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La profecía de Joyce Carol Oates: Estarás controlado y pensarás como manda el partido único

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  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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Joyce Carol Oates narra en su nueva novela una historia distópica en la que los recuerdos desafían al miedo por el futuro
Ya no es posible, según parece, imaginarse un mundo distinto, pleno y feliz. Y mucho menos es posible, claro, imaginarse ese mundo en un país como Estados Unidos, donde la incertidumbre por el futuro próximo configura constantemente una manera de entender el presente y, también, los tiempos por venir. Unos tiempos, en todo caso, que ya están aquí y que se traducen, por ejemplo, en férreos mecanismos de control, en complejos sistemas de castigos y en poderes que, bajo un estricto discurso democrático y conciliador, esconden, no obstante, una extrema vocación totalitaria. Eso es lo que plantea Joyce Carol Oates en su novela número cuarenta y seis, «Riesgos de los viajes en el tiempo», en la cual la escritora estadounidense imagina una sociedad distópica, con bastantes semejanzas a la americana, y donde los individuos viven en un presente que es tan indeseable como desagradable.
Aún así, todo parece indicarlo, ningún individuo puede ni debe protestar, dado que, ante el menor atisbo de queja, todos sus efectos personales y su herencia pasan a ser inmediatamente propiedad de los EAN (Estados de América del Norte) y el individuo, si no es eliminado, al menos es enviado a otro lugar en el tiempo. No es extraño que la autora, que a lo largo de su extensa y prolífica carrera ha ofrecido una mirada entre aviesa e incómoda sobre la realidad social de su país (una realidad que incluye los vínculos familiares, el boxeo, la educación y la perenne presencia de los medios de comunicación) y se ha detenido en cuestiones tan americanas como la violencia, el crimen y el asesinato, en su nueva novela no se centre en los efectos de un sistema social a veces decadente, sino que, directamente, imagine ese sistema social como algo grotesco, autoritario y aterrador.
Así, en «Riesgos de los viajes en el tiempo», Joyce Carol Oates da vida a una sociedad imaginaria en la que el único partido político que existe se ha alzado con el poder de los EAN y ha impuesto un régimen de control, donde los individuos están separados según el color de la piel y se encuentran amenazados por misiles en forma de robot y por el uso de tecnología de primer nivel. Educados, a su vez, mediante el aprendizaje de memoria de hechos que no pueden discutirse, los individuos no pueden destacar los unos sobre los otros porque, en esa sociedad democrática, nadie es mejor que nadie sino que todos son iguales.
Callar o traicionar
Quien narra todo esto, en cualquier caso, no es Joyce Carol Oates, sino la protagonista de la novela: Adriane Strohl, una adolescente de diecisiete años que se diferencia del resto de sus compañeros de clase y que, por ese motivo, debe permanecer callada, entre otras razones porque su padre, un conocido científico, ya fue «marcado» por haberse asociado a un SI («individuo subversivo») y porque su hermano, por haber hecho preguntas incómodas, fue «eliminado» por unos drones domésticos. Pero Adriane no puede permanecer callada y hace, también, preguntas incómodas, como por ejemplo qué ha pasado «antes del comienzo de los tiempos», es decir, antes de «los ataques terroristas del 11-S/11». Y hacer preguntas incómodas, en esa sociedad paranoica, equivale a traición.
«Los EAN se basan en la amnesia y la negación», dice en un momento de la novela Adriane, quien, en lugar de ser eliminada, acusada de traición y cuestionamiento a la autoridad, es enviada directamente al pasado una vez que sus moléculas son disueltas y transportadas y reconstituidas para vivir en el año 1959. Pero allí Adriane ya no es más Adriane, sino una estudiante que cursa su primer año en la Universidad de Wainscotia (una ciudad que, entre otras cosas, es un «semillero de la mediocridad») y anda con un microchip incrustado en la cabeza, con todos los recuerdos de su vida pasada borrados pero percibidos, de manera fugaz, como formas oscuras a través de una ventana de vidrio esmerilado. Duro, insensible, hostil y cruel, el futuro que Joyce Carol Oates describe en «Riesgos de los viajes en el tiempo» no es, lógicamente, para nada alentador, como tampoco es alentador el presente concreto en que se desarrola la novela.
Preguntas incómodas
Sin ánimo de caer en la idea de que todo pasado fue mejor, Joyce Carol Oates imagina un futuro próximo a partir de la cotidianidad en la que se vive, rodeada de televisores, de móviles, de ordenadores y de un acceso ilimitado a internet y a las redes, aunque en el pasado, parece decir calladamente la novela, se encuentra la clave, el enigma de la humanidad y el porvenir. En ese sentido, el pasado al que viaja la heroína de su novela no se diferencia demasiado del presente distópico del que ha sido exiliada, aunque allí, en medio de la soledad más desolada, Mary Ellen descubrirá los secretos y los vaines de amor humano cuando conozca a Ira Wolfman, un profesor neoyorquino, de origen judío, y que trabaja en el Área de Psicología de la Universidad de Wainscotia. Pero el amor, como las preguntas incómodas, puede ser, en ese pasado remoto y sin humor, altamente peligroso y subversivo.
Con un estilo que, al menos durante las primeras cincuenta páginas, puede resultar algo tedioso por la cantidad de siglas y por la lenta composición del lugar donde se desarrolla la novela, la escritora ofrece en «Riesgos de los viajes en el tiempo» una historia inquietante y aterradora que no solo pone en escena las peores pesadillas y los peores miedos de nuestra época, sino que también revela, como si fuera un espejo grotesco y distorsionado, que incluso el tiempo, si no se lo hace propio, puede también ser arrebatado, aunque la vida, como dice en alguna parte la heroína de la novela, siempre ocurre ahora. Nunca, jamás, en otro lado.

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