«La tragedia de Peterloo»: Inglaterra, al borde de la revolución
El reputado Mike Leigh retrata los sucesos de hace dos siglos en Manchester, cuando la caballería reprimió al pueblo acosado por el hambre y el paro.
El reputado Mike Leigh retrata los sucesos de hace dos siglos en Manchester, cuando la caballería reprimió al pueblo acosado por el hambre y el paro.
Los ingleses siempre llevan a gala que su sistema parlamentario no se ganase a costa de un baño de sangre. Sencillamente, en 1649 le cortaron la cabeza al Carlos I y luego repusieron la monarquía, desde entonces sometida más o menos a las cámaras. Sin embargo, no es cierto que el país nunca haya estado al borde de un estallido «a la francesa». Fue en 1819, hace dos siglos. Lo más cerca que Inglaterra ha estado de la revolución, precisamente cuando había sofocado la hoguera que Francia extendió por toda Europa.
Mike Leigh (Brocket Hall, 1943) siempre ha hecho gala de su republicanismo. «Para mí es un misterio que la monarquía en el Reino Unido sea tan impopular pero se la respete. En un país donde hay tendencias tan radicales es un misterio que sobreviva. Aunque –añade sonriendo– una revolución puede pasar de un momento a otro». Su película, «La tragedia de Peterloo», narra en dos horas y media, con un aliento muy didáctico donde las conversaciones de los implicados expresan con rigor las ideas que defendía cada uno, el contexto que derivó en la masacre ocurrida en St. Peter's Field, en Manchester, cuando la caballería cargó contra 60.000 manifestantes, asesinando a 15 personas e hiriendo a varios centenares.
El pueblo, sentenciado
Las ideas de la Revolución Francesa habían permeado en distintas capas del país y desde el norte se reclamaba mayor representación en las cámaras y medidas contra la carestía. Los gobernadores y jueces enviados desde Londres buscaron denodadamente sofocar cualquier idea subversiva. «Las sentencias repugnantes contra el pueblo que se muestran en el filme y se dictaban en contraste con los hechos que se juzgaban están totalmente documentadas. He querido mostrar la forma draconiana en que el Estado trataba a los pobres, con un poder implacable hacia el pueblo y con jueces que en muchos casos eran clérigos».
Las Corn Laws habían disparado el desempleo y la hambruna. En un ambiente cada vez más enrarecido, el pueblo se puso detrás del Sindicato Patriótico de Manchester y lograron traer de Londres al brillante orador Henry Hunt, al que Leigh retrata como un pisaverde de la política que, aunque defiende ideas radicales, simboliza a una clase capitalina que miraba por encima del hombro a las regiones norteñas. Leigh, que estuvo hace dos semanas de promoción en Barcelona, considera que «los catalanes ven como propio el argumento de esta historia. Hay un paralelismo obvio, pero no conozco el tema».
Peterloo (nombre inventado por la Prensa como un juego de palabras con la reciente batalla de Waterloo) se cerró en falso. Leigh cree que aún vivimos de los desmanes de aquella época y alerta del auge del fascismo: «Pensábamos que eso pertenecía al pasado, pero nos estamos dando cuenta de que no es así».