidentemente hay que aceptarlas, y yo las asumo sin ningún problema. Ahora creo que sí hubo alguna intervención que trascendió lo que se considera un mínimo tono de corrección y no hacia mí, que me importa muy poco». Wert no se refería tanto a los dardos contra él y su familia (Corbacho le recibió «solo al 21%» y Eva Hache le preguntó por cómo estaba su familia, «y esto no es una amenaza», apostilló) como a los lanzados contra el Gobierno. Volvía a producirse con el PP en el poder, este vez con Rajoy como presidente. La otra reivindicación llegó de la mano de la actriz Candela Peña, que desde el escenario pidió trabajo y cargó contra los recortes en la Sanidad. Tampoco tenían que ver con el mundo del cine, pero el aplauso fue unánime. Quizá para no pasar por un trance similar al año siguiente el ministro excusó su asistencia tres días antes de la celebración aludiendo a una importante reunión en Londres para no sentarse en el patio de butacas. Le llovieron piedras, pero el chaparrón lo aguantó a distancia. Al año siguiente, 2015 ya, volvió a sentarse y a mantener el tipo. De nuevo se convirtió en blanco de críticas mordaces y comentarios afilados con el 21% del IVA del cine como pretexto. Otro más en los que la política campó a sus anchas por el auditorio. Wert abandonó el Ministerio sin que hubiera el menor feeling con el sector. Ni rastro. Él no lo experimentó, por mucho que Dani Rovira se quisiera ganar su confianza desde el escenario dirigiéndose a él como «Nacho».
Ministro y conseller
El perfil del ministro Íñigo Méndez de Vigo era otro. Cintura no le faltó para encajar en 2016 comentarios con mayor o menor gracia en esas jornadas soporíferas de Goya que se prolongan hasta la madrugada del día siguiente. El Partido Popular, de nuevo en la picota. Montoro y su falta de apego al mundo del cine sirvieron a Dani Rovira para enlazar unos cuantos chistes. Pero se alargó y la audiencia se resintió. «Críticas, desprecios, insultos, acusaciones y decepciones», escribió en su red social. Sin embargo, se lo pensó y aceptó una tercera . Esa fue la vencida.
Al año siguiente el ministro De Educación, Cultura y Deporte y portavoz del Gobierno acudió también en calidad de «conseller» de Cultura de Cataluña, dado que se mantenía la aplicación del artículo 155 en esa comunidad autónoma. Dialogó desde su asiento con el presentador y rió las bromas de éste sobre su abultado curriculum. El buen rollo se instaló tras el mensaje combativo del vicepresidente de la Academia de Cine, Mariano Barroso: «No somos un sector que vive del Estado. Somos un sector que genera riqueza para el Estado», dijo Barroso que también pidió un pacto de Estado por el cine. El año pasado el MeToo se dejó sentir en forma de abanicos rojos para reivindicar el papel de la mujer al tiempo que levantar la voz para pedir una mayor presencia femenina en el cine.
Dani Rovira verá hoy la ceremonia desde el patio de butacas, pues son Buenafuente y Silvia Abril los encargados de ejercer de presentadores de la XXXIII. «Yo con mucha locura, con muchas ganas de hacer el imbécil todo lo que pueda y Andreu pondrá el sentido común», ha dicho ella. Pocas horas quedan para comprobar cómo están los ánimos del sector y si la reciente aprobación del decreto ley del Gobierno con medidas –bajada del IVA aparte– sobre la creación artística y cinematográfica vuelve a aquella política de «afectos especiales» ahora que Carmen Calvo ha vuelto al Gobierno.